Motivos para el optimismo

El otro día mi hermano y yo estuvimos viendo vídeos de conciertos multitudinarios, divagábamos sobre nuestras ganas de volver a estar apelotonados y sudorosos en medio de cualquier recinto. Incluso él, que suele ser poco de barullo, estaba deseoso. Imagínate yo, le dije.

Entre tanta mala noticia que nos rodea últimamente, un par de rayos de luz en medio de una tormenta que se antoja demasiado larga, llegan a nuestros diálogos virtuales. Las ansiadas vacunas han sacudido las bolsas, han llenado nuestras conversaciones y al menos, en lo que a mí y los míos respecta, han iluminado el túnel en el que nos encontramos, aunque sea entrando por la otra punta y aún desconozcamos la longitud del mismo.

Es matemático, soy de los que piensa que todo irá siempre a mejor e incluso en momentos como estos toca de vez en cuando darle una alegría a tu futuro, aunque por ahora sea el cuento de la lechera. Un optimista obstinado como yo, que olvido habitualmente lo malo (literal, lo borro de la mente), fijo lo bueno (recreándome en ello a menudo a posteriori) y siempre veo el lado positivo de las cosas, no podía dejar pasar la oportunidad de sonreír de medio lado mientras leo la bendita carrera entre las farmacéuticas sintiéndome por un momento como si estuviéramos en plena guerra fría. En lo bueno de aquello, me refiero.

No es la primera vez que, basándome en mi frustrada vocación de economista, intento encontrar la diferencia de esta crisis con las anteriores: financieras, inmobiliarias, alimenticias, económicas o incluso conflictos bélicos, siendo la actual una mezcla de todas o un poco de ninguna, y pienso en la recuperación que sí o sí tiene que venir. Y cómo de rápida, segura y solvente será. Porque lo será. Y cómo de reforzados saldremos.

Dentro de unos meses (iba a escribir años, pero me puede el ánimo) miraremos atrás sintiendo esto como un mal sueño y es ahora cuando tenemos que ir poniendo los cimientos de lo que queremos que sea el futuro. Paso por alto los infinitos daños que todos nos llevamos, al menos a mi alrededor ninguno sanitario, lo cual me permite centrarme en lo menos importante. Por eso no es este alegato un lanzamiento de las campanas al vuelo, sino una esperanza tras los destrozos. Una visualización cada día más cercana de motivos para el optimismo.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
18 de noviembre de 2020

Ratoneras

Si metes una rana en agua hirviendo saltará del recipiente instantáneamente, pero si la metes en una olla a temperatura ambiente y la vas calentando poco a poco hasta la ebullición, se quedará frita sin darse cuenta. Esta metáfora, conocida como “El síndrome de la rana hervida”, sirve para explicar la situación en la que mucha gente se encuentra en el trabajo, en sus relaciones o, de esto hablaré hoy, en la información que recibe, procesa y posteriormente comparte.

Acaba de comenzar el curso (que los años también empiezan en septiembre no es negociable) y ya tenemos encima de la mesa el lío de siempre. No se trata de algo nuevo, la historia se repite (que se lo digan a los guionistas de Dark) y no es la primera vez que hablo en estas páginas sobre los bulos, las fake news y la comodidad de no comprobar nada de lo que pasa por nuestras manos.

Tres ejemplos muy recientes: los nuevos requisitos para optar a los Oscars, el parón de Astrazeneca en el desarrollo de su vacuna contra el Covid-19 y el posible Premio Nobel de la Paz para Donald Trump. Noticias que, según dónde las leas, oigas o veas (no podemos echar la culpa siempre a las redes sociales), te harán reaccionar de una manera u otra. Al fin y al cabo, dirás, es lo de siempre, medios tendenciosos que arriman el ascua a su sardina. Pues sí pero no. Porque en el maremágnum diario de información, nosotros como usuarios tenemos una responsabilidad importante ya no en lo que leemos, que lamentablemente en muchos lugares es opinión en lugar de información, sino en lo que compartimos. No podemos mirar a otro lado haciendo cada vez la bola de nieve más grande.

Dedicar tres minutos a ampliar información y no generar bilis es saludable tanto para tu cabeza como para tu estómago. Hazlo, leches, y hazlo ya y siempre.

Las supuestas políticamente correctas nuevas reglas para los premios de Hollywood no son lo que parecían, al Presidente estadounidense lo ha propuesto para Nobel de la Paz un parlamentario noruego (como podría hacer miles prácticamente cualquier persona anónima presentando a la Abeja Maya) y los reveses en el desarrollo de una vacuna son habituales en cualquier proceso científico, faltaría más. Por cierto, Miguel Bosé sigue missing.

Cambiemos la rana por un ratón y en lugar de olla con agua hirviendo aparecerá una ratonera, esa trampa en la que sin darnos cuenta caemos una y otra vez. Las hay de todo tipo. Y las peores, sin duda, son las mentales.

No es difícil aprender a esquivarlas.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
16 de septiembre de 2020