Todo empezó en Marzo, cuando un amigo (Pablo) me habló de esta prueba y me convenció para que nos apuntáramos juntos. Así lo hice, con la mala suerte de que a mí me tocó plaza y a él no (hay sorteo debido a la cantidad de inscritos y el limitado número de plazas). Hasta ese día nunca había nadado más de 1.000 metros. Y en piscina. Así que tengo 4 meses para prepararme una travesía de casi 6kms en mar abierto. Con el miedo que tengo a las profundidades.
Suelo madrugar para entrenar pero es la primera vez que me pongo el despertador a las 5AM por un asunto deportivo. El sueño que tengo es de otro planeta, cometí el error de salir de copas el viernes y me acosté a las 4 de la mañana. Además el sábado tengo una reunión en Jumilla con lo que sumamos 260 kms de coche antes de caer derrotado a la cama, sin apenas cenar por la mezcla de resaca y nervios. Me levanto de noche cerrada en este domingo 7 de Julio y desayuno mi habitual medio litro de café con leche, acompañado esta vez de 12 galletas maría y 3 croissants rellenos de chocolate. Preparé la mochila la noche anterior, para no despertar a mis hijos y mi mujer. Salgo a la calle, cojo el coche, y me dirijo a Santa Pola. Llego cuando están cerrando las discotecas, y el ambiente en las calles es total.
Aparco junto al puerto deportivo y hago la cola para recoger la mochila cortesía de la organización con el gorro-dorsal, el chip y el silbato (para usar en caso de urgencia). Me acerco al guardarropa donde dejo las cosas que no me llevaré a la isla. Desde el primer momento percibo que la organización es magnífica, todo calculado al milímetro, no hay nada que se les escape. Me siento tranquilo y seguro. Y eso que la procesión va por dentro, mi histórico miedo al mar sigue aquí. La cantidad de nadadores por un lado relaja (espero no ir sólo nunca en todo el trayecto) aunque por otro lado acojona un poco (hay muchísimo nivel). Subo al ferry, soltamos amarras y enfilamos la bocana del puerto mientras el sol comienza a salir por el Mediterráneo. A la izquierda, en la distancia, se dibuja Tabarca.
El barco en el que me toca hacer el trayecto es una fiesta. Saludos, buenos deseos, cremas solares, vaselina para evitar los roces, consejos y anécdotas de otros años. Hace frío, algo de viento y tengo unas sensaciones diferentes a otras carreras. El total desconocimiento es un buen aliado. Me siento junto a un par de chicos que me hablan sobre lo precioso que es el fondo de Posidonia (primera vez que oigo esa palabra en mi vida) que hay durante toda la Travesía, ya que la profundidad no supera los 25 metros en todo el trayecto y el agua es cristalina. Estupendo, lo que me faltaba para cagarme a la pata abajo. Me recomiendan no emocionarme al principio e intentar «coger unos pies» a partir del segundo kilómetro, cuando las fuerzas ya son las reales. Tomo nota mental.
De repente un pensamiento me bloquea y tengo que sentarme. No puede ser. Me he dejado las gafas de nadar en el guardarropa del puerto. Con tanto lío de gorro, mochila mía y mochila de la organización, cremas y móvil, se han quedado en tierra. Sin gafas no podré realizar la prueba. Menudo error de novato. Intento tranquilizarme pensando en que quizá pueda intentarlo, además así me ahorro ver el fondo del mar, que es precisamente lo que más miedo me da. De todas formas tengo que intentar buscar unas, las que sean. Me acerco a los pilotos y les pregunto por alguien de la organización, me dicen que no saben dónde están, pero preguntan el motivo de mi «mala cara». Les cuento la historia y vuelvo a mi sitio. A los 5 minutos se acerca uno de ellos y me dice que vaya su puesto. En secreto, me entregan unas gafas que se había dejado olvidadas algún pasajero en alguno de los numerosos viajes que realizan. No me lo puedo creer. Les agradezco de corazón su gesto y por fin llegamos a Tabarca. Al bajar, me abrazo a los dos. Me acordaré de vosotros, les digo. Y así sucederá.
En la playa de Tabarca los últimos preparativos, mucha gente muy preparada pero con caras de tranquilidad. Creo que soy el más nervioso. La salida se produce sobre las 7:50, con banderas marcando la cuenta atrás en minutos, bengalas y bocinazo. Todos al agua. En los primeros metros recibo manotazos de todos los colores. Es normal, somos mil nadadores y muchos quieren hacerse un hueco. Esquivo como puedo los roces y me centro en mi camino. Los globos encima de las boyas ayudan mucho a verlas desde más lejos, lo que hace que no tenga que levantar la cabeza tanto como otras veces he tenido que hacer al nadar. Se agradece.
Paso el primer kilómetro a una velocidad mayor a la prevista e intuyo que se les ha quedado corto al medir, pero no, luego compruebo que he ido rapídisimo. El segundo y el tercero ajusto más y bajo un poco, aunque sigo yendo infinitamente mejor que mis mejores tiempos en los entrenamientos en piscina. Tres o cuatro veces intento seguir unos pies, como me recomendaron, pero no consigo hacerlo, por falta de experiencia y por notar que mi ritmo es otro. Decido no pensar en nada más que en mantener una buena respiración y no mirar mucho al fondo. El agua es cristalina y puedo diferenciar perfectamente algunos pececillos entre las algas y rocas del fondo marino.
Las vistas que tengo son maravillosas y poco a poco voy aceptando que no voy a ser engullido por ninguna criatura de las profundidades, por lo que miro con mayor frecuencia, siempre comprobando que tengo gente alrededor. Un par de veces me encuentro totalmente solo y tengo que parar, buscar un grupo y hacer lo posible por unirme a él. No es recomendable la sensación de no ver más que agua por los cuatro costados. Y bajo tus pies. Solo hay escapatoria en el cielo. Recuerdo a los pilotos de la guarda. El mar está totalmente en calma, aunque noto una pequeña corriente desde el lado derecho, que obliga a ir corrigiendo continuamente la trazada. También ayuda mucho el estar rodeado de decenas de piraguas, como demuestra la siguiente foto.
Los siguientes kilómetros se hacen largos, pero no cansados, incluyendo un par de calambres que tengo que solucionar parando y estirando. Y no es fácil estirar en medio del mar. Llego a las últimas boyas contento, sonriendo y con una sensación de triunfo interior muy satisfactoria. Mirando hacia atrás veo poca gente, y me temo que aunque para mis tiempos he ido rápido, posiblemente esté entre los últimos. Pero al cruzar la linea de meta y consultar posteriormente las clasificaciones veo que estoy a mitad de la tabla.
Sólo he podido rescatar esta foto de mi llegada, capturada del vídeo oficial de la web.
El tiempo final ha sido de 1h51m50s, quedando en el puesto 458 de 998.
Por parciales la cosas queda así:
- 1km: 16:02
- 2km: 33:47 (17:45)
- 3km: 52:39 (18:52)
- 4km: 1:11:14 (18:35)
- 5km: 1:29:35 (18:21)
- 6km: 1:48:15 (18:40)
Desde luego debo estar contento. Es mi primera travesía, aunque intuyo que no será la última. Me ha gustado mucho más de lo que pensaba. Quizá el miedo a no terminar por cansancio y el afán de reservarme hayan lastrado un poco el tiempo final, pero nunca lo sabré. O quizá sí. En la retina me quedo con la imagen de una señora de unos 60 años bien entrada en carnes que llegó un poco antes que yo, y de chico que entró unos minutos detrás de mí, con una sóla pierna. Menudo campeón.
Con ejemplos así, ¿cómo no voy a motivarme?
NOTA: Fotos propias y de la web del Club Natación Alone (LINK).