Uno de los regalos que recuerdo con más cariño de mi infancia fue un pequeño librito con la fecha de mi cumpleaños en la portada. En sus hojas detallaba, a modo de efemérides, distintos eventos, momentos históricos. Que si tal país atacó a otro, que si fulanito tomó posesión de tal cargo, que si tal deportista ganaba por séptima vez un torneo. Que si nacía uno, que si murió otro. En aquella época este era el ensayo general de la futura hemeroteca. Mi madre tenía otro de estos curiosos libros de tomo brillante con, curiosamente, el día de hoy en su anverso.
Vivimos tiempos interesantes, en los que a golpe de clic puedes consultar el pasado. No me refiero al pasado plasmado por pseudo-periodistas de medio pelo que mienten más que hablan. No voy a poner nombres, ya los conoces. Estoy hablando del pasado que uno mismo va dejando como rastro de baba de caracol en sus declaraciones reales, en sus intervenciones en la tele, en las entrevistas radiofónicas, en sus redes sociales. Hace tiempo que no me fío de los titulares mediáticos, me fijo en los tuits de los protagonistas, saco conclusiones, leo entre líneas, no necesito que nadie analice por mí. Hace tiempo que no me fío de las cadenas de whatsapp, de los comentarios de unos hablando de otros, de los estudios estadísticos, de los análisis económicos, de las cifras del paro, de las previsiones del banco central. Estamos tan manipulados que la única manera de encontrar luz entre tanta sombra es hacer examen de conciencia y eliminar prejuicios. No es sencillo pero merece la pena.
En 24 horas hemos cambiado de Presidente del Gobierno y las mentiras de unos y otros, con los portavoces al frente de lo grotesco, hacen que aquellos que nos preocupamos un poco por la elegancia educativa, por la mínima clase, por la vergüenza propia y ajena, nos tengamos que echar las manos a la cabeza. No son cambios de opinión, todos tenemos derecho a ellos, se trata de un ridículo continuo al estilo de la mítica declaración de Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.”
Quizá el culpable sea la estructura mastodóntica de los partidos políticos, en los que saliéndote del redil te expones a quedar como traidor o como mentiroso. Debe ser imposible dar un paso con el continuo miedo a que lo que hoy es A, ayer era B y mañana será C. Y lo peor: los que dijeron A han cambiado a C sin pasar por B y sin informar al resto de actores protagonistas de esta cutre comedia.
Una comedia que hace reír al público. Pero la gran carcajada está aún por resonar.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
6 de junio de 2018