Viaje a Egipto: Todos los sentidos

Viaje Egipto

Se me acabaron las palabras el primer día que intenté describir mentalmente lo que la capital egipcia ofrece cuando visitas sus calles y tuve que tirar de tantos adjetivos durante la bajada hacia el sur del país que decidí usar una nueva técnica, un nuevo modo de calibrar el espectáculo al que uno se enfrenta en un viaje a Egipto: los sentidos.

Los sonidos de El Cairo, las vistas de Luxor, los olores de Esna, los sabores de Asuán y el tacto de la gente. Egipto no son las calles ni las personas, no es el tráfico ni las costumbres, no son los gestos ni la comida, no es la Luna ni el Sol, los dioses ni los faraones, no es el polvo ni el agua, ni tan siquiera el caos, el orden o la mínima frontera entre el vergel y la tierra yerma… Egipto son todos los sentidos.

La romántica decadencia de las incontables callejuelas, la magnificencia de las Pirámides, la inmensidad del Valle de los Reyes, los mil un templos y mil y una tumbas, la potencia del Nilo y el sobrecogedor desierto besándolo continuamente, los profundos ojos de la gente allá donde vayas, la sobriedad de las mezquitas, la dura realidad en Edfu, la falta de aliento en Abu Simbel, la alegría del poblado nubio, la austeridad de los hogares, la inolvidable Esfinge, el bello cántico de los almuecines llamando a la oración o la crudeza de la Ciudad de los Muertos.

Y un sinfín de nombres para ver, escuchar, oler, saborear, tocar y no olvidar nunca: Ra, Saqqara, Horus, Giza, Hatshepsut, Karnak, Ramsés, Philae, Tutankamón, Kom Ombo, Set, Jan el-Jalili…

En plena noche, en avión desde el profundo sur, me quedé maravillado con la mágica serpiente de luces que forma el Nilo en su paradójica «bajada» hacia el Norte, rodeado de la más completa oscuridad. Una fila de vida plena entre la más inmensa sequedad de los desiertos que lo flanquean. La verdadera creación desfilando ante tus ojos.

Y esa fina capa de arena que invade absolutamente todo y acaba siendo parte de uno mismo, haciéndola tuya, como pieza de tu vestimenta, como unión a este pueblo con el que las diferencias son tan abismales que no merece la pena pararse a pensar en ellas, todo es diferente. Punto y aparte. No midas, no compares, no eches de menos, sólo siente.

Un país que deja sin aliento y te guía en el viaje que cada cual recorre por su vida. Un lugar mezcla perfecta de agua y arena, aromas y mestizaje, paisajes y ruinas, desorden y fragilidad, historia y futuro. Una civilización que fue primera en tantas cosas que abruma. Siete mil años de vida, viendo hoy revolotear como frágiles hojas secas las insignificantes vidas de todos los grandes hombres que hayan existido jamás en el planeta.

Y aquí siguen, contemplando el mundo pasar, agobiado ante sus urgencias: «El universo teme al tiempo, el tiempo teme a las pirámides.»

Un viaje a Egipto te deja sorprendido y enamorado, anclado al suelo con las preciosas y abismales distancias que parecen separarnos, pero en realidad nos han unido para siempre.