Las letras de las canciones se marcan a fuego, quedan para siempre en tu cabeza. Recuerdo todavía canciones de cuando iba en el coche con mis padres, en esos interminables viajes a la playa o al campo, asomado entre los dos asientos delanteros, peleando con mi hermano por ese hueco mágico, apoyado en sus reposacabezas, escuchando como en la distancia, a veces recién despertado de una mítica cabezada automovilística de esas que todos nos hemos pegado alguna vez.
Salvando las distancias, mis hijos actualmente también disfrutan de la música en el coche de sus padres. Ya no hay títulos de las canciones escritos a mano, ahora se muestran en salpicaderos superpoblados por lucecitas de colores. Ya no hace falta el auto-reverse, los mp3 conectados por bluetooth a Spotify Premium suenan de lujo en el equipo de música del coche, mejor que el de la mayoría de nuestras casas en los años 80. Ya no hay cajas bajo los asientos con cientos de cassettes TDK de 45, 60 y 90, ahora en un pendrive de mínimo tamaño metes la discografía entera de El Último de la Fila, los grandes éxitos de Franco Battiato, lo mejor del Heavy mundial, el Cantajuegos, y esa lista de “Imprescindibles” que tiene cerca de 400 canciones.
Todos tenemos letras de canciones que hablan por nosotros en momentos muy concretos, había comenzado este post con la intención de poner ejemplos pero he sido incapaz, la lista sería eterna: relaciones personales, sentimentales, momentos de borrachera, deportivos, trágicos, máginos, funestos, emotivos, lacrimógenos, épicos, familiares, laborales… Una letra para cada situación.
¿Y ese momento en el que entendiste por primera vez la letra en inglés de algún temazo y entonces te gusta aún más? O menos, todo depende. La música es el alma y el sentimiento, pero las letras son la cultura, la transmisión, el recuerdo.
Eso sí, Shazam y su inmediatez han destrozado la emoción: sigo echando de menos la sensación de frustración total por no saber el título de una canción que había escuchado de rebote en la radio o en la cinta que te había prestado un colega de clase.
¡Qué ansiedad más buena para el cuerpo y alma!