Salvo contadísimas excepciones nada se consigue en la vida de hoy para mañana, tampoco nada se tuerce en un instante pues conforme vas creciendo y aunque el tiempo parece ir (contra-intuitivamente) acelerándose, la conclusión más plausible a la que he llegado es que la mayoría de las cosas que te suceden hoy son la consecuencia de tus actos de ayer, de lo que has trabajado ciertos aspectos de tu vida, de las metas que te has propuesto a largo, de los resultados que has visualizado. El premio, si queremos llamarlo así, no se recoge nunca hoy, sino mañana, al igual que el día del maratón recogerás la medalla que ya has ganado previamente con el entreno realizado durante meses.
El horizonte, como la línea del mar, parece inalcanzable, por más que te esfuerces en acercarte aparenta estar siempre a la misma distancia, pero eso es mentira, te lo digo yo, cada paso te une un poco más a ese destino que tú estás escribiendo en este preciso instante y no en otro. La clave está en qué objetivo te mereces, porque la displicencia de pensar que hago un poco y merezco mucho nos atolondra más de una vez. No es la primera vez que me viene a la cabeza el proverbio siguiente: “El mejor momento para plantar un árbol era hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora”, aplicarlo cada puñetero día de nuestras vidas debería ser obligatorio pero claro, la inmediatez a la que nos estamos abocando por hache o por be (introduzca aquí su excusa) facilita la dejadez y la falta de resultados esta tarde a lo que he hecho esta mañana frustra al que no se ha trabajado con anterioridad. Así vamos mal, me temo.
Un estudiante no se gradúa en una semana, un músico no llena una sala con su primera composición, un científico no descubre algo importante en el primer día en el laboratorio, un cliente no se pierde por un aislado día sin atenderlo correctamente, un deportista no hace su mejor marca al cabo del primer año de entrenamiento, un empresario no consigue enderezar su negocio sin ahínco diario, un opositor no se saca su plaza sin estudiar con una exigente rutina, un nuevo idioma no se aprende sin constante práctica o error, la mejor campaña publicitaria no surge de la nada sin darle al coco día y noche, un filósofo no alcanza la sabiduría sin cuestionar constantemente sus propias creencias y explorar nuevas ideas. Toma castaña.
¿Obviedades? Sí. ¿Realidades que nos molestan y acomodan? También.
El cortoplacismo está limitando las relaciones de todo tipo: familiares, empresariales y sociales. Viva el largo plazo. No hay rencor, hay aprendizaje, aceptación y, por un instante, pena de los que siguen anclados allá, en aquel pasado del que nunca saldrán, en el que se sienten cómodos. Esos lugares temporales que nunca generarán un largo plazo interesante. Dejémoslos. Allí están bien.
Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
La Verdad de Murcia
Abril 2024