Los largos veranos

Para despedirse a la francesa sin sentirse un poco culpable hay que tener tablas. Experiencia en dar carpetazo a algo cuando te lo pide el cuerpo sin remordimientos, sin excusas ni explicaciones. Así es como deberíamos poder hacer nuestras cosas en nuestros días. Pero el entorno manda y nos obligamos a realizar continuamente acciones que no siempre nos apetecen. Por eso y así me fui de estas páginas. Y me fui de todo lo superfluo de mi vida durante un tiempo con una recurrente idea en mente: desconectar. Una fijación casi obsesiva. El parón era necesario tras una temporada de locura total. Cientos de reuniones, viajes, hoteles, clases, aviones, clientes y trenes. Y al borde del precipicio apareció el mejor verano de nuestra vida. Y por primera vez desde que comencé a trabajar en serio, allá por dos mil dos, me organicé una semana de vacaciones. Pero de vacaciones de verdad, vacaciones de niño. Incluso (increíble) apagué el móvil siete días seguidos.

Hemos cruzado fronteras, navegado, saltado en cascadas, visitado lugares cercanos y ciudades remotas. Hemos nadado en mares y chapoteado en piscinas, bebido y comido, comido y bebido, corrido por el monte, bailado en verbenas, mojado bajo la lluvia y quemado bajo el sol. Hemos pisado erizos, tropezado con troncos en la noche, visto las estrellas, cantado, madrugado y trasnochado (más que lo otro). Hemos reído, llorado, conocido gente. Hemos sido invitados y hemos tenido la inmensa suerte de poder invitar.

Un largo verano que hemos vivido intensamente con familia y amigos sin dejar de lado a muchos conocidos que lo han estado pasando realmente mal en estas mismas fechas: hospitales, enfermedades, revisiones, recuperaciones. Que todo pase. En este verano total también hemos rezado.

Que cuando encendiera de nuevo el teléfono tuviera seiscientas llamadas fue el precio a pagar, pero milagrosamente (o no) nada se había roto, todo seguía en pie y entendí por fin la gran diferencia entre lo urgente y lo importante. Y la gran mentira que transmiten ambos adjetivos. Priorizar va a ser la palabra de moda en la vuelta al tiovivo de este nuevo curso, con ya decenas de viajes a la vista, cursos, trenes, reubiones, aviones, hoteles y clientes.

Tirar una bomba de humo y desaparecer sin dejar rastro es un arte. Habrá que, de vez en cuando, hacerse artista.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
5 de septiembre de 2018

Un plan para los jueves

De todas las cosas que se pueden hacer un jueves por la mañana en Murcia, ninguna tan auténtica como acompañar a tu madre al “mercao”. Realizar este recorrido entre vendedores ambulantes es como viajar en el tiempo. Hacía tantos años que no venía por aquí. Recuerdo cómo aparcaba el seiscientos con mi hermano y conmigo dentro mientras corría a comprar antes de dejarnos en el colegio. Recuerdo el olor de los churros. Recuerdo verla venir de vuelta cargada de bolsas mientras nosotros nos peleábamos y toqueteábamos la radio.

Recorremos las callejuelas en que se ha convertido la larga y amplia Avenida de la Fama mientras te invaden sonidos, colores y sobre todo olores. En el “mercao” hay dos formas de comprar: la de buscar sin mucho ahínco a la espera de la sorpresa o la de ir a tiro hecho. En la segunda vas con prisa, en la primera disfrutas del gallinero. Gente que se gana la vida cada día en una ciudad diferente. Una gitana vende tres bragas a un euro junto al clásico afilador de cuchillos con su inseparable moto en ristre. En el “mercao” puedes comprar un vestido de playa para tu hija o un kilo de melocotones a mitad de precio, unas zapatillas de estar por casa o el cupón de la ONCE, una camiseta de la selección española o un bolso de imitación. Alguien grita que las cabezas de ajo están en oferta, otro intenta convencerte de que los calzoncillos de pata son mejores de algodón que de lycra.

Muchos saludan a mi madre e incluso la llaman por su nombre. Los genes de la sociabilización me han llegado vía directa. “Te he guardado las judías verdes-verdes que tanto te gustan. Vale, ahora vuelvo a por ellas.” El aroma del apio, las berenjenas y los reventones tomates “coloraos” le recuerdan a la suya, a mi abuela. Quizá por eso viene tanto. Quizá yo venga más cuando ella no esté.

Cuando al día siguiente paso por este lugar pienso que he vivido un sueño. La fresca jaula de grillos llena de toldos arrojando su maravillosa sombra se ha vuelto a convertir en el maldito asfalto y sol abrasador. Siempre me ha sorprendido la capacidad que tienen las ciudades y los humanos de transformarlo todo de un modo tan profundo o de una forma tan efímera. Como estos churros que se van a echar a perder si no nos los comemos pronto.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
27 de junio de 2018

Foto: Archivo General de la Región de Murcia

Eurovisión y lo previsible

O la música de Eurovisión está mejorando a pasos agigantados o mis gustos musicales se han relajado con la edad. No hay otra explicación para el hecho de habernos tirado varias horas en familia frente a la televisión escuchando una por una las veintiséis canciones que este año formaban parte del certamen. Con lo que yo he criticado esto, madre mía. Una muestra más de mis contradicciones. Jóvenes negaciones convertidas en adultas decisiones. Un palito más en la pared de la celda que conduce a mi libertad condicional mental. Lo que hay que escribir.

Pero es que no sólo estoy disfrutando (y mucho) con algunas de las composiciones musicales, es que estoy boquiabierto con la espectacular puesta en escena. Si no has trabajado en el sector es difícil que te hagas una idea de lo increíblemente complicado que es coordinar luces, sonido, láser, fuego y demás parafernalia. Y qué decir de la acojonante realización televisiva. A ojo debe haber siete millones de cámaras. Qué barbaridad. Qué mérito. Planos, zooms, entradas, salidas, cortes y empalmes en directo. Una delicia visual.

Elijo mentalmente mis preferidas mientras van actuando: Lituania tirada líricamente en el suelo, Francia con un punto melódico-electrónico, el cantante de Albania dando solos de heavy metal o Bulgaria con una especie de trance a cinco voces. Mención especial las que habrían sido mi podio: el estilazo de Holanda y su rock country, España con una delicia armónica y, por encima de todas, Portugal con una absoluta obra maestra. Afortunadamente (respiro aliviado, llamadme snob) nada que ver con las posiciones finales, me toca entonces intentar entender el asunto de las puntuaciones. Lo previsible de los twelve points como moneda de cambio entre países. Y de qué sirven estas previsiones si luego el voto del público sacude las telarañas políticas del intercambio de cromos dando la vuelta a los marcadores aparentemente estilo calcetín, para no variar realmente nada.

En resumen, una tarde noche de sábado para disfrutar y desengrasar. Para pasarla en familia riendo y discutiendo sobre gustos musicales aunque nos diera la madrugada esperando el resultado final. Muchas canciones buenas, bastantes del montón, algunas joyas y un par de chavales de nuestro país que, aunque desafinaron, me ganaron desde la primera vez que los vi. Qué queréis que os diga, me representa totalmente la cultura musical de Amaia y Alfred, saben tocar varios instrumentos, tienen estudios y además son frescos e inteligentes. Justo lo contrario a lo que ha sido hasta ahora nuestra caspa eurovisiva. Al menos eso había pensado siempre. Quizá mañana cambie de nuevo de opinión mientras la ceguera política de unos y otros los deja estancados viendo lo que no hay y sin enterarse de lo que realmente es.

 

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
16 de mayo de 2018

 

Vida perra

Hace tiempo vi una ilustración de un hombre y su perro paseando al atardecer. Ambos de espaldas, dirección al horizonte durante una preciosa puesta de sol. Cada uno tenía un pensamiento en forma de la típica nube en la que visualizarse de forma gráfica. El internacional lenguaje del cómic. El hombre llenaba su espacio de situaciones familiares, económicas, laborales. Problemas y alegrías. La cabeza repleta de historias, escenarios, movidas, futuros, angustias. El perro pensaba en ese preciso paseo con su dueño, al atardecer, directo al horizonte en una preciosa puesta de sol.

Me marcó bastante ese dibujo. Los perros son animales inteligentes. Más que eso, son listos. Disfrutan de cada momento sin tener que repetirse “carpe diem” y tonterías semejantes de forma autómata. Para ellos no hay un mañana. Viven y punto. Capaces de estar tumbados al sol durante horas, sentarse a tu lado el tiempo que haga falta, tirarse a la calle enloquecidos como si fuera la primera vez que lo hacen en la vida o estar esperando en la puerta a que entres y echarse en tus brazos. Todo es una fiesta para ellos. Sol y necesidades fisiológicas. No necesitan más. Su Pirámide de Maslow sería una línea. Envidiable, ciertamente.

Hace poco llegó “Coco”, un cachorro que no sabía casi ni andar. Mis hijos querían perro desde siempre, como todos los niños, pero yo me negaba en redondo. Cacas, sacarlo tres veces al día, pipís, pelos, olores. ¿Estamos locos? Pues se ve que sí, porque llegó y nos ganó ipsofacto. Lo que más me gusta de nuestro perro es su estilo de vida. Suena a cursilada, pero es la pura verdad. Un ser vivo que no levanta un palmo del suelo nos va dando ejemplos de vida a cada momento. Pasea por la casa como si llevara aquí desde siempre. Le faltan nuestros apellidos.

Coco tiene seis meses y nos entiende perfectamente. Más aún, se hace entender. Nunca me había fijado en la profunda mirada que tienen estos animales. Sus ojos hablan. Se mete en nuestras camas, se sienta a ver la tele en nuestro sofá, besucón y abrazador, nos cuida la casa (bueno, esto es un futurible, por ahora se encarga más bien de poner todo patas arriba). Encima es guapo rematado y tiene estilazo.

Juré a mis hijos que se tendrían que encargar ellos de todo pero les mentí sin saberlo. Es un placer sacarlo a pasear y disfrutar con él esos momentos de pensar intensamente en lo que estás haciendo justo en cada instante.  Si esto es la vida perra, yo me la pido.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
9 de Mayo de 2018

 

 

Tu árbol genealógico

Mi hija acaba de cumplir diez años y, claro Papá, hay que hacer una buena fiesta, alcanzo dos cifras y lo más probable es que no llegue a las tres. Momento rígido. Tuve la suerte de conocer a tres de mis cuatro abuelos e incluso mantuve  una relación intensa con ellos. Me contaban las historias de sus progenitores, todos longevos, así que respondo: ¿Cómo que no, hija mía, si yo llegaré seguro a los ochenta por qué no ibas tú a alcanzar los cien?

En estas profundas conversaciones me hallo cuando me da por pensar en la descendencia, pero no a los niveles más cercanos sino a larga distancia. Echando la vista hacia arriba 25 generaciones en tu árbol genealógico e imaginando que la edad media para tener hijos son los treinta, nos encontramos con que en el año 1268 teníamos por encima aproximadamente 30 millones de familiares directos. La población de España en esa fecha (reinaba Alfonso X el Sabio, nada menos) rondaba los 5 millones. ¡Sorpresa! Mira al primero que te cruces por la calle, sois seguramente primos en algún grado y compartís sangre en un porcentaje mayor o menor. Y si tiramos un poco más allá la cosa se complica llegando a un punto en el que tendríamos más ancestros que población mundial. ¿Cómo se explica esto? Alguien se comió el tarro antes que yo y le llamó la paradoja del “Colapso del Pedigrí”, los numerosos ascendentes comunes que tienen descendencia entre ellos, ya sea de manera consciente (la más que habitual consanguinidad de las monarquías españolas es un buen ejemplo) o inconsciente (muy probablemente tu cónyuge sea primo séptimo).

No deja de ser fascinante pensar que si tú estás hoy aquí leyendo esto ha sido necesario que todos tus miles de abuelos llegaran vivos a la edad de procrear. Y que procrearan. En la actualidad parece sencillo, pero en el siglo XIII no era tan fácil. El resultado de todos esos miles momentos eres tú. Mira hacia arriba y verás una enorme masa que ha desembocado en ti. Hemos podado nuestro árbol genealógico, ahora toca regarlo.

Piensa que dentro de setecientos años serás tú uno de los progenitores de esa futura persona que quizá se ponga a pensar también en esto. Pero dentro de muchos menos años habrás desaparecido y dentro de un poco más habrán desaparecido tus hijos. Para esa persona sólo serás uno de sus millones de abuelos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Una gota insignificante pero sin la cual el proceso se acabaría. Somos el banal eslabón en la cadena de la vida de otro. De otros.

Aparentemente intrascendentes pero a la vez imprescindibles. Somos grandes, somos pequeños, somos nosotros. Nada más y nada menos.

 

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 18 de Abril de 2018

 

 

De bien nacido

Si tengo que comenzar por algún sitio, lo haré dando las gracias por no haber nacido en el lugar equivocado. Tu vida está marcada por donde naciste y la suerte de hacerlo en el primer mundo es la llave que abre las siguientes puertas.

Agradezco después haber tenido unos padres que permitieron que creciera por dentro a la vez que lo hacía por fuera, una familia que aceptó las dificultades que a todos nos alcanzan de manera natural, diferente y ejemplar. Las raíces de la vida.

Nunca agradeceré lo suficiente haber disfrutado de una infancia plena. Los hermanos con los que comienzan los sondeos de la futura vida. Antes de salir al ruedo, es hora de bregarse y con ellos tocó jugar continuos partidos amistosos previos a la competición. Y los primos, ese ensayo general de los amigos que luego tendrás. Doy gracias por los sobrinos que me están llegando. Por los ahijados. Por los padrinos.

Doy gracias por descubrir la adolescencia cuando tocaba. Ni antes ni después. Por haber dado los pasos, buenos y malos, en su debido momento. Por los amigos que aún disfruto y por las tardes de mirada perdida. Por el colegio, por el instituto y por la universidad. Los tres grandes brochazos que tuve la suerte de recibir. Gracias por los compañeros de pupitre, por los profesores y por los suspensos a tiempo.

Si hay otra puerta clave en la existencia es el trabajo. Doy gracias por haber encontrado una llave que la abre con una sonrisa. Casi siempre. Agradezco disfrutar del mío cada mañana, cada madrugón, cada viaje, cada reunión, cada IVA, cada marrón.

Agradezco que el deporte se cruzara en mi vida desde niño. Es el cemento que mantiene en equilibrio nuestros complejos edificios mientras se tambalean azotados por continuos terremotos.

Y hablando de armonía, la de mi vida tiene una protagonista: mi mujer. La mejor elección que nunca hice.

Termino dando las gracias por mis hijos, por haber sido tocado con la varita de su chispa, de su normalidad y de su felicidad. Si la mayor suerte es nacer en el lugar acertado, que tus hijos te sigan con salud es el premio gordo.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 4 de Abril de 2018

 

 

 

¿Qué puede pedir a los Reyes Magos un niño que lo tiene todo?

Las noches del 5 de enero en mi casa han sido míticas siempre. Preguntad a mis cuarenta primos hermanos. Melchor, Gaspar y Baltasar llegaban cada año de madrugada mientras dormíamos y nuestros padres nos despertaban para que saliéramos a la calle a despedirnos de ellos a lo lejos aún medio en vela y con legañas en los ojos. Sus Majestades siguen llegando en persona cada año y nuestros hijos son ahora los que alucinan. Siguen con esa ilusión, alejados del descomunal consumo que les rodea.

Es difícil educar en valores en la actualidad. ¿Cómo negarle un móvil si lo tienen todos sus amigos? Pues tan sencillo como nuestros padres nos negaban año tras año aquello que tanto deseábamos y no por ello crecimos traumatizados. Imprescindible aprender a tolerar la frustración como formación vital.

En casa seguimos empeñados en comenzar la carta a los Reyes Magos con un saludo, una introducción, una petición y un gracias. Algo que por lógico no debería sorprendernos. La vida nos rodea y el consumo rodea la vida. En casa seguimos empeñados en no comprar tonterías a nuestros hijos fuera de los cumpleaños y los santos. En casa durante el año hacemos limpieza de todo aquello que no necesitamos dándole un buen uso allá donde realmente es necesario. En casa heredamos y damos en herencia.

Nuestro trabajo como padres, como padrinos, como tíos y como abuelos es hacerles ver el valor de cada cosa que tienen, de cada juguete con el que juegan, de cada amigo del que disfrutan en el colegio, de cada plato que se echan a la boca y de cada prenda de ropa que les quita este brutal frío que nos ha cogido de nuevo este año un poco por sorpresa.

Solo así serán de mayores hombres y mujeres de provecho, que harán a su vez valorar las mismas cosas a sus hijos y quiero pensar que el círculo cada día se cerrará un poco, en lugar de aumentar a lo bestia en una espiral de despilfarro que en mi casa no estamos dispuestos a alimentar. Hay momentos en que la Navidad me gusta cada día más y otros en que no la soporto.

¿Qué puede pedir a los Reyes Magos un niño que lo tiene todo? Que pida lo que quiera, ellos no filtran. Nuestro trabajo es dificultarles ciertas cosas. Ley de vida, chavales. Y negándoles lo superfluo valorarán mucho más lo imprescindible. Eso que afortunadamente no les falta.

 

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 6 de Diciembre de 2017