Desde que el ser humano decidió asentarse, pasando de nómada a sedentario y por tanto formando parte de una comunidad, ha vivido continuamente pendiente de lo que piensan los demás. Desde tiempos inmemoriales el hombre se ha dejado guiar por el qué dirán. Tristemente la opinión de otros, a través de sus pensamientos, convertidos en cotilleo la inmensa mayoría de las veces, nos ha movido a actuar en contra de nuestras propias convicciones en más de una ocasión.
Me gusta tirar de imaginación: ¿Ves ese cavernícola paleolítico con sus pieles de animal cubriéndole del frío (ande yo caliente) en medio de la estepa siberiana, que se cruza con algunos desconocidos de otra tribu cuchicheando cualquier cosa (ríase la gente)? No, no te lo imaginas porque no sería lógico ni productivo. Antiguamente ser productivo podía salvarte la vida, no como ahora.
En esto, como en casi todo en la vida, hay diferentes grados de afección: los hay que sufren gravemente cualquier crítica por pequeña que sea, los hay a los que le resbalan totalmente por graves que puedan parecer y luego estamos la inmensa mayoría: esos que intentamos, no siempre con éxito, diferenciar las constructivas de las destructivas, las buenas de las envidiosas, las a tener en cuenta de las prescindibles.
No hacemos el suficiente caso al Pepito Grillo que llevamos dentro, ese que nos conoce perfectamente, ese que sabe lo que realmente queremos, deseamos, ocultamos, somos, pensamos u opinamos. No le hacemos caso hasta que lo escuchamos en boca de otros. Qué triste, ¿no?
Si algo me ha quedado claro con el paso de los años es que no es posible contentar a todo el mundo por inocente que sea la opinión mostrada. Alguien habrá capaz de criticarlo, de encontrar una esquina en tu circular pensamiento. Aquello de la paja, la viga y los ojos propios y ajenos.
En redes sociales, que posiblemente hayan exponenciado el problema (¿Esta palabra existe?), hay una máxima que reza: “Don’t feed the troll” (no contestes a aquellos que sólo buscan gresca). Aplicarlo a la vida real es un arte al alcance de muy pocos.
Viendo lo que nos molesta ser diana en estos juegos, quizá no deberíamos tomar tan a la ligera coger los dardos y apuntar a otros, ni por imprudencia ni debido a consciente mala leche. Mirémonos más a nosotros mismos y encontraremos basura de sobra como para no molestar a los demás.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
24 de octubre de 2018