El otro día fuimos a comer en familia a un centro comercial. De por sí me dan repelús aunque lamentablemente tengamos que visitarlos más a menudo de lo que nos gustaría: tiendas que sólo están ahí o cines inexistentes en los centros de las ciudades. Hacemos la cola de un mega espacio de buffet libre y por un momento pienso en neandertales. Eso somos cuando tenemos delante comida gratis. No sería criticable si tuviéramos hambre, si tuviéramos necesidad. El problema es que no tenemos ni una ni otra. En estos momentos salen nuestros peores instintos, como cuando un balón de plástico del Entierro de la Sardina se aleja botando perseguido por la marabunta.
Entre el tumulto y los berridos que oigo al entrar consigo detectar un grito especial, híper agudo, que me pone los pelos de punta: “¡¡Mamá, eres tonta, tonta, tonta… y te lo he dicho mil veces!!” No puedo evitar girarme y ver a una niña de unos siete años con más leyes que un juez y a una madre que se ríe y le quita importancia. Pagamos antes de sentarnos, algo a lo que sorprendentemente nos hemos acostumbrado por las cadenas de comida rápida y nos acomodan en una mesa en una esquina desde la que, lamentablemente, diviso todo el área. Dentro del mismo recinto se encuentra un parque de bolas inmenso, lleno de niños gritando y peleándose. Algunos se insultan como adultos encolerizados y otros juegan a la tablet en lugar de estar pegando botes entre los toboganes.
Nos acercamos a ver el material gastronómico con la idea de dar una primera vuelta y luego decidir pero somos engullidos por la horda, que empuja para acaparar trozos de pizza que luego se quedarán en el plato. Recibo un codazo, espero que involuntario, de un obeso padre seguido por sus dos rollizos hijos. Un calco, vamos. Llega a su destino y golpea con fuerza la máquina expendedora de bolitas de chocolate antes de preguntar cómo funciona. Cada uno de ellos tiene un helado en mano, pero quieren otro aún sin haberlo terminado. Un chico que trabaja allí, con más paciencia que el santo Job, le explica que no salen apretando sino girando y en lugar de pedir perdón o disculparse suelta un “pues vaya una mierda de máquina”. Los vástagos asienten convencidos. Vuelven a su mesa salpicando a varias personas por el camino mientras devoran como si no hubiera un mañana.
Al pasar por mi lado uno de ellos me mancha y exploto: “Perdona chico, ten un poco más de cuidado, por favor.” El padre me mira desafiante, parece que va a replicarme algo pero encuentra la ira en mis ojos, ladea la cabeza y dice: “Ni caso hijos, vosotros podéis manchar a quien queráis.” Tal cual.
Andan un metro y se dejan caer en sus sillas a engullir mientras la musiquilla infernal de un juego de su móvil no deja de atronarnos.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 19 de Octubre de 2016
Fecha original de publicación:19 octubre, 2016 @ 08:01