Las teorías sobre el café me quitan el sueño.
Origiario de la siempre rimbombante Abisinia (mucho más glamour que Etiopía, su actual nombre) y prohibido en el mundo musulmán durante algún tiempo por ser considerado un peligro público, el café llegó a Europa en el siglo XVII.
Bendita la hora.
No sé tú, pero yo estoy harto de leer informes científicos a favor de ciertos alimentos que luego son tirados por tierra años después, tildándolos de malignos. El vino, por ejemplo, ha sido considerado bueno, luego malo, más tarde cancerígeno, posteriormente mortal y ahora su consumo moderado, parece que hay consenso en decir que, generalmente, ayuda a la circulación sanguínea del personal. Los huevos fritos con patatas o la carne roja han vivido unos semejantes altibajos salubres. Y qué decir de la cerveza, las verduras o el aceite de oliva.
Vale, lo que diré ahora es una burrada, pero la dieta mediterránea se lleva por delante de cáncer de estómago a gente con 40 años. En cambio hay fumadores y bebedores de whisky que llegan a los 90. No me creo nada de esos informes, detrás de todos y cada uno de ellos hay casi siempre un interés oculto. Que me crucifiquen mis amigos de la ciencia. O no.
No sé tú, pero yo estoy harto de las modas pseudo-científicas, pienso hacer caso a mi lado más escéptico y seguiré tomando 5 o 6 cafés al día.