Da vértigo pensar cuántas camisetas habrá desperdigadas por los hogares del mundo. Las más antiguas compradas con decisión y dudoso gusto en algún momento de tu vida, convencido allá lejos de su importancia primordial, de su durabilidad eterna, de su preciosidad. Las hay recibidas como regalo publicitario que con el tiempo ha ganado peso en tu armario (es bastante probable que me haya puesto más veces alguna camiseta de dormir que mi preferida de vestir, todos sabemos que el algodón se suaviza con los lavados y ni la seda, oiga) y otras vienen a casa como recuerdo deportivo, turístico o apareciendo mágicamente (no me digáis que no tenéis camisetas que no sabéis de dónde demonios han salido).
De las limpiezas que hago de vez en cuando, regalando la mayoría, siempre se salvan las mismas. Son las supervivientes de un pasado que quizá no quiero dejar escapar inconscientemente. Y no hay más motivos que los sentimentales para esta longevidad porque, aunque ya no me las pongo, me gusta extenderlas de vez en cuando y revivir, como si de viejas fotos se tratase (ahora que no hay más que imágenes enlatadas, como decía mi abuela) esos momentos en los que las llevaba encima.
No suelen superar la criba las marcas famosas, pues uno tiene debilidad por las más auténticas rollo café-bar de pueblo, bebidas alcohólicas del pleistoceno, torneos de verano, cutres jornadas gastronómicas o cualquier horterada que lucir con orgullo entre las paredes de casa. Uno tiene debilidad por las más tradicionales de equipos de fútbol, viajes de estudios y eventos de infausto recuerdo. Uno tiene debilidad por las más míticas de grupos de música, películas y festivales. Desgastadas, raídas, inmortales.
También guardo otras que son especiales por otros motivos, totalmente pasadas de moda por sus fosforescentes colores, por su cuello de pico, por sus solapas o sus botones o por lucir un mensaje en las antípodas intelectuales de lo que puede ser una persona veinte años después. Camisetas provocadoras, irrisorias, vergonzosas incluso, pero que han sido mías en algún momento por algún motivo. Prendas que me han gustado y de las que he presumido en algún lugar del tiempo. Ahora están a buen recaudo en su leja, en su cajón. En su escondrijo.
En mi vida he tirado cientos, quizá miles de camisetas, probablemente las pocas que me quedan servirían como un pequeño análisis psicológico. O quizá sea mejor analizar esas que he ido tirando, porque uno no debería ser recordado por su mayor error sino por sus pequeños aciertos.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
11 de septiembre de 2019