Hay ciudades que no entran a la primera. Me sucedió, por ejemplo, con Londres y con Florencia. Con la capital inglesa tuve la suerte de quitarme la espinita y a la segunda oportunidad cambió, afortunadamente, mi concepto. A la urbe de los Uffizi todavía no he vuelto.
La primera vez que estuve en Barcelona bajé del avión a las 9, cogí un taxi a las 10, me metí a una reunión a las 11, y a las 14 estaba de nuevo, aterrizando, en Barajas. Las siguientes tres o cuatro veces llegaba por la tarde, entraba a la sala de conciertos de turno y a la mañana siguiente ya desayunaba en Madrid. Quizá por eso cuando, por fin, fui de visita, entendí lo grandioso de esta ciudad. Es curioso que hubiera estado tantas veces y no conociera las Ramblas, la estatua de Colón o la Plaza Catalunya, por hablar de zonas turísticas y/o emblemáticas. Con los años he vuelto a menudo conociendo un poco más otras zonas como el Parque Güell, la Sagrada Familia, el barrio del Born, el Nou Camp (donde disfruté de un conciertazo de U2), la Plaza de España o el Mercat de Santa Caterina. En Barcelona he vivido anécdotas como ver dos conciertos seguidos de Dream Theater.
Últimamente he repetido muchas veces, mezcla de trabajo y de placer, conociendo nuevas zonas para mí como el Raval, Santa María del Mar e, incluso, el precioso estadio Cornellà – El Prat, donde tuve la suerte de presenciar en directo de un Espanyol – Valencia que será mucho tiempo recordado (4 goles en 12 minutos).
Tras todo esto puedo considerar que Barcelona ya es, sin ninguna duda, una de mis ciudades favoritas.
Actualización Marzo 2014: Recién llegado de la segunda edición del Diploma de Gestión Dental de la Universitat de Barcelona, donde tengo el orgullo y la responsabilidad de ser profesor de Marketing y Publicidad, sigo pensando lo mismo que hace un año. Barcelona es especial, y si la conoces con buena gente, más.