Hace un montón de años decidí dejar mi último trabajo. Hace más tiempo aún cobré mi última nómina. Desde entonces todos mis ingresos han sido generados por facturas emitidas bajo la razón social de mí mismo: autónomo. Tirando de la RAE queda claro, autónomo es quien tiene autonomía, pero hay letra pequeña, como en todo.
Ser autónomo es libertad: saber que podrías pararte a mitad de mañana en el banco de un parque a tomar el fresco, aunque jamás en tu vida lo hayas hecho. Y ahora que lo escribo soy tristemente consciente de que ni tan siquiera nunca me lo había planteado. Ser autónomo es útil para la conciliación familiar: puedes llevar a tus hijos al médico un martes a cambio de currar la noche de un domingo. Trabajar dos horas un día y dieciséis al siguiente. Hacer una importante video conferencia en camisa, descalzo y calzoncillos.
Ser autónomo es enriquecedor para la psicología interna: responder al teléfono siempre con una sonrisa y conocer más gente de la que jamás habrías pensando. Es coger encantando el móvil cuando llama un número que no conoces. Convertir clientes en amigos y amigos en clientes. Es no tener jefe, es tener treinta. Ser autónomo es grandioso para la organización personal: facturar religiosamente cada primero de mes. Incluso en Enero, Mayo y Noviembre, festivos para la inmensa mayoría.
Ser autónomo es viajar: recorrer España de punta a punta dando tumbos en un tren tercermundista y pegándote madrugones hasta los domingos para volver a casa a la hora de comer. Es librar viernes y lunes para estirar un finde con tu mujer. Ser autónomo es no tener que preguntar a nadie para cogerte un puente pero tener que retrasar unas vacaciones programadas hace meses por una urgencia laboral de última hora.
Ser autónomo es magnífico para el deporte: apuntarte a una salida en bici un lunes después del desayuno pero tener que cancelar ese triatlón para el que estabas entrenando durante meses porque te han puesto en el último momento una impepinable reunión. En sábado, para no variar. Ser autónomo es bueno para la salud: te pondrás enfermo cuatro días en diez años y no conocerás a tu médico de cabecera.
Ser autónomo es bueno para tu bolsillo: presentar decenas de impuestos al año y tener que comprar tóner de impresora. ¿Cuándo fue la última vez que tú, lector, compraste tinta de impresora? Ser autónomo es ir a siete cenas de empresa en Navidad. Es financiar al estado, pedir tickets de casi todo, facturar tres mil euros un mes y luego estar tres meses sin ver un duro. A veces es pagar por trabajar y siempre es mucha diversión. Ser autónomo no es ser empresario ni emprendedor, pero suele ser el mejor trampolín.
Ser autónomo es a veces un infierno que no cambio por el cielo de la rutina que habitualmente disfruta (o sufre) un asalariado.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 28 de Junio de 2017
Je je je…
Soy autónomá hace más de catorce años y estoy de acuerdo en casi todo.
Ser autónoma es ser la envidia de tus alrededores aunque darías lo que fuera porque uno de tus clientes fijos fuera capaz de comprometerse para siempre contigo…
Feliz autonomía
Jejeje!
Si , ser autonomo es muy dificil. Ser libre de elegir , de ser tu propio jefe , de trazar tus propias metas , eso tiene un precio que hay que pagar. Sin embargo , vale la pena.
Eso si , el estado deberia cobrar a los autonomos sus impuestos en cada factura emitida. Pagar para poder trabajar es ilogico.
Gracias por la aportación, Jose.
Comparto lo duro y bonito que es ser autónomo. Viví en mis carnes ese estilo de vida que como no te lo montes bien esa libertad se convierte en una exclavitid.
Hace unos años decidí dar un pasito más y crear una empresa. Junté un equipo, creé una estructura, atribuí roles con un fin: Poder dar servicio a mis clientes cuando yo no esté.
Ese paso fue muy difícil. Tuve que encontrar al equipo correcto, definir muy bien el modelo de negocio y ganar mucho menos que como freelance. Pero a día de hoy puedo ponerme enfermo y estar tranquilo. Eso no tiene precio amigos.