Saltándose el destino.

El destino es como la bola de acero de una máquina de pinball. Hagas lo que hagas, y por mucho que te esfuerces en evitarlo, antes o después se colará entre los palitroques que con más o menos destreza manejas para intentar mantenerla arriba. Dándose golpes continuamente entre rebotes y bandazos de vez en cuando percibes destellos de brillo metálico. A veces roza algo y surge un emocionante sonido con festivas fanfarrias. Otras sale disparada sin motivo aparente como pollo sin cabeza. Y tú mirando. Sin tiempo a reaccionar. Calcado.

El destino es inevitable pero maleable. Va a pasar lo que tenga que pasar aunque puedes adornarlo. El destino meterá su gol. Subirá sin ninguna duda al marcador. Y aunque vale lo mismo no es igual uno en propia puerta a que una acrobática chilena sea la guinda de una preciosa jugada y combinación de todo el equipo. Uno a cero y pitido final. Tres puntos en contra. O a favor, que para el caso es lo mismo. Sin prórroga y a la ducha.

El destino aparece de repente como ese bostezo que por mucho que cierres la boca intentando atajarlo escapa de tu cuerpo poniéndote los ojos como platos, medio llorosos y forzando en tu cara una rara mueca de disimulo que te deja en evidencia. Así funciona. Te alcanza siempre.

El destino nos quita el sueño desde tiempos inmemoriales. Ya en “Las mil y una noches” hay varios cuentos que tratan el asunto. Entre ellos el más notable: un criado, Bagdad, un mercado, Samarra, un caballo, muchos kilómetros y una cita con la muerte. Recuerdo la primera vez que lo escuché. Estaba en el instituto y un profesor nos contó perfectamente el relato en clase. Fue como una revelación. Y aún me persigue en pensamientos habituales. Si no lo conoces, pídemelo y te lo cuento. O búscalo en Google.

El destino, frecuentemente cosido al existencialismo, también tiene presencia abundante en el cine, la literatura o la cultura popular. Alberto Vázquez-Figueroa decía en Tuareg, a través de Gacel Sayah, que está escrito de antemano, excepto para aquellos, muy pocos, que son capaces de borrarlo y escribir el suyo propio. ¿Podremos de ser uno de ellos o estamos abocados a nuestra predestinación?

El destino tiene trazas de fe. Por momentos aparece. Por momentos se pierde. Se te pierde. Pero siempre vuelve. Ya sea en una tarjeta personalmente dedicada, envuelta con papel de regalo y olor a pétalos de rosa que te entrega en mano un mensajero. O escrito en un trozo de servilleta de bar arrugada, dentro de un sobre con manchas de aceite y apestando a fritanga que un despistado cartero introdujo en tu buzón pero resulta que es del vecino.

El destino está para saltárselo. Más nos vale ir entrenando.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 29 de Marzo de 2017