Racataplá

La Semana Santa es un tambor con tornillos que se te clavan en el muslo. Tiene la piel suelta y está manchado con restos del año pasado, guardado sin limpiar con suerte los parches no están rajados al volver a sacarlo de su funda. El Miércoles Santo llega siempre de sorpresa, a veces lloviendo y con frío, a veces con sol abrasador y manga corta. Bendita Luna llena. Curioso cambio de hora. Me levanto por la mañana con tembleque en las manos y nervios en el estómago. Hellín tiene la culpa. Durante tres cuartas partes de mi vida he repetido hasta aburrir que hoy es mi día preferido del año y que no me lo perderé nunca. La Semana Santa es mucho más que procesiones.
Comenzar el día con un café en el Monterrey. Subir López del Oro hasta Las Valencianas, rodear el parque y subir hasta la Plaza, atravesar el Rabal plagado de gente con el racataplá zumbando rítmicamente en tus oídos, marcado por algún bombo que organiza el caos. El sonido te perseguirá varios días hasta en los ruidos más mundanos. Saludar a los amigos de La Bajera, tomarte algo en La Farándula, recordar a Manolo el Bambu. Y dejarse llevar, tocar hasta alcanzar ese punto que sólo se entiende con los palillos quemándote los dedos, la túnica negra, el pañuelo al cuello y sintiéndote al mismo tiempo parte del todo que te rodea y aislado del mundo, hasta que llega ese momento efímero de penumbra tras ponerse el sol, de noche pero con luz, la mítica hora azul. La hora de escapar a casa porque una retirada a tiempo es una victoria. Pero no te retiras. Y al día siguiente no has ganado. Estás perdido pero contento.
Han sido cerca de veinte años seguidos hasta que fallé por un viaje de trabajo al otro lado del charco. Y lo pasé mal, incluso tomando mojitos en el Caribe. Hay nostalgias irremediables. Ahora, con los pelos de punta mientras escribo, asumo que hoy echaré de menos tocar en Hellín. Nos vamos a quedar en Murcia como ya hicimos hace dos años. Decidimos romper los planes, pasar aquí las fiestas y nos encantó la experiencia. Veremos con la urbe apagada la Procesión del Silencio del Jueves Santo en la que salí alguna vez en esa adolescencia sembrada de contradicciones. Esa edad en la que no sabes si tienes convicción o simple curiosidad, esnobismo o pasión, egoísmo o imitación. La fe no se hereda, se gana a pulso. Como dice Franco Battiato: “Viva la juventud… que afortunadamente pasa.”
Me va a doler no estar hoy en la Ciudad del Tambor. Y eso que las tradiciones están para seguirlas. Aunque las tradiciones también están para cambiarlas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 23 de Marzo de 2016