Pablo salió de trabajar el 7 de octubre. Volvía a casa en bicicleta como cada día cuando su vida se detuvo. Un coche se lo llevó por delante. Seguro que en su cara había una sonrisa un segundo antes del accidente. Estuvo varios días en coma y cuando despertó nos miró, despistado, y sonrió de nuevo. Joder, la mejor sonrisa de nuestras vidas. Después volvió a dormirse envuelto en negrura y unos dolores que no se los deseo a nadie y esta vez pensamos que ya no volvía. O que volvía otra persona distinta a nuestro hermano pequeño.
Pablo abrió los ojos de nuevo, con kilos de menos y problemas de más, decenas de fracturas y heridas por el cuerpo. Horribles las que se veían, preocupantes las que se intuían, incomprensibles las que permanecían ocultas. Quería soltarse de la cama del hospital donde pasó más de un mes. Fueron noches eternas muertos de miedo en un estado constante de inconsciencia y pánico. Dicen que en esos momentos se recupera la fe, no he tenido nunca la suerte de sentirla, pero sí tuve sentimientos raros, especiales. Como cuando murió mi abuela Aurora. No he ido nunca a misa pero paso por el cementerio a hablar con ella siempre que puedo. Qué raro es el ser humano, qué anomalías tenemos en la cabeza.
Pablo se quedó sin trabajar, sin entrenar, sin estudiar. Tuvo que dejarlo todo por obligación: su trabajo, su carrera universitaria, sus scouts y su triatlón. Su vida. Pero la vida no se le iba a ir, no le tocaba porque lo que le toca es recuperarse paso a paso e ir retomando sus rutinas. Cuánto las echamos de menos cuando las perdemos. Puedo reconocer que algunas visitas al hospital eran medicina para nosotros, íbamos a animarle y salíamos animados, algunos somos tan débiles que se nos rompe un simple menisco y nos hundimos. Ahora tiene otro trabajo, ir a rehabilitación física y mental a diario. Trabajo duro, tajo que amarga y del que sale airoso cada día con esa sonrisa que nos desmonta, aunque le cueste escuchar, aunque le cueste ver, aunque le cueste andar.
Pablo nos ha demostrado muchas cosas en estos cinco meses: la entrega de la familia, el poder de la amistad, el apoyo de los compañeros, la profesionalidad de los médicos, la implicación de las enfermeras, el ejemplo del resto de enfermos recordándonos que siempre hay un pozo más profundo. Pablo tiene un don, devuelve más de lo que le recibe, sigue riendo cada día y la lección que nos está dando cada instante no se aprende en ningún sitio. Dice que la vida le ha dado otra oportunidad pero se equivoca, la oportunidad es la nuestra de tenerle desde 1993.
Vamos Pablo. Yo de mayor quiero ser como tú.
Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 2 de Marzo de 2016