Se hace raro salir del cine de ver una película de Nolan sintiendo que no has visto una película de Nolan. Eso sí, el efecto dura poco, el poso va cayendo y conforme se decanta y tu cabeza encaja el puzle que el magistral director ha preparado para ti, su figura emerge entre las escenas, la fotografía y la banda sonora, endulzando ese inicial y raro sabor de boca.
Es Oppenheimer una película diferente, una “biopic” que dibuja la vida de un personaje desde un punto de vista cinematográfico complejo. Diferente para ser de Nolan, claro, otra muestra de que su estilo es heterogéneo extremo. Coge Interstellar, la trilogía de Batman, Dunkerque o Memento y dime qué hay en común en ellas. Hay que rascar mucho para encontrarlo. Por eso nos gusta tanto este tío. Por eso de nuevo nos sorprende con esta joya que tiene más de sentimientos que de efectos especiales, más de luchas internas que de bombas atómicas, dibujando en esta ocasión dos líneas paralelas que no se tocan nunca y que en la pantalla están trazando los políticos por un lado y los científicos por otro, con “Oppie” en medio haciendo de las suyas: una vida personal compleja y una cabeza atormentada desde la primera escena, como buen visionario (para mal) de lo que su talento le ha obligado a descubrir. Esa constante pelea interior entre el éxtasis por los resultados obtenidos tras años de investigación y las consecuencias imprevisibles y fuera del alcance de los que las han hecho posibles, sacrificando prácticamente todo en el camino.
Salgo del cine pensando en las profundas motivaciones de Nolan para haber elegido este tema y haber titulado precisamente con ese brutal nombre su nueva película. Daría mi reino por poder preguntarle cara a cara, por poder entender qué necesidad había para poner una barrera nominal de semejante empaque delante del suyo propio. ¿Elegancia, generosidad, altruismo, filantropía, desinterés? Me extraña y me encantaría divagar con Christopher sobre ello, pues ya en Tenet se nombra a Oppenheimer y nunca este director da puntada sin hilo, pareciendo claro que existe un mensaje final con sorpresa a elección del espectador del estilo Origen.
Tres horas de película que pasan volando, la ejecución magistral de la historia en sus tres espacios temporales, en sus tres situaciones a la vez paralelas que te mantienen pegado al sillón del cine como hipnotizado a modo de paradoja cuántica comprimiendo el tiempo. Algo de culpa tienen aquí los soberbios actores que cargan sobre sus hombros la épica de cada instante, de cada escena, de cada conversación con cada delicioso gesto.
Salgo del cine cogiendo aire y con el miedo constante a una incontrolable reacción en cadena.
Habrá que recoger las sábanas.