Recuerdo mucho a mis abuelos. Recuerdo habitualmente sus historias, sus consejos, sus puntos de vista tan distantes a lo que éramos sus nietos a su edad. Les recuerdo y me vienen a la cabeza esas tardes interminables de verano en las que nos contaban lo que vivieron, lo que sintieron, lo que sufrieron y lo que disfrutaron a mediados del siglo pasado, que se dice pronto. Tres generaciones en un abrir y cerrar de ojos.
Siempre me llamó poderosamente la atención cómo eran capaces de recordar el año exacto de casi cada paso de su vida: en el 42 acabé el instituto, en el 54 llegué a Valencia, en el 48 conocí a tu abuelo, en el 57 compramos la casa de la playa tras una ardua discusión en la que esa decisión ganó a la de cambiar de coche, en el 66 recibí aquella famosa carta… Era como ciencia ficción su memoria, su capacidad de relatar historia y tiempo, a mí que me costaba acertar cien por cien incluso el año en el que estábamos.
Mucho ha llovido desde aquellos veranos eternos en los que incluso nos aburríamos (qué poco valorado está el aburrimiento, aprovecho para comentarlo), ha caído tanta agua que ahora soy yo el que recuerdo con pelos y señales muchas fechas de mi vida que antes habría que tenido que apuntar en el calendario que teníamos detrás de la puerta de la cocina. ¿Qué ha sucedido? No hablo de los nacimientos de los hijos, ni de la fecha de la boda, me refiero a tonterías que por algún motivo que se me escapa han quedado fijadas con día, mes y año. ¿Me estaré volviendo un poco abuelo? Las canas dicen sí.
Pero lo más curioso del asunto es que el tiempo parece ahora pasar más rápido, dejando como en cámara lenta el pasado, al que cuando vuelves en recuerdos avanza a la velocidad de un rayo. Y tres segundos más tarde te llega el sonido del trueno. Qué paradoja ver cómo se escurren las estaciones entre los dedos y al mismo tiempo somos capaces de fijar las memorias con superglue al córtex neuronal.
Concretamente en las dos últimas décadas soy capaz de decirte hasta la hora de momentos tan variados, buenos y malos, que me sorprendo a mí mismo, porque no todos ellos son importantes ni decisivos. O eso pienso yo. O eso pienso ahora. Quizá creo que son chorradas pero pueden ser los pasos vitales que tocará relatar a la prole. Quizá a mis nietos sean éstos los que pueda contarles al haber fijado en tiempo y espacio a mi cerebro.
Quizá por eso se están grabando a fuego. Qué bueno ser consciente de ello y poder comenzar a hilvanar las historias que algún día serán contadas.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
10 de julio de 2019