Que levante la mano quien no haya criticado alguna vez a los funcionarios. Yo el primero, que conste. Especialmente esa porción que trabaja de cara al público y nos saca de nuestras casillas cuando toca enfrentarnos a ellos por un asunto de vida o muerte para ti y rutinario para ellos. Esos que tendrían un cinco pelao en sus quehaceres diarios, si es que somos benevolentes y les aprobamos. Esos que hacen ruido (ruido feo) y han generado una pátina de soberbia y pasotismo, ganada en muchos casos a pulso para qué nos vamos a engañar, pero que dista de la realidad si investigas un poco a fondo.
En 2018 había en España unos tres millones de empleados públicos, de los cuales la mitad corresponden a la administración autonómica, un cuarto a las administraciones locales y un quinto a la nacional. Esto supone un porcentaje del 15% respecto al total de trabajadores del país, algo que tira por tierra la comidilla habitualmente manida de que tenemos muchos funcionarios. De hecho en Europa la media está en el 18%, con picos del 30% en muchos de esos países nórdicos de los que tan bien nos gusta hablar. Ay, cuándo dedicamos unos minutos a buscar datos.
Sea como sea, ¿cuántos de estos trabajan frente a frente con el ciudadano? Intuyo que debe ser una proporción menor, muchos más están detrás del telón, actuando entre bambalinas, ganándose con sudor su sueldo y solucionándonos muchos problemas. Vamos, lo mismo que en la empresa privada: gandules frente a trabajadores y los que escurren el bulto contra los que buscan soluciones. La vida misma.
Lo que me ha lanzado a escribir esta columna es lo poco que a veces pensamos y que se nos escapa en muchas ocasiones cuando ponemos a parir a estos funcionarios: lo que han tenido que luchar para conseguir su plaza, las palizas a estudiar que se han debido pegar, la intensidad de lo que aprenden para obtener una cualificación acorde al puesto al que aspiran, los sacrificios personales, familiares e incluso económico a los que se enfrentan y las posibles frustraciones de no conseguir plaza a la primera, a la segunda o quién sabe si nunca. Tener cerca un opositor te abre los ojos en muchos aspectos.
Me cuentan que antiguamente la cosa era diferente y resultaba bastante más sencillo conseguir el trabajo que muchos siguen soñando y que incluso si sacabas la plaza de maestro podías “traerte” a tu cónyuge contigo si tenía plaza en otro lugar (derecho de consorte le llamaban, creo recordar). En esto no sé si hemos avanzado o retrocedido, sólo tengo claro que necesitamos más profesionales implicados en poner esto en orden con educación y sentido común, sean públicos, privados, astronautas o limpiabotas.
Que vamos faltos.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
2 de octubre de 2019