Si el poso que ha quedado a mis hijos tras el último capítulo de “Lost” ha sido la frase que da título a esta columna, es que todo ha merecido la pena. Y es que es verdad, en el fondo todos son buenos, como en la vida misma y el día que entendemos eso mejoramos personal, familiar, social y empresarialmente. La vida nos lleva, nos deja actuar, nos permite decidir. Pero el final es el mismo para todos, siempre.
El segundo visionado de la por muchos considerada mejor serie de la televisión ha superado con creces la primera, cuando teníamos bebés en lugar de adolescentes. Ellos han cambiado y poder disfrutar de más de cien capítulos juntos será posiblemente recordado en su madurez como algo precioso. Los protagonistas también han cambiado, ya no solo durante las seis temporadas, que también, el paso del tiempo es sosegado en ellos y ver sus fotos actuales tras veinte años, te da un tortazo de realidad tan impactante como necesario.
Y nosotros, los padres de estos chavales que hoy tienen 16 y 15, debemos también haber cambiado radicalmente para llevar años con los recuerdos sobre esta obra maestra atrofiados, pensando que las cuatro primeras temporadas son geniales y las dos finales de relleno. ¿Qué pasaba por nuestras cabezas? La serie gana con cada minuto, con cada pieza encajada, con cada personaje. Qué absoluta maravilla es formar parte de este universo que dudo jamás sea superado a nivel de guion. Y qué actores, cómo evolucionan al compás de la serie, acabando por tener una propia fuerza de gravedad cada uno que tira para las esquinas de la pantalla, equilibrando una historia única, pero a la vez universal.
El propósito vital como leitmotiv de la trama, las cargas que cada uno arrastra, los quiero y no puedo, los mil “que pudo haber sido”, los complejos y las ambiciones, las cuentas pendientes, las ilusiones y las decepciones. Todo ello tejido de una forma tan brillante que cala hasta los huesos. Todos son buenos, todos son protagonistas principales, todos somos ellos, ellos son nosotros, nos vemos reflejados en cada acción, en cada decisión, en sus bondades y maldades.
Poco importa el humo negro, la iniciativa Dharma, el accidente de avión, la isla o el purgatorio… la escena final me ha puesto un nudo en la garganta y lagrimones tamaño XL. Un ojo abriéndose, o cerrándose según se mire, una mirada en paz y un hasta pronto, Jack.
Si no has visto esta serie, no puedes dejar de hacerlo, y si la has visto hace unos años, vuelve a hacerlo y disfruta otra vez de cómo tú mismo te sientes “encontrado”, o al menos así me he sentido yo con esta deliciosa revisión.
O quizá podamos llamarlo, iluminación.
Porque la luz que tenemos dentro es gran culpable de que todo encaje.