“Hace veinte años, una Nochebuena, mi mejor amigo mató a su hermana y se tiró por un barranco.”
Con este puñetazo (real para más señas) comienza “El dolor de los demás”, la última novela de Miguel Ángel Hernández (@mahn para tuiteros). Por poca sensibilidad que tengas te va a remover al menos un poco por dentro, pero si eres murciano y nacido en 1977, como él y como yo, te va a coser a sus páginas desde el primer instante, ese de peligro, pues inevitablemente te vas a ver reflejado en más de una de sus piezas narrativas, de sus momentos.
No recuerdo cuando fue la última vez que devoraba un libro con esta necesidad, ansia por momentos, y en dos sentadas, literal, me lo he tenido que terminar. No había otro remedio.
El dolor de los demás es una novela que cuenta una novela, es la historia de un cómo, de un proceso, de una vuelta atrás para no perder lo de delante, de mirarse por dentro para poder respirar por fuera. Es una maravilla, es un obligatorio, es una joya.
Basado en un vivencia real y contado a dos voces, que en realidad son la misma, en dos momentos del tiempo, como si de un coro dual e inter-temporal se tratase, Miguel Ángel nos va envolviendo en sus miedos, sus temores, sus necesidades. Porque este libro, sin ser psicólogo, queda claro que era necesario, al menos para él. La buena noticia para el resto de nosotros es que de su necesidad hemos salido todos ganando, haciéndonos parte de un fino hilo que partiendo de la Huerta de Murcia arrambla con otros escenarios comunes en los que es obligatorio sentirte solo en medio de un millón de personas.
Si me asomo por la ventana de mi casa veo esa huerta atravesada de carriles, veo el Cabezo de la Plata y veo Los Ramos. Si me esfuerzo solo un poco veo las mesas del Yeguas, la tapia, la explanada y el barranco. Veo al Nicolás y la Rosi. Los siento.
El libro es el intento de escapada de esa adolescencia más culpable e hijaputa, la que te mantiene en tierra de nadie, entre los dos mundos en los que se cimenta tu vida. Por abajo la niñez, eterna en la memoria. Por arriba la edad adulta, eterna en el momento y la duración. La incomprensión e impotencia de la vuelta a ninguna parte. La no aceptación de la muerte como problema propio y ajeno.
Podría decir que el libro, en el fondo, trata del miedo. O ese sabor de boca es el que a mí me ha dejado.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
28 de noviembre de 2018