París y los sueños infantiles

Tengo cuatrocientas y pico palabras (me temo que esta vez van a ser más) para intentar comprimir lo inabarcable, describir las sensaciones que despierta París en el viajero, los rincones más comunes, las sorpresas menos conocidas y, tras cinco veces en más de veinte años por sus calles, decido que puedo atreverme a probar. Allá vamos.

Partamos de la base de que no es lo mismo viajar solo, en pareja, acompañado de amigos o hacerlo en familia. He estado en la capital de Francia en todos los casos anteriores y además, tanto por trabajo como por placer, que tampoco es lo mismo. Sea de la forma que sea, os cuento hoy aquí la última visita, con mi mujer y mis hijos que, al ser ya casi adolescentes, lo han hecho todo más fácil.

Llegamos pronto, hay un vuelo de Alicante muy temprano, lo cual ayuda a aprovechar el primer día, ese que a veces se atraganta entre maletas, aeropuertos e indecisiones. A patear Montmartre y sus callejuelas de película, vistas de órdago y el Sacre Coeur y la Place du Tertre como epicentros sobrevolando los Grandes Bulevares. La tarde, con guía, fue exprimida desde el Ayuntamiento hasta el Louvre, pasando por Notre Dame, el pont Neuf, el de les Arts, la Rue Rivoli, los preciosos relojes del Museo de Orsay y el otro no menos impactante y con leyenda incluída de la Torre del Reloj en el edificio fortificado de la Conciergerie, que durante la invasión nazi fue centro del alto mando alemán, pelos de punta al imaginar las esvásticas colgando de los balcones, para terminar la marcha en la verde explanada de los Inválidos, coronada con su imponente cúpula dorada, tumba de Napoleón. Luego un paseo en barco nocturno con truco/sugerencia (cena de supermercado con bocatas y vino en una ventana) y reventados al hotel. El peaje necesario de ir a EuroDisney nos tomó un día completo en el que disfrutamos tanto niños como adultos, de montaña rusa en montaña rusa, al parecer algo descafeinado el show por las restricciones Covid.

El tercer día de nuevo paliza, con subida a la Torre Eiffel y caminata al Trocadero, con uno de mis momentos preferidos de esta ciudad: cruzar el Sena en ese metro al aire libre que proporciona quizá las mejores vistas de la gran torre metálica, apareciendo como por arte de magia entre los inconfundibles edificios parisinos. Por la tarde lluvia y comida por las calles del Barrio Latino (Rue de la Harpe especialmente recomendable) y visita obligada a la Saint Chapelle (mi primera vez en tanto tiempo y menudo Stendhalazo, madre mía). La guinda a esa noche la pusimos paseando por la ribera del Sena, disfrutando de una cerveza con el agua a nuestros pies y la hora azul pintando magistralmente las majestuosas vistas. Último día, paseo de despedida desde la Ópera a La Sorbona, pasando por la Madeleine, la Plaza de la Concordia (con su tri-milenario Obelisco), los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo y el de Carrusel y los Jardines de Tullerías, exprimiendo las horas antes de la vuelta, un vuelo nocturno que también ayuda a estirar todo un poco.

En resumen, una de las capitales del mundo, ciudad eterna, que me ha gustado mucho visitar en esta época del año, con días más largos, luces más moldeables, clima más benigno para un español del sur… París es una ciudad sin mar, pero con un barco en su escudo y un lema del que tomar buena nota: “Fluctuat nec mergitur”. A destacar, como siempre, su excelente transporte público, usando constantemente el metro, cercanías y sobre todo las patas que para eso las tenemos, pero echando de menos haber probado una bici, especialmente tras ver cómo la ciudad ha vivido una revolución en su movilidad urbana. Volveré para probarlas, ya había visitado París a pedales hace mucho tiempo y la experiencia no fue del todo satisfactoria, lo que pasa con cualquier ciudad que no se atreve a apostar decididamente por los medios de transporte saludables. Alcadesas valientes, ciudades que evolucionan.

Mi mujer y yo ya éramos unos enamorados de París, ahora mis hijos, que van conociendo poco a poco una pequeña parte de Europa, dicen que es su ciudad preferida e incluso fantasean con venirse aquí a estudiar. ¿Y quién soy yo para cortar sus sueños?

Nacho Tomás
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La Verdad de Murcia
Septiembre 2021

De Cartagena a Bilbao.

Me moriré con la espinita de no haber visto las Torres Gemelas. Dos viajes a New York y la mirada continuamente perdida hacia donde deberían haber estado. Ya pueden construir lo que quieran, eran insustituibles. Algo parecido sucede con Bilbao, o eso me dicen, pero al revés: lo de antes se queda en mantillas con lo que hoy en día te encuentras paseando por su ría, por su casco viejo, por sus callejuelas. Cuando me cuentan esto los vizcaínos me viene a la cabeza cómo ha cambiado nuestra Cartagena. A mejor, por supuesto, con su giro al mar, apertura y caída de muros, pasando de ser la ciudad más sucia de España (palabras del Ministerio de Medio Ambiente en 2011 y de la Organización de Consumidores y Usuarios en 2003) a una de las más bonitas y atractivas del Mediterráneo.

He estado en Bilbao dando formación este fin de semana, donde me han tratado de lujo como siempre que voy al País Vasco. Despegamos el jueves por la tarde de El Altet con algo de retraso destino Sondika, aeropuerto mítico y terrorífico. La luz de «abróchense los cinturones» no se apaga en todo el vuelo. La voz del comandante se cuela entre las canciones que suenan por mis auriculares. Me gusta escuchar música en modo aleatorio. Toca Interpol. Seis de la tarde hora prevista de llegada, cielos cubiertos y quince grados. Una toallita de manos. Turbulencias, viento, miedo y flaps. Frenazo, colas y el habitual cacheo. Risas tontas y nerviosas. Llego a la capital de Vizcaya, dejo la maleta en el hotel y salgo a correr sin pensarlo mucho. He convencido a mis socios para acompañarme, nunca es tarde para contagiarse del turismo deportivo.

Bilbao - Nacho Tomás - Cartagena

Por ningún lado encuentro restos de su era industrial, llena de contenedores de carga, gris y triste. He buscados fotos por internet y cuesta creerlo. Recorro la orilla de la ría con la boca abierta, qué preciosidad. Plazas, fachadas de edificios y estaciones me recuerdan por momentos a Berlín. Agua, limpieza y bicicletas me recuerdan por momentos a París. Gran sorpresa. Me quedo embobado cruzando sus puentes, admirando sus plazas y estaciones. Incluso me encuentro varios mítines electorales. Esto es inmersión. Ruta por la zona antigua, la Plaza del Arenal, Plaza Nueva, el Teatro Arriaga y la Catedral. Pinchos y calimocho en Ledesma y Egaña.

Volviendo al sur, puede que el Teatro Romano cartaginés haga las veces de Museo Guggenheim vasco, atrayendo al turista y al curioso, pero hay mucho más. Infinitamente más. El puerto, el ayuntamiento, la calle Mayor, el Batel y sus numerosos museos. Cómo has cambiado Cartagena, qué gusto volver a verte. Y cuánto podrías aprender de Bilbao. Y Bilbao de ti. Cuánto pueden aprender unas ciudades de otras. Ahora que lo pienso, sólo me falta salir a correr por tus calles, con esto de tenerte tan cerca nunca me lo he planteado. Ya tengo un objetivo.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 28 de Septiembre de 2016

Fecha original de publicación:28 septiembre, 2016 @ 07:59

A vivir que son tres lustros.

Recuerdo perfectamente dónde me encontraba el 11S. Como todos, claro. En Murcia era festivo y yo estaba acabando de estudiar la carrera. La noche anterior trabajé hasta la madrugada repartiendo pizzas por lo que me desperté tarde. Mi madre, mi hermano y yo estábamos comiendo mientras oíamos a Matías Prats y su aquel «¡Dios Santo!» que se nos quedaría grabado a fuego para el resto de nuestras vidas. El corresponsal con el que hablaba en directo desde Nueva York era Ricardo Ortega, asesinado en 2004 en extrañas circunstancias en Haití. Ambos temían que la antena de una de las Torres Gemelas cayese. Lo he vuelto a ver en YouTube y he vuelto a emocionarme. Vivamos, que se nos escurre.

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Twitter me gusta por diversos motivos y hoy os voy a contar uno de ellos. Cuando me uní a esta red social (hace ya un lustro) una de las cosas que me sorprendió fue que podías sentir muy cerca a personajes que viven a distancias abismales. Distancias geográficas, ideológicas o de cualquier otro tipo quedan recortadas al leer sus tuits o ver sus fotos. Al principio seguía deportistas, grupos de música, políticos y conocidos. Luego fui interesándome por asuntos más concretos con el objetivo de empaparme de las noticias desde otro punto de vista. Comencé a hacer listas de periodistas por un lado y jefes de prensa por otro. Tarea divertida a la vez que interesante pues permite contrastar diferentes enfoques de las informaciones para sacar luego tus propias conclusiones. Poco ha cambiado la forma de actuar de unos y otros en esta larga temporada. Lo que sí han cambiado son los soportes. Y mucho.

Ari Fleischer, que por aquel entonces era jefe de prensa de la Casa Blanca, se lanzó el domingo a contar su experiencia en una especie de diferido tiempo real. Os recomiendo buscar su perfil y revivir de su mano aquellos momentos. Tuiteó cómo recibieron la noticia en el colegio de Florida, cómo el Presidente George W. Bush gestionó la situación y cómo él mismo iba tomando notas y fotografías de lo sucedido. Colgó vídeos inéditos en los que se puede ver cómo los F16 escoltaban al Air Force One, detalles de los instantes confusos en el despacho del avión y del momento en que incluso entraron a un búnker. Me encanta ver las caras de los protagonistas en estas imágenes totalmente alejadas de las habituales portadas de los periódicos y las televisiones. Rostros cercanos, compungidos, directos, reales y sin maquillaje. Sin ningún tipo de arreglo. Curioso analizar a toro pasado la información que se fue distribuyendo a los corresponsales. Como en otros tantos momentos de crisis, qué importante es decir siempre la verdad.

Así es como me gusta Twitter, alejado de las malas babas y los buscadores de notoriedad, broncas o conspiraciones. Paranoia. Sigue siendo mi medio de comunicación preferido y por hilos como el creado por Fleischer sigo manteniéndome fiel a esta plataforma. Que dure.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 14 de Septiembre de 2016

Fecha original de publicación:14 septiembre, 2016 @ 16:13

Viajar desde Murcia… ¿Misión imposible?

Era febrero de 2016 cuando en estas mismas páginas escribía una de las miles de anécdotas que como viajero de tren habitual entre Murcia y Madrid sufro (o sufría) a menudo en estos trayectos. «Los trenes eternos» puse por título a aquella columna que, mal que me pese, sigue tan vigente como hace un lustro. Que se dice pronto.

Tras el parón de viajes por el Coronavirus, hoy mismo (escribo en marcha) retomo los viajes a la capital de España. Creo que es la primera vez en mi vida que estaba más de un año sin pisar Madrid y, quizá por el olvido al que todos hemos debido someter nuestras experiencias tras la traumática pandemia, no recordaba (o como diría aquel, no quería acordarme) el cuerpo de trapecista que a uno se le queda en estas peripecias. No es esto algo nuevo, claro está, varias décadas de promesas incumplidas, de proyectos sin sentido y de brindis al Sol que dejan a los murcianos en la misma casilla de salida cuando queremos movernos por la península. Atentos.

Para la ida nos han metido en un autobús desde Murcia a Albacete (aun cuando lo comprado era un billete de tren), una escala de media hora en Los Llanos y luego un AVE hasta Atocha. La vuelta, pasado mañana, será en tren de alta velocidad hasta Orihuela, pero claro, sumándole la espera en la vecina ciudad alicantina y el último sprint (puede usted reírse) de acercamiento en Cercanías hasta El Carmen, llegaré a casa casi al mismo tiempo que llegaba antes cruzando La Mancha.

Entiendo, suelo ser fácil de convencer cuando el que me habla tiene argumentos de peso, la dificultad de organizar y vertebrar las comunicaciones en una ciudad, en una región, en un país o en un continente. Por eso me pregunto si los que se sientan a pensar sobre las opciones que hay encima de la mesa son protagonistas luego de las decisiones que ellos mismos toman.

Al igual que en otras tantas facetas de la vida, solo pido un poco de empatía, algo de cariño y mucho conocimiento de causa a cualquier persona que tiene mano en algo, que de sus acciones dependen otras personas. No estamos haciendo bien las cosas cuando la distancia entre los despachos y la calle cada día es más grande.

Pero claro, para pedir soluciones quizá hagan falta personas a la altura y desde luego que, visto lo visto últimamente, de altura política, que en el fondo suele ser el origen y final de todos los males de la ciudadanía, andamos bastante escasos en esta parte del mapa.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
Abril de 2021

No lo dudes, vete de Murcia.

No acabo de entender eso de sentirse orgulloso de algo que no has elegido. Eres blanco como podías haber sido negro, alto como podías ser bajo, rubio como podías ser moreno y tienes los ojos azules como podías haber nacido ciego. Naciste en tu ciudad como podrías haberlo hecho en Vladivostok. Has crecido en tu país de pura casualidad. Nada de esto lo has decidido. Ni te lo has ganado o merecido. Ha sido simplemente suerte, o desgracia en algunos casos.

Entiendo más coherente sentir orgullo de tu ideología, de tu equipo de fútbol o de tu cerveza preferida, con matices se supone que son elecciones personales. Es habitual encontrarnos con personas que sacan barriga cuando hablan de su tierra, de su ciudad o de su pueblo. Algo comprensible y extendido pero poco lógico. Muchos de ellos no ven o han visto más allá de su provincia y sientan cátedra alabando las bondades de su gastronomía, su clima, sus paisajes o sus gentes. Muchos de ellos son murcianos, esos murcianos profundos que tanto daño hacen al resto de murcianos. Ojo, tampoco en esto somos el centro del mundo, sucede en otras ciudades y en otros países. A ver si no va ser culpa del sitio de nacimiento sino de las malas cabezas de algunos.

He estado una semana de vacaciones por el norte de España: Zaragoza, Vitoria, San Sebastián y Pamplona. Qué ciudades, qué paisajes, qué arquitectura. ¿Mejores que las nuestras? No. Sin ninguna duda. Diferentes únicamente, por ello se convierten en valorables y por tanto criticables o aplaudibles una vez visitadas. Y eso que ha sido una observación rápida. Es un placer escuchar lo que tiene que decir tanta gente que vive allí ahora y antes lo hacía en otros lugares. Abrí bien las orejas cuando un amigo me dijo: ¿Parece que si te cuentan el tema vasco desde dentro se entiende un poco mejor, verdad? Frase que define perfectamente los sentimientos cuando sales de tu cerrado círculo geográfico o social.

Por eso no lo dudes y vete de Murcia. Sal y conoce mundo. En los viajes se aprende siempre, no es necesario cruzar a otro continente para cambiar el chip de manera drástica. Sorprende cómo sólo a unas horas de tu vivienda se modifica tan radicalmente el comportamiento de las personas, el diseños de las ciudades, los movimientos económicos. Escapa y disfruta con la mente abierta de otras culturas, otros sueños, otras verdades. Y qué gusto también encontrar esas curiosas y pequeñas coincidencias en ciertos matices que por supuesto existen y son las que nos hacen humanos. Las que en el fondo nos convierten a todos en iguales.

Vete. Y vuelve, claro. Apreciando mucho más lo que aquí tienes, saboreando cada momento en tu tierra, con tu comida, tus parajes y tu gente. Ahora sí, con conocimiento de causa y argumentos de peso para defenderla.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 13 de Julio de 2016

Fecha original de publicación:13 julio, 2016 @ 14:46

Los trenes eternos.

Tengo la suerte de viajar mucho. Tengo la mala suerte de vivir en Murcia para ello. Seamos sinceros y partamos de la base de que residir en una esquina del país predispone a estar lejos de la gran mayoría del resto del territorio. Llegar a Barcelona son casi cuatro horas en avión sumando el traslado al aeropuerto de Alicante que suelo realizar en autobús. La otra opción es sobre ruedas. Sobre ruedas metálicas. Hoy escribo en marcha, es sábado por la tarde y vuelvo a casa en tren desde la Ciudad Condal, salí a las cinco y llegaré pasadas las doce de la noche. Vine en avión pero la mala combinación de horarios me obliga a esta opción para la vuelta. Voy literalmente dando tumbos en una locomotora que circula haciendo algunos tramos del trayecto marcha atrás. Siete horas y diez minutos de travesía a una media que supera por muy poco la velocidad de ochenta kilómetros por hora. Es una experiencia religiosa recorrer el archifamoso Corredor Mediterráneo a bordo de unos vagones que deben ser de mi quinta. Cafés a dos euros y menú de bocadillo a ocho. Sin enchufes, comida ni prensa aunque viajes en preferente y escuchando chirridos continuos (“sonido agudo, continuado y desagradable producido por algo que roza o que está mal engrasado” dice la RAE y clava mis sensaciones). Este Talgo para hasta en el último pueblo imaginable y si no hay pueblo paramos en medio de la nada para dejar paso a otro convoy que viene de frente, maravillas de la vía única. De wifi ni hablamos y hasta hace bien poco los revisores te miraban raro si les enseñabas un billete electrónico en la tablet: ¿Y cómo se pica esto? Eso sí, las vistas son preciosas desde los acantilados de Tarragona hasta la Vega Baja del Segura. Técnicamente ya será mañana cuando pise suelo murciano. Intento dormirme un poco hasta que la bandeja del asiento de delante me cae encima ruidosamente dejándome sin sueño y al borde del infarto. En el caso de Madrid tres cuartos de lo mismo, cuatro horas y pico sin cobertura mínima de móvil en la mayoría del recorrido. Últimamente intento que mis reuniones en la capital comiencen pasadas las diez y media de la mañana para poder ir y volver en el día, aunque ello suponga sumar más de nueve horas de traqueteo y llegar a casa destrozado. Qué paradójico resulta pegarse el madrugón y llegar por los pelos una eternidad más tarde. Al menos esos días no arrastro más equipaje que el portátil y puedo disfrutar de mi paseo en bici por unas calles de Murcia totalmente vacías cuando antes de las seis de la mañana me dirijo a la Estación del Carmen o rondando la media noche pedaleo de vuelta hacia mi cama.

 

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 3 de Febrero de 2016

Volver a volar

Probablemente mientras tú leas esto yo esté de nuevo montado en un avión. Tras seis meses sin salir de un radio aproximado de cien kilómetros pongo rumbo a una importante reunión de trabajo aplazada eternamente para encarar todo un curso por delante. Cruzo dedos mientras enseño la tarjeta de embarque para entrar al aparato. La última vez que subí a uno fue el 7 de marzo, horas antes de que mi mundillo de reuniones, viajes, eventos, congresos y formaciones presenciales saltara por los aires. Como tantos otros.

Inicialmente pensé que me costaría mucho más estar tan quieto, aceptar el inevitable cambio, adaptar una buena parte del trabajo que realizaba presencialmente a la “nueva” situación online (aquel que se ha podido amoldar, otro ha muerto quizá para siempre). Incluso cuando otra buena parte de lo que diariamente desempeñábamos antes ya muchas personas era telemático hay otra pata, la comercial concretamente, que naufraga con la distancia social. Es como si fuera lo mismo, pero no. Difiere bastante.

Como curiosidad me he puesto a sacar un listado, que no cabe en las 400 palabras de la columna, de los lugares en los que principalmente por motivos laborales he estado (presencialmente, por si hace falta aclararlo) en los últimos años y mientras los enumero no dejan de visitarme recuerdos tanto geográficos como, especialmente, de las personas que allá conocí: ciudades de prácticamente todas las provincias españolas y otros veinte países de cuatro continentes.

No creo que en la media vida que me queda (siendo optimista) vuelva a visitar tantos lugares ni reunir tantas nuevas experiencias. O sí. Esta nueva normalidad a la que mientras no vuelvan a confinarnos tendremos que enfrentarnos nos puede traer alguna sorpresa como el desayuno en una caja de cartón entregado en la habitación en lugar de mi tan añorado buffet libre.

He perdido la cuenta de las horas que delante del ordenador, he tenido que cambiar hasta la silla del despacho, viajando continua y virtualmente a Skypes, Zooms y Teams en cientos de lugares sin moverme de casa. Es otro modo de viajar, eso sí. Ganando tiempo y ahorrando contaminación, pero perdiendo algo que mucha gente echa de menos, el tan necesario contacto personal. A ver cómo afecta esto a nuestros hijos.

Volvemos a volar (presencialmente, por si hace falta aclararlo) y es como si fuera lo mismo, pero no. Difiere bastante.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
23 de septiembre de 2020