Hubo un tiempo en que las multimenciones en Twitter impedían discutir con fluidez. Se comían el espacio y, de los 140 caracteres, sólo quedaba un resquicio para aportar poco más que un «de acuerdo» o «no opino igual». La mayoría de veces te veías en una de esas de repente, a modo de metralleta lanza SPAM, sin posibilidad de salirte de la conversación.
Actualmente la última moda tuitera de los gurús de pacotilla es etiquetar al personal en fotos, carteles de eventos, fotos de paisajes y hojas de flores con gotas de rocío. Por no hablar de las frases de motivación y autoayuda que no se cree nadie, y menos el que lo publica. Pero nada comparable a la nueva técnica que está causando furor: tuitear fotos sin fuste sacadas de Google etiquetando al máximo permitido de 10 cuentas. Abordando cualquier tema: comidas, frases cursis, cafés…
Y yo me pregunto: ¿Para qué? El objetivo parece claro, escalar puestos en el ranking de Klout, ese índice de influencia en Redes Sociales que no funciona bien pero es el menos malo de los que existen. Obsesión total con el dichoso marcador. El lado oscuro del asunto es que la influencia que creen haber obtenido estos sujetos es fácilmente desmontable abriendo un poco los ojos, observando que siempre son las mismas personas las que interactúan con ellas. Su círculo. Esa caterva etiquetada que retuitea con fe.
Son expertos en meterse en conversaciones ajenas, parasitar #hashtags con cierto éxito, lanzar encuestas chorra de asuntos banales… Joyitas, vamos, que llenan de basura nuestros timelines.
En Facebook pasaba, y aún sucede, tres cuartos de lo mismo, pero al menos cuando te etiquetan puedes permitir o no que se publique en tu muro e incluso eliminar la etiqueta, librándote del aluvión de notificaciones.
Estos gurús de quita y pon no se cortan y, con las cuentas corporativas, publican contenido propio en otras fanpages directamente, e incluso alguno usa a sus clientes para beneficio propio. Sin olvidarnos de aquellos que lanzan alabanzas en tropel a ciertas marcas y productos, siendo compartidas por sus trabajadores y colaboradores. Pero claro, cuando aquellos dejan de ser clientes, arremeten enfurecidos criticándoles y airenado sus vergüenzas. Seguidos, por supuesto, de sus acólitos. En cierto modo son trolls, todos ellos. Autómatas.
Pero lo anterior es superado con creces por las dos acciones que más vergüenza ajena me producen, relacionadas con la total carencia de relevancia, de contenido de calidad y de un mínimo de profesionalidad. Esas empresas que lanzan, todas a la vez los tuits más recurrentes del mercado, sin analizar a la competencia ni importarles convertirse en gotas del océano: «Hoy es 29 de Julio, felicidades a todas las Martas.» o la guinda: «Por fin es viernes.»
Coherencia, señores. Que andamos faltos.