Es una pena.

Es una pena que nuestros teléfonos ya no tengan botones. Y que tengan más memoria que nosotros que ya no recordamos los números de nuestros amigos ni los de nuestros familiares. Los números de teléfono tenían algo especial, no eran una sucesión de cifras cualquiera, decían algo. Sonaban. Siempre. Pero ya no los tocamos, ya no los sentimos. Ya no suenan, ya no hablan. De hecho ya ni son nada porque nadie se acuerda de ellos. El pitido de los nuevos smartphones al rozar sus pantallas planas no hace más que recordarme que olvidé qué teclas pulsaba cuando te llamaba. Hemos vivido cómo los prefijos pasaban de ser el viaje a otros mundos a eliminar de un plumazo cualquier atisbo de lejanía. Incluso para llamar al vecino tienes ahora que añadir el 968, el 967 o el 91. Un cambio radical en nuestras vidas. Y lo soportamos.

Es una pena que nuestras cuentas corrientes ya no tengan pesetas. Muchos de nosotros necesitamos varios años para dejar de pensar en ellas a la hora de cualquier precio en euros. Otros morirán en el intento. ¿No había otra equivalencia más complicada que 166,386? Qué mala leche los alemanes y su sencilla paridad 1 a 2. Con las pesetas ser millonario estaba a nuestro alcance. Pero nos fastidiaron bien. Pagos mensuales en un billete. Con los euros todo iba a ser más barato y más mejor. Pero quedan pocas cosas no hayan duplicado su precio. Monedas grandes que se redondean hacia arriba. Monedas pequeñas que no sólo sirven para rellenar huchas. Morriña de los cinco duros. Y de nuevo lo soportamos.

Es una pena que nuestras matrículas ya no tengan señalada la provincia de procedencia. Tuve un Seat Panda negro de cuarta mano, con placas M – IT. Algunos me decían que no fuera con él a Barcelona. Algunos ponían sus propias pegatinas cantonales. Algunos matriculaban sus coches en ciudades que tenían iniciales divertidas. El juego estaba servido. Y para juegos el de jugar con tus hermanos y esas letras en los viajes eternos. Compáramelo con las tres actuales seguidas de cuatro números. No hay color. Encima ya no sabemos quiénes son los forasteros de nuestros pueblos. Nos han destrozado otra vez. Y hemos vuelto a soportarlo sin rechistar.

Nos quieren igualar a Europa en cosas banales, pero nos han quitado lo realmente importante de la vida. Nuestros botones, nuestras pesetas y nuestras matrículas. Estos gobernantes nos llevan locos. Ya lo decía uno de mis grupos favoritos: “Correr a ciegas es como retroceder, aquí no queda nada claro.”

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 6 de Abril de 2016

Fecha original de publicación:6 abril, 2016 @ 21:34

Instrucciones para gobernar un país.

Es reconfortante ver cómo la verdadera política se abre de nuevo hueco en España. Desde principios de los ochenta no hemos vivido otra cosa que alternancia de arrastre de unos y otros: jefes de gobierno poco capacitados obligados sin criterio por minorías aprovechadas, conducidos sin escrúpulos por ministros mediocres y bendecidos sin sentido por jefes de estado caducos.

En unos días se cumplen tres meses desde que votamos en las últimas elecciones generales. Un acto en el que volcamos nuestras ilusiones y del que salimos escaldados, como suele pasarnos siempre que nos emocionamos demasiado en algo sobre lo que no tenemos el control absoluto. Los principales actores de nuestro panorama político han dado rápidas aunque poco sorprendentes muestras de incompetencia, de soberbia o de ambas cosas, dejando a la luz su dejadez, su impotencia, su chulería, su egoísmo. Nos hemos ganado esta estampa grandiosa, especialmente apta para adictos a la estrategia y vamos a divertirnos viendo su continua incapacidad de demostrar un mínimo de entendimiento en este Conecta-4 en que se ha convertido el Congreso de los Diputados. Baile de salón con incesante intercambio de parejas. ¿Me permite, señoría?

A veces fantaseo imaginando lo fácil que sería para un equipo de gestores afrontar el cuello de botella que estamos sufriendo, un grupo formado por personas acostumbradas a luchar a diario con aquellos que no piensan como ellos y a los que, milagrosamente, no tachan de enemigos sino de constructivos y diferentes puntos de vista. Unas personas que piensen en la distante y necesaria “bigger picture”, como se suele decir en inglés, y no en la zanahoria, al alcance claro, que tienen en las narices. Perspectiva, se llama. Objetividad.

Hace poco se publicó el último Barómetro del CIS. Tiene cuarenta y cinco páginas, como un relato corto de esos que suelo devorar leyendo. Alguien me dijo hace tiempo, no recuerdo cuándo ni dónde, que merece la pena echarle un ojo de vez en cuando a este tipo de publicaciones y yo, que soy un mandado en lo que a informarse se refiere, he sacado tiempo y lo he examinado tranquilamente. De todas las preguntas que comprende la encuesta en general, que son casi setenta, me quedo con esta: ¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? Ordenados por orden de importancia los principales inconvenientes que los encuestados sufren son estos: El paro, la corrupción y el fraude, los políticos en general, los partidos y la política, los problemas de índole económica, los problemas de índole social, la sanidad y la educación.

Vaya, esto son unas instrucciones en toda regla para el Presidente del Gobierno que nos viene. O no, quizá no venga, quizá no haga falta. Noventa días después de las elecciones va a ser difícil convencernos ahora de que lo necesitamos para algo.

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 16 de Marzo de 2016

La mona y la seda.

Cualquier físico cuántico sabe que son cuatro las fuerzas fundamentales que mantienen en equilibrio el universo tal como lo conocemos. Cuatro interacciones que moldean lo que nos envuelve: electromagnetismo, gravedad, fuerza nuclear débil y fuerza nuclear fuerte. Ellas son las culpables de que todo, todo, todo, sea como es, así de sencillo, ni más ni menos.

Del mismo modo cualquier mortal conoce la existencia de otra fuerza devastadora, bastante más potente que las cuatro anteriores y que mantiene o ha mantenido en equilibrio la sociedad tal como la conocemos o la conocíamos. Un impulso que construye en nuestra mente las personalidades de los que nos rodean, que decide por nosotros aunque a veces ni nos demos cuenta y que nos impide dar ese primer paso tan necesario casi siempre a la hora de tomar cualquier decisión en nuestras vidas.

Esta tremenda fuerza se llama prejuicios y ya es hora de superarlos. Un amigo psicólogo me explica el origen de esta predisposición mental a intuir ciertos comportamientos por parte de otras personas argumentando que en función de la educación recibida y del ejemplo de nuestros padres y familia llegaremos a ser tan tontos como para sentirnos capaces de adelantar cómo es alguien por su aspecto.

Un amigo filósofo defiende la importancia de las propias experiencias vividas y cómo, cuando van acompñadas de rasgos que destacan especialmente en una persona, somos capaces de asociar su comportamiento a ese aspecto tan llamativo, focalizando todo en torno a esa concreta cualidad. Ponerse un abrigo de pieles, ser rubia de bote, ir engominado, llevar camisa de manga corta, pantalones de cuero, gorra o sombrero. Estar muy gordo o muy flaca, lucir joyas de oro, ser homosexual, del Real Madrid o del Barça, solterona o cincuentón. Vestir demasiado clásico o demasiado moderno, llevar mechas o ir rapado. Madrugar mucho, acostarse tarde, reír exageradamente. Llevar rastas, taconazos, camisetas con escote para hombre o siempre corbata. Escuchar música clásica, death metal, bakalao o reggaetón. Tener acento catalán, vasco o andaluz. Ser negro, chino o estadounidense. Ver telebasura, documentales de La2 o películas exclusivamente en versión original. Jugar al pádel, al golf o machacarse en el gimnasio. Llevar chaquetas de colores chillones, zapatillas de deporte o tener un coche del año de la polka lleno de cassetes de gasolinera. Cantar en la tuna, ser cazador o runner. Ir a misa, casarse por lo civil e hipotecarte para la comunión de tu hija.

Al fin y al cabo las personas no somos más que nuestras contradicciones. Si estuviéramos ciegos muchos de estos prejuicios no existirían y centraríamos nuestras presuposiciones en lo realmente importante: lo que las personas dicen y lo que las personas hacen. El resto es seda. El resto es pana. El resto es ruido. A ver si resulta que realmente estamos ciegos de tanto analizar con los ojos.

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 27 de Enero de 2016

Primero por dentro

De poco sirve el espejo, o lo que éste refleja peinado, cercano y perfumado, si lo que no se ve está podrido o en vías de tal cosa. Lo de dentro, lo invisible, huele a kilómetros y al final sale a la luz sustituyendo la piel, la cáscara, el envoltorio.

Estos días, complejos en fondo y forma, nos pasan por encima alterándonos a nosotros y a nuestras rutinas hacia un nuevo e improvisado quehacer principal: sortear unos obstáculos sobre los que nunca nadie nos había hablado. Es ahora cuando brillan ciertas personas, ciertos comportamientos. Es hoy cuando estamos llamados a la conversación, al acuerdo y a la calma. Más fácil escribirlo que hacerlo, nos ha jodido, pero toca continuo examen de conciencia y ver en qué podemos mejorar y ayudar a los demás.

En una sociedad perfectamente diseñada si nos atenemos a los conceptos burocráticos del asunto, con los cabos atados, las aristas pulidas y los resquemores limados, toma un protagonismo crucial la forma de encarar los problemas. Y en esto los que deciden, ya sea en una familia, en una empresa o en un gobierno, tienen el reto y la oportunidad de sus vidas.

Nadie ha enseñado a los padres las nuevas situaciones familiares, a los empresarios la nueva normalidad de mercado ni a los políticos las nuevas reglas del juego. Pero es que solo han fallado los últimos, haciéndonos sentir constante vergüenza ajena viendo el circo en que han convertido sus debates, los estercoleros en que se mueven como pez en el agua usando sin más criterio que el bélico un arma con otros variados modos de empleo y un valor más que inmenso: la palabra.

Gánense el sueldo, señorías (nacionales, regionales y locales), hagan de una vez lo que de ustedes se espera, lo que hasta un niño entendería como prioritario: la salud de las personas, el bienestar de los ciudadanos y la educación entendida como respeto a las ideas del de enfrente en un horizonte a recorrer juntos. En esto, por una vez, soy pesimista, primero tendrán que limpiarse por dentro y, francamente, lo veo difícil.

Si no se ven capaces, millones de españoles están preparados para sustituirles. Les pagamos para que solucionen problemas no para que continuamente estén creándolos.

Tengan una pizca de decencia. Primero por dentro.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
21 de octubre de 2020

Es cualquier día y estamos trabajando

No es difícil liarla en Twitter. Es hasta fácil, me atrevería a decir. Los motivos, variadísimos, abarcan el precioso abanico que genera la incomprensión, la falta de empatía, el frontal desafío a la opinión contraria o, mi preferido, la superficialidad y falta de ganas para entender mínimamente al prójimo.

Ángulos todos ellos tintados habitualmente con rémoras políticas, culturales o, simplemente, ganas de gresca por el que escribe, el que lee y, quizá en más de un momento, por ambos, lo cual provoca malos entendidos solventables casi siempre con un mínimo de arrimación de hombro, pero cuánto cuesta, leche, ni que no fuera gratis.

Ejemplos hay todos los días, aunque pocas liadas últimamente como la de nuestra flamante Ministra de Exteriores en la jornada de convivencia, asunto que daría para otra columna, disfrutada por los veintitrés el pasado fin de semana en Quintos de Mora cuando, junto a un foto del numeroso e informal grupo, Arancha González, aplaudida por unos y otros antes de tomar posesión de su cartera, escribió literalmente: “Es sábado y estamos trabajando”.

Boom.

Lo leí casi en directo, madre mía la que se va a montar, pensé. La liada del sábado. Me equivoqué nada, ya puedes imaginarte, consiguiendo más comentarios que “me gusta” o compartidos, y mira que esto es raruno, la inmensa mayoría a la yugular. Que si soy cajero de supermercado, camarero, que si currante de hotel o estoy de guardia, que si los políticos deberían trabajar 24/7 incluso domingos y fiestas de guardar, que si qué vergüenza, que si qué…

En principio, y dejándose llevar uno por la marabunta, la boca se te puede llenar de improperios pero una vez pasado el calentón me vino a la cabeza otro pensamiento muy diferente: ENVIDIA. Con mayúsculas. De la mala. Envidia feroz de que esta mujer piense que trabajar un sábado es algo inaudito y presuma de ello. Lo digo en serio. Totalmente en serio. Envidia cochina.

Imagino que es debido a su pasado laboral como funcionaria que sintiera eso al tuitear la ya mítica frase, estoy seguro de que no lo hizo con más intención que presumir sanamente, a la par de intentar demostrar cuánto le cuesta a alguien remangarse un fin de semana para algo que nos sea hacer deporte o bricolaje.

Pero el tiro le salió por culata, quizá porque como muchos políticos nacionales, parecen vivir en los mundos de Yupi, alejados de cualquier atisbo de realidad laboral o profesional. O no, y el que estoy equivocado soy yo, con mi envidia, escribiendo esto en un domingo que estoy pasando entero montado en un avión destino a un alejado país en el que pasarme una semana currando doce horas al día, para seguir manteniendo una empresa a flote.

Repito que lo digo en serio, si trabajar tanto no fuera tan habitual quizá todos seríamos más felices.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
12 de febrero de 2020

Entendidos por condena

A veces divago imaginando que un juez dicta una novedosa sentencia consistente en lo siguiente: quedan ustedes condenados a entenderse. Así, por las bravas, sin anestesia y a lo sálvese el que pueda en un primer sopapo sorprendente que al borde de las lágrimas y el nudo en la garganta podría dejarte, resulta que cuando pasa el tiempo el tipo tenía razón, que la pena no es tal, más bien lo contrario y además te ha mejorado como persona. La justicia es un estamento clave para el correcto desarrollo de nuestras instituciones y son las personas son las que la hacen, administran y reciben.

Algo así pasa actualmente en el horizonte político que nos rodea, partidos condenados a entenderse sí o sí, en un panorama para algunos dantesco y para otros escaparate ideal en el que mostrar las supuestas habilidades de los que guían nuestros designios.

Todo parece indicar que tardaremos en volver a las épocas de rodillo, por lo que toca ponerse de acuerdo sin arrastres de por medio. Las coaliciones están para quedarse, al menos de momento y, qué queréis que os diga, las veo como algo saludable a nivel local, regional, nacional e incluso europeo.

Por mi parte y deformación profesional estoy especialmente intrigado en ver cómo se resolverá un asunto de especial importancia: la comunicación. Si ya es difícil que en las mismas filas no se pisen la sotana, a veces involuntariamente y otras queriendo, será compleja la manera de afrontar los problemas, explicar las soluciones, argüir opiniones o exponer argumentos desde dos estructuras separadas.

Y no sólo me refiero a la diferencia jerárquica entre cargos, que al menos sobre el papel no arroja más problema que achacarlo a un malentendido o a un donde dije digo, digo Diego y aquí no ha pasado nada. El encaje de bolillos vendrá cuando en el mismo nivel horizontal de la estructura se crucen dos miradas de distintas organizaciones, inquietudes y herencias que si bien han pactado para un más alto objetivo como puede ser la gobernabilidad, tendrán que enfrentarse a diario con cientos de pequeños pasitos que, a forma de grano, hacen granero.

Entra en juego ahora la letra pequeña de los gestos y los guiños, de las comas y los silencios, de las fotos y los tuits. Entra en juego ahora la gran dificultad callarse a tiempo, algo sin duda infinitamente más complicado que hablar a destiempo.

Que haya políticos condenados a entenderse tiene muchos ganadores: la justicia, los involucrados, la comunicación y, en última instancia, nosotros los ciudadanos. Más penas así, oiga.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
15 de enero de 2020

¿Por qué no escribo sobre política?

Es habitual que me pregunten por qué no escribo sobre política. Por qué no me mojo, dicen algunos. El motivo principal es que actualmente hablar de política se confunde con hablar de políticos y de partidos. Parece que si no criticas a Pedrito, Menganito, Pablito o Zutanito no estás haciendo política o no te estás mostrando. Parece que si no aplaudes a Alberto o Santiago estás en su contra. Pues miren, no. Hablar de política es hablar de ideas, no tirar de hemeroteca buscando en la basura ese vídeo de hace diez años o ese tuit desafortunado de hace diez horas que precisamente cobra sentido justo cuando a ti te interesa.

Casi todo lo que escribo tiene un regusto a política, tiene un tinte de ese estilo si eres capaz de entenderla como la entienden aquellos que la usan para arrimar el hombro con las herramientas que cada uno tiene a su alcance, justo al contrario de la histórica (e histriónica a la par que certera) definición de Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.” Para mí hacer política es ayudar a los demás.

No hablo de política porque tú vas a leer lo que quieras entender, así funcionan las redes sociales ni más ni menos, enseñándonos aquello que nos gusta y con lo que estamos de acuerdo, incluso cuando es mentira. O peor aún, incluso cuando puedes intuir y oler que es mentira pero lo disparas a través de un grupo de WhatsApp porque te quema en las manos. Y no tienes ni idea (o peor, sí la tienes) de lo que vas a acabar generando. Enseñar lo que gusta, en base a tus likes, y ocultar aquello con lo que no comulgas. El periódico perfecto, ¿eh?

Algunos confunden la equidistancia con la perspectiva, con la capacidad de cambiar de punto de vista a menudo, de encontrar lo bueno entre tanta mediocridad. La política no puede pasar por ese que ostenta seis cargos diferentes en seis años. No puede ser dar clases de emprendimiento o economía doméstica sin haber cotizado en la vida. No puede consistir en una campaña electoral permanente.

No escribo de política porque no tengo miedo a hacerlo, pero nunca de la manera que tú, mamporrero online y cobarde en persona, quieres creer que es la correcta. Porque la política es educación y, por qué no, cambiar de opinión hoy, mañana y pasado si las circunstancias son diferentes. O favorables. Que ya basta de postureo.

De política prefiero hablar con mis amigos, usando los gestos, las manos, las miradas y el tono que también uso en persona con los políticos, a los que tengo la suerte de conocer de todo tipo y condición, de todo partido y circunstancia, consiguiendo que les llegue lo que quiero que conozcan, no malinterpretado o tendencioso, sino de mi voz y boca, en directo y a la cara.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
27 de noviembre de 2019