El algoritmo del poder

¿Siglo XXI? Por un momento pienso que hemos viajado hacia adelante en el tiempo y hacia atrás en la comprensión. Vivimos en una época donde la información ya no se transmite: se propaga, se manipula, se monetiza y se olvida en cuestión de horas. Nunca antes habíamos tenido acceso a tanta cantidad de datos en tiempo real y, paradójicamente al mismo tiempo, nunca antes habíamos estado tan desorientados. Los algoritmos de las redes sociales no solo deciden qué vemos, sino que modelan nuestra percepción de la realidad, construyendo cómodas burbujas ideológicas, narrativas artificialmente virales y falsas certezas en las que, de perfil, nos recogemos y tapamos con una mantita.

El constante fango en que vivimos políticamente en España, el estado de salud del Papa, las elecciones en Alemania, el conflicto de Ucrania y Rusia, la cara y la cruz de la IA y las criptomonedas o el secuestro y liberación de rehenes en Oriente Medio se han convertido en un espectáculo mediático cuidadosamente diseñado para maximizar el impacto emocional que nos aporta. Las guerras, hoy, se libran tanto en los campos de batalla como las redes sociales, donde cada bando construye y difunde su propia versión de la verdad, generando en el otro un fugaz estallido de indignación antes de que el siguiente escándalo ocupe su lugar en la agenda digital que, religiosamente nos comemos.

Mientras tanto, la economía global se mueve al ritmo de los caprichos de Elon Musk, los discursos incendiarios de Milei o las arbitrarias decisiones de Trump comunicadas en tiempo real en su propia red social. Al lado, el mundo entero se pone en marcha, arrancando como un caballo o parándose como un burro: la ascendente India se perfila como una superpotencia tecnológica, China se enfrenta a desafíos internos que ponen a prueba su modelo de control absoluto y Europa, qué novedad, viéndolas pasar, ¿saldremos a jugar al campo alguna vez? ¿Queremos hacerlo? ¿Nos acordamos de cómo se hacía? Preguntas que, personalmente, me quitan un poco el sueño, debo reconocerlo.

La información ha dejado de ser un servicio público para convertirse en un arma. El poder ya no lo ostentan solo los gobiernos o las corporaciones, sino también aquellos que dominan la atención colectiva: influencers, plataformas digitales y líderes carismáticos que entienden cómo pulular en esta nueva jungla de estímulos inmediatos. No importa tener razón, sino gritar más fuerte. La credibilidad no se construye con hechos, sino con engagement y la verdad ha pasado a ser una cuestión de viralidad, un producto más en el mercado. Me lo creo cuando tiene likes.

¿Qué consecuencias tiene todo esto? Primero, la erosión de la confianza en las instituciones: Si cada versión de la realidad es válida según el nicho informativo en el que uno se mueva, ¿a quién podemos creer? Segundo, la precarización de la información: La inmediatez prima sobre la veracidad y las narrativas emocionales han desplazado el análisis crítico. Tercero, la radicalización de la sociedad: Cuando los algoritmos solo nos muestran lo que refuerza nuestras creencias, el diálogo desaparece y el conflicto se intensifica. Un mundo donde nadie cree en nada, cada uno con su burbuja, cada uno con su verdad prefabricada, cada uno con su dosis de indignación personalizada. La inmediatez ha destrozado la reflexión, y el sistema nos da exactamente lo que queremos, aunque eso sea basura. Nos quejamos de la manipulación, pero compartimos titulares sin leerlos. Lloramos por la polarización, pero bloqueamos a quien piensa diferente. Nos preocupa el poder de las redes, pero vivimos en ellas. Cada clic, cada retuit, cada me gusta es un ladrillo más en esta distopía digital que nosotros mismos hemos construido. Nosotros lo hemos permitido. seguimos consumiendo información rápida y superficial. Exigimos transparencia, pero preferimos las historias que confirman lo que ya creemos. En este siglo de redes y algoritmos, la responsabilidad no es solo de quienes manejan el poder, sino de todos los que, con cada clic, cada retuit y cada me gusta, contribuimos a moldear la realidad en la que vivimos.

Hasta aquí la negatividad, pues claramente hay una salida: Estamos a tiempo de ser más inteligentes gracias a las fantásticas herramientas de las que disponemos, en lugar de ser más tontos por dejar que éstas piensen por nosotros.

Fango real

La imagen del Rey de España cubierto de barro, manchado por la ira de un pueblo desesperado, es ya un símbolo de esta crisis y quizá de nuestra historia reciente. Cuando la gestión (y la comunicación) de una emergencia falla, el fango alcanza a las autoridades, tan literal como metafóricamente. La escena habla por sí misma, poniendo de manifiesto cómo la conexión entre instituciones y ciudadanía es más frágil que nunca. No me cabe aún en la cabeza la magnitud de este desastre humano en pleno siglo XXI. Es que no hay palabras. Y menos aún para esa capacidad de empatía cero de algunos desde un atril, parapetados en una barrera de micrófonos y un mensaje mal entregado, un canal de alerta que llega tarde o una visita a destiempo: algo que ya viene de ayer mal cuidado, tiene mal arreglo hoy.

En cuanto las autoridades no han respondido a las expectativas, las redes sociales han llenado el vacío. Esta crisis es el caldo de cultivo ideal para las fake news, circulan cientos mensajes que distorsionan la realidad, sin filtros y sin pausa, una información tan confusa que no sabemos ya ni distinguir lo cierto de lo inventado. Cuando la incertidumbre es el terreno, la desinformación es esa mala hierba que se extiende con rapidez. Y no es casualidad que esto ocurra cuando las instituciones están descoordinadas y rebasadas. La compleja red de competencias entre Gobierno, Comunidades Autónomas y Ayuntamientos ha hecho que cada cual asuma (malamente) la gestión de una parte, tirando balones fuera sin tener en cuenta (o no estar a la altura) el panorama completo y las desgracias personales, provocando una desconexión evidente. Si la gente pierde la confianza en las instituciones que deberían velar por su seguridad, el golpe no es solo para su imagen, sino para la propia esencia de las mismas. Creo que nunca habíamos vivido algo así en la España reciente, y tengo casi 50 años, un país referencia en Europa y en el mundo.

Una cosa es comunicar en tiempos de calma y otra en medio del caos, cuando el mensaje que no se emite o no se entiende puede tener consecuencias graves. La comunicación en crisis es mucho más que relatar lo sucedido: es el canal que salva vidas, la certeza que evita el pánico, el compromiso de que alguien está ahí para responder. Y esto no se ha conseguido, ni de lejos. ¿Qué podríamos aprender de todo esto? Quizás el principal recordatorio sea que, en una crisis, la credibilidad de una marca o una institución se convierte en su principal activo. La confianza no es una concesión: se construye, se sostiene y se renueva cada día. Y en el caso de las instituciones públicas esa confianza no puede estar en riesgo por falta de previsión, por conflicto de competencias, por carencia de visión estratégica o por total ausencia de un mínimo sentido de servicio público.

He dudado mucho sobre escribir esto, con la tragedia todavía en curso, sin saber el número final de desaparecidos, pero las caras de las personas que ayer lloraban podrían ser mi familia: tengo el cincuenta por ciento de sangre valenciana y no he podido evitar lanzar esta crítica, fácil desde mi casa, seca y a salvo, pero que intenta aportar algo de luz entre tanta oscuridad. Comunicar y empatizar, tan fácil desde la teoría, pero tan difícil cuando la interesada e infantil política en la que hace tiempo vivimos en este país lo mancha todo con un fango tan real como la tragedia. Incompetencia, mediocridad e inadecuada preparación. Algo tan básico y que se nos exige a cada paso y cada día a todos los trabajadores de España… ¿Por qué a ellos no?

Descansen en paz todos los fallecidos y toda mi fuerza a los que seguís sufriendo.

FOTO: EFE

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Publicado en La Verdad de Murcia
Noviembre 2024

El rey del mundo

No creo que exista nadie en el mundo que no conozca a Mohamed Ali (el boxeador estadounidense nacido Cassius Clay) y tampoco creo que mucha gente conozca su tremenda historia (más allá del deporte del cuadrilátero) y cómo puso patas arriba tantas cosas a tantos niveles.

Jonathan Eig en su libro “Vida de Alí” de la editorial Capitán Swing ha necesitado 700 páginas, que he devorado, para ordenar la inmensa cantidad de material originado gracias a cientos de entrevistas, metraje audiovisual o registros del FBI, y poder escribir esta amplia biografía de una de las figuras más icónicas y controvertidas del deporte mundial de todos los tiempos. Y más que eso, personalmente no tenía ni idea de la implicación e influencia de Ali en tantísimas facetas de la sociedad americana de los 60 y 70 del siglo pasado y que tantos años después sigue teniendo.

El libro está magistralmente compuesto, repleto de anécdotas, frases y citas, construyendo página a página la imagen de un chaval de Kentucky que removió los cimientos de toda una generación a través de una personalidad cuanto menos, diferente, pasándose por el forro todas y cada una de las convenciones que no le encajaban. Pugilísticamente ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos y fue varias veces campeón mundial de los pesos pesados, despojado del título entre medias por declararse insumiso a la guerra de Vietnam (una de las primeras personas famosas, sino la primera, en hacerlo) con las consecuencias que aquello le supuso.

Siempre en contra del racismo y poniendo su religión por encima de (casi) todo, perteneció a la Nación del Islam (organización religiosa y política para fomentar la conciencia espiritual, social y económica de los afroamericanos) mantuvo diferentes relaciones con Malcom X y Martin Luther King, nada menos, jugando muchas veces en el filo de la navaja, nunca se podía saber hasta qué punto su implicación en algunos asuntos era real o una simple fachada. Su charlatanería pugnaba con sus valores y no era raro que tuviera tantos animadores como detractores, acusado de traidor y antipatriota, maltrataba y despreciaba a diestro y siniestro.

Sus constantes problemas familiares, mujeriego empedernido, su dejadez física entre combates en los que podía coger y perder un buen montón de kilos, su total ausencia de control financiero, ganaba y pulía millones de dólares en tiempo récord, unido a otros miles de anécdotas que nos cuentan en su biografía, reflejo de una vida furiosamente frenética que desemboca en su final declive físico, hacen de su historia algo digno de conocer e intentar comprender. Se llamaba a sí mismo el rey del mundo y por momentos no hay duda que pudiera serlo o al menos pensarlo con ciertos argumentos.

Quizá por eso me haya gustado tanto esta lectura, por la sorpresa. Os recomiendo echarle unas horas, merece la pena. Y más ahora, en estos tiempos de corrección política extrema, de cultura de la cancelación y querer juzgar todo lo que pasó ayer con los raseros de hoy.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
La Verdad de Murcia
Marzo 2023

A vivir que son tres lustros.

Recuerdo perfectamente dónde me encontraba el 11S. Como todos, claro. En Murcia era festivo y yo estaba acabando de estudiar la carrera. La noche anterior trabajé hasta la madrugada repartiendo pizzas por lo que me desperté tarde. Mi madre, mi hermano y yo estábamos comiendo mientras oíamos a Matías Prats y su aquel «¡Dios Santo!» que se nos quedaría grabado a fuego para el resto de nuestras vidas. El corresponsal con el que hablaba en directo desde Nueva York era Ricardo Ortega, asesinado en 2004 en extrañas circunstancias en Haití. Ambos temían que la antena de una de las Torres Gemelas cayese. Lo he vuelto a ver en YouTube y he vuelto a emocionarme. Vivamos, que se nos escurre.

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Twitter me gusta por diversos motivos y hoy os voy a contar uno de ellos. Cuando me uní a esta red social (hace ya un lustro) una de las cosas que me sorprendió fue que podías sentir muy cerca a personajes que viven a distancias abismales. Distancias geográficas, ideológicas o de cualquier otro tipo quedan recortadas al leer sus tuits o ver sus fotos. Al principio seguía deportistas, grupos de música, políticos y conocidos. Luego fui interesándome por asuntos más concretos con el objetivo de empaparme de las noticias desde otro punto de vista. Comencé a hacer listas de periodistas por un lado y jefes de prensa por otro. Tarea divertida a la vez que interesante pues permite contrastar diferentes enfoques de las informaciones para sacar luego tus propias conclusiones. Poco ha cambiado la forma de actuar de unos y otros en esta larga temporada. Lo que sí han cambiado son los soportes. Y mucho.

Ari Fleischer, que por aquel entonces era jefe de prensa de la Casa Blanca, se lanzó el domingo a contar su experiencia en una especie de diferido tiempo real. Os recomiendo buscar su perfil y revivir de su mano aquellos momentos. Tuiteó cómo recibieron la noticia en el colegio de Florida, cómo el Presidente George W. Bush gestionó la situación y cómo él mismo iba tomando notas y fotografías de lo sucedido. Colgó vídeos inéditos en los que se puede ver cómo los F16 escoltaban al Air Force One, detalles de los instantes confusos en el despacho del avión y del momento en que incluso entraron a un búnker. Me encanta ver las caras de los protagonistas en estas imágenes totalmente alejadas de las habituales portadas de los periódicos y las televisiones. Rostros cercanos, compungidos, directos, reales y sin maquillaje. Sin ningún tipo de arreglo. Curioso analizar a toro pasado la información que se fue distribuyendo a los corresponsales. Como en otros tantos momentos de crisis, qué importante es decir siempre la verdad.

Así es como me gusta Twitter, alejado de las malas babas y los buscadores de notoriedad, broncas o conspiraciones. Paranoia. Sigue siendo mi medio de comunicación preferido y por hilos como el creado por Fleischer sigo manteniéndome fiel a esta plataforma. Que dure.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 14 de Septiembre de 2016

La democracia adolescente

No es fácil hacerse adulto. Primero aprendes a andar, a hablar, a relacionarte.  Te dan de comer, te limpian, te llevan de un sitio a otro. Más tarde comienzas a pensar por ti mismo, a moverte, a seleccionar. Llegan los amigos, las ideologías, las costumbres, la rebeldía. Luego te estabilizas, aceptando como tuyos algunos de los conocimientos adquiridos, moldeados para que se adapten a tu forma de ser, otros sirven justo para lo contrario, para saber que nunca irás por esa senda. También hay otros prismas, otras perspectivas. Somos evolución, pero también somos firmeza. De lo que no hay duda es que para convertirte en un ser maduro antes debes pasar por la adolescencia.

Los resultados de las elecciones son un fiel reflejo. Se trata de una preciosa situación que acarrea una gran responsabilidad política para nuestros representantes, a los que les toca estar a la altura. Una ocasión única de que España sople una vela más, apagándola, mirando hacia delante, que siga cumpliendo años esta democracia del sur de Europa (con perdón) todavía tan joven. Son buenas noticias para todos, el bipartidismo no está muerto, los nuevos partidos no están desaparecidos. Los primeros tienen una vida extra, los segundos están aún en pañales. A su alcance seguir creciendo, mirándose en el espejo de sus mayores para imitar sus virtudes y prevenir sus defectos.

Ni en las redes sociales ni en los medios de comunicación está la verdad. Ni en nuestros corrillos de amigos ni en los grupos de whatsapp los auténticos resultados. El domingo votaron más de 24 millones de personas. Piensa por un momento en la brutal muchedumbre. La inmensa mayoría de esta gente tiene serios problemas a diario que vuelcan únicamente en familia más cercana, si es que la tienen. Cero amplificación. No les afecta el Brexit ni la prima de riesgo, ven otros programas de televisión, tienen diferentes ídolos, son otras sus series preferidas, leen libros que nunca comprarías. Sus votos son tan válidos como el tuyo y confían en que sus complicaciones serán resueltas por los partidos que han elegido.

Criticar el voto del vecino es ruin. Es mezquino. Es estúpido. Y es injusto. Que no entendamos los motivos es un motivo suficiente en sí mismo para intentar descifrarlos. Tampoco entiendo la física cuántica ni la fe religiosa y por ello no me considero capaz ni autorizado para ponerme a reprobarlas. Dejemos de mirarnos el ombligo.

Nuestro país está evolucionando y más vale que los votantes lo asumamos. La situación electoral actual es un regalo que nos ha dado la historia y estoy seguro que sabremos disfrutarlo. Lo cual no quita que la Ley Electoral de nuestro país necesite una revisión con urgencia.

España es adolescente. Está aún creciendo. Y madurando. No es fácil hacerse adulto.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tom
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ículo publicado en La Verdad de Murcia el 29 de Junio de 2016

Voto nulo

Faltan cuatro días para volver a las urnas. Cuatro días que se suman a la eternidad que llevamos en campaña. No recuerdo la última vez que leí una noticia política solucionando un problema, mirando por las  necesidades que tenemos los ciudadanos. Sólo leo críticas al de enfrente, o a los de los lados, aún no me he acostumbrado a que ahora se juega a cuatro bandas. Sólo hay promesas y propuestas de actuación que luego habitualmente no se llevan a cabo. Nosotros sabemos cómo acabar con el paro, pero en veinte años gobernando aquí o allá no hemos movido un dedo. Nosotros vamos a reactivar la economía, pero solo cuando nos votéis, desde la oposición no queremos dar pistas al que gobierna, porque nos importa más que falle el que manda a que la gente salga ganando.

En esta interminable conquista al votante en que vivimos, es hora de tener la cabeza fría y no dejarse manipular por las estúpidas noticias que nos encontramos por todas partes.

No creo que el Partido Popular sea el partido de la corrupción. No creo que el Partido Socialista sea el partido de los ERES. No creo que Podemos sea el partido de Venezuela. No creo que Ciudadanos sea el partido del IBEX35. Aunque nos quieran convencer de ello por tierra, mar y aire. Conozco votantes sensatos de todos estos partidos y la mayoría sólo quiere lo mejor para ellos, su familia y su pueblo. Conozco militantes de todos estos partidos que, acepto que a veces en su pequeño sectarismo, vean más beneficios que los reales, pero con utopía e ilusión también se construye. Conozco políticos de todos estos partidos que son excelentes personas (también conozco otros que no lo son) y que empujan desde arriba con ganas reales de ayudar.

¿Dónde está entonces el problema? ¿Quién es más extremista? ¿Los gabinetes de comunicación de los partidos? ¿Sus militantes exacerbados? ¿Los medios de comunicación?

Afortunado serás si no has recibido una cadena política por whatsapp que ataca el programa del partido que no vas a votar con la lógica de un chimpancé borracho. Siento tanta vergüenza por esas cadenas como cuando oigo a los portavoces echando espumarajos por la boca. ¿Somos, como predijo Orwell, borregos sin memoria? Yo creo que sí tenemos memoria, pero el día a día nos la va borrando poco a poco, y sus mentiras, repetidas, se convierten en verdades gracias a nuestra completa dejadez.

El domingo hay que ir a votar, con muchas ganas, como siempre que se debe ir a tomar una decisión importante en la vida. Y no hay que dejarse engañar. O al menos si te dejas, sé consciente de ello, tápate la nariz y vota al menos malo. Tenemos todavía una democracia muy joven y nuestros gobernantes deben entender que nuestro voto es sagrado, pero claro, para eso hay que votar. Y no nulo.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tom
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ículo publicado en La Verdad de Murcia el 22 de Junio de 2016

Política, elecciones y Twitter.

Han vuelto. Las elecciones están aquí de nuevo. Y nadie sabe si serán las últimas de este año, viendo cómo está el patio quizá regresemos a las urnas antes de las uvas de 2017. Nadie sabe si tendremos Gobierno pasado el verano, si habrá pactómetro de cara al otoño, si nos cogerá el frío en funciones, si los flamantes equipos titulares que ya vemos en las presentaciones acabarán lesionados o si, por fin, alguien piensa en el ciudadano y se remanga para currar a destajo antes de ponerse frente a los flashes de las fotos. Y sin entornar los ojos como sufre cualquier mortal en ese trance.

Con las elecciones vuelve Twitter. Para algunos políticos nunca se ha ido. Saben usar las herramientas a su alcance. Saben gestionar con maestría su presencia en redes sociales y, excepto integristas cegados por unas siglas, cualquier votante crítico y abierto acepta y entiende que son un buen ejemplo, dejando al margen sus ideales. Los electores queremos que la política sea real, cercana y con capacidad para empatizar. Algo que se puede explotar fantásticamente con las redes sociales. Y algunos lo hacen de maravilla.

También nos encontramos con la cara opuesta, los de bloqueo fácil. El otro día yo mismo tuiteaba sobre el caso de un político que me tenía bloqueado. Una persona con la que nunca en mi vida había intercambiado palabra. ¿Qué pasará por la cabeza de alguien que bloquea a un hipotético votante de modo preventivo? Puedo imaginarme qué hará con nuestras ciudades, qué hará con nuestro país. Las críticas constructivas son un regalo y es su responsabilidad saber gestionarlas. Otro tema son los trolls, en este caso la acción puede estar justificada.

Pero no todo es tuitear y responder, una de las grandes claves del asunto es escuchar, monitorizar, adelantarte a los acontecimientos. Porque tuitear sabe hacerlo un mono. Para sacarle rédito a Twitter un político necesita un poco más. Necesita entender que es un canal de comunicación bidireccional, no un panfleto o una papeleta. Necesita constancia. Los votantes olemos cuando aparecen solo en campaña. En la medida de lo posible y en función de la personalidad de cada uno, se agradecen contenidos personales de vez en cuando. Detrás de las redes hay personas y es importante conectar con la gente a través de actuaciones mundanas, no sólo mítines, agenda o actos institucionales que aburren a las ovejas.

Y no todo es el número de seguidores, hay discretos perfiles de políticos locales que tienen mucho más tirón que los grandes nacionales, desde casa los valoramos, los entendemos como más importantes, y por ende tienen una mejor correlación con los votos finales ya sea en unas elecciones locales, autonómicas o generales. De las europeas hablaremos en otro momento.

Las redes sociales son gratis, pero el precio político a pagar por su mal uso puede ser muy elevado.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tom
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ículo publicado en La Verdad de Murcia el 18 de Mayo de 2016