Han puesto en Murcia una noria que se parece al London Eye, a la que nos subimos justo la tarde antes de coger un avión hacia la capital británica desde el Aeropuerto de Corvera, en el que por cierto ha sido el primer vuelo que cojo desde allí y mira que no será por viajar poco.
Las vistas desde arriba del todo son impresionantes y permiten a uno percatarse de que nuestra capital murciana ha cambiado mucho, a mejor creo yo, en los últimos años, en diversos aspectos y a ver si no lo fastidiamos.
Londres también ha cambiado mucho, muchísimo, desde la última vez que lo visité (y van cuatro ya) hace 15 años, cuando mi mujer y yo éramos dos jóvenes solteros, siendo ahora un cuádruple pack con hijos adolescentes que han disfrutado de lo lindo con la ciudad inglesa, tanto o más que nosotros.
Desde arriba del todo de su otra noria nos hemos encontrado una urbe menos internacional quizás ahora (¿será cosa mía o es culpa del Brexit?) pero tan maravillosa como siempre, única en el mundo, capaz de haberle sacado un flamante y cegador brillo al Big Ben pero tener la misma mierda de siempre en las moquetas de los hoteles, una ciudad tan plagada de Lamborghinis como de gente sin hogar, un planeta en sí mismo, obsesivamente auténtico hasta el extremo del paroxismo.
Llegar a Victoria Station y patear Belgravia hasta el Buckingham Palace, cruzar el Green Park hacia Picadilly Circus, ver a Mary Poppins en Leicester Square, un Beefeater, música callejera en China Town, el Soho y un helado en Covent Garden mientras anochece.
Una caminata atravesando Trafalgar Square y su columna de Nelson (a un paso de otra preciosa, la de Cleopatra a la orilla del río), ver tan cerca y tan lejos el número 10 de Downing Street, la abadía de Westminster y las casas del Parlamento, un fish and chips en el South Bank, Saint Paul’s Cathedral, la City, los genios de la Tate Modern (allí tienes a Mondrian, Matisse, Lichtenstein o Warhol) y los continuos sustos al cruzar la calle.
Un paseo en bici por Hyde Park, el memorial de Lady Di, la Torre de Londres, el Tower Bridge, un crucero por el Támesis, un picnic en St James Park, el Museo de Historia Natural, Chelsea, Paddington, South Kensington, Notting Hill, Portobello y las pintas de cerveza a precio de litro de aceite de oliva.
Nosotros, como personas, también cambiamos y si el precioso panorama exterior avanza en armonía con lo que llevas dentro el asunto provocará sentirse orgulloso, más aún de uno mismo que de las ciudades en las que vive o visita, al fin y al cabo aparece aquí otra noria, que es nuestra vida, y a mi edad puedo considerar que estoy y veo todo desde justo arriba, comenzando a bajar, por eso es un orgullo poder viajar con tus hijos, enseñarles otras partes del globo, que se desenvuelvan cada vez mejor y en otros idiomas, porque si en nuestra vida hay un futuro ya es el suyo y aquí estaremos siempre que podamos para por un lado guiarles, al menos mientras ellos quieran y por otro lado acompañarles, aunque eso sí que va a ser para siempre.
Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
Septiembre 2023