Volver a volar

Probablemente mientras tú leas esto yo esté de nuevo montado en un avión. Tras seis meses sin salir de un radio aproximado de cien kilómetros pongo rumbo a una importante reunión de trabajo aplazada eternamente para encarar todo un curso por delante. Cruzo dedos mientras enseño la tarjeta de embarque para entrar al aparato. La última vez que subí a uno fue el 7 de marzo, horas antes de que mi mundillo de reuniones, viajes, eventos, congresos y formaciones presenciales saltara por los aires. Como tantos otros.

Inicialmente pensé que me costaría mucho más estar tan quieto, aceptar el inevitable cambio, adaptar una buena parte del trabajo que realizaba presencialmente a la “nueva” situación online (aquel que se ha podido amoldar, otro ha muerto quizá para siempre). Incluso cuando otra buena parte de lo que diariamente desempeñábamos antes ya muchas personas era telemático hay otra pata, la comercial concretamente, que naufraga con la distancia social. Es como si fuera lo mismo, pero no. Difiere bastante.

Como curiosidad me he puesto a sacar un listado, que no cabe en las 400 palabras de la columna, de los lugares en los que principalmente por motivos laborales he estado (presencialmente, por si hace falta aclararlo) en los últimos años y mientras los enumero no dejan de visitarme recuerdos tanto geográficos como, especialmente, de las personas que allá conocí: ciudades de prácticamente todas las provincias españolas y otros veinte países de cuatro continentes.

No creo que en la media vida que me queda (siendo optimista) vuelva a visitar tantos lugares ni reunir tantas nuevas experiencias. O sí. Esta nueva normalidad a la que mientras no vuelvan a confinarnos tendremos que enfrentarnos nos puede traer alguna sorpresa como el desayuno en una caja de cartón entregado en la habitación en lugar de mi tan añorado buffet libre.

He perdido la cuenta de las horas que delante del ordenador, he tenido que cambiar hasta la silla del despacho, viajando continua y virtualmente a Skypes, Zooms y Teams en cientos de lugares sin moverme de casa. Es otro modo de viajar, eso sí. Ganando tiempo y ahorrando contaminación, pero perdiendo algo que mucha gente echa de menos, el tan necesario contacto personal. A ver cómo afecta esto a nuestros hijos.

Volvemos a volar (presencialmente, por si hace falta aclararlo) y es como si fuera lo mismo, pero no. Difiere bastante.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
23 de septiembre de 2020

Ratoneras

Si metes una rana en agua hirviendo saltará del recipiente instantáneamente, pero si la metes en una olla a temperatura ambiente y la vas calentando poco a poco hasta la ebullición, se quedará frita sin darse cuenta. Esta metáfora, conocida como “El síndrome de la rana hervida”, sirve para explicar la situación en la que mucha gente se encuentra en el trabajo, en sus relaciones o, de esto hablaré hoy, en la información que recibe, procesa y posteriormente comparte.

Acaba de comenzar el curso (que los años también empiezan en septiembre no es negociable) y ya tenemos encima de la mesa el lío de siempre. No se trata de algo nuevo, la historia se repite (que se lo digan a los guionistas de Dark) y no es la primera vez que hablo en estas páginas sobre los bulos, las fake news y la comodidad de no comprobar nada de lo que pasa por nuestras manos.

Tres ejemplos muy recientes: los nuevos requisitos para optar a los Oscars, el parón de Astrazeneca en el desarrollo de su vacuna contra el Covid-19 y el posible Premio Nobel de la Paz para Donald Trump. Noticias que, según dónde las leas, oigas o veas (no podemos echar la culpa siempre a las redes sociales), te harán reaccionar de una manera u otra. Al fin y al cabo, dirás, es lo de siempre, medios tendenciosos que arriman el ascua a su sardina. Pues sí pero no. Porque en el maremágnum diario de información, nosotros como usuarios tenemos una responsabilidad importante ya no en lo que leemos, que lamentablemente en muchos lugares es opinión en lugar de información, sino en lo que compartimos. No podemos mirar a otro lado haciendo cada vez la bola de nieve más grande.

Dedicar tres minutos a ampliar información y no generar bilis es saludable tanto para tu cabeza como para tu estómago. Hazlo, leches, y hazlo ya y siempre.

Las supuestas políticamente correctas nuevas reglas para los premios de Hollywood no son lo que parecían, al Presidente estadounidense lo ha propuesto para Nobel de la Paz un parlamentario noruego (como podría hacer miles prácticamente cualquier persona anónima presentando a la Abeja Maya) y los reveses en el desarrollo de una vacuna son habituales en cualquier proceso científico, faltaría más. Por cierto, Miguel Bosé sigue missing.

Cambiemos la rana por un ratón y en lugar de olla con agua hirviendo aparecerá una ratonera, esa trampa en la que sin darnos cuenta caemos una y otra vez. Las hay de todo tipo. Y las peores, sin duda, son las mentales.

No es difícil aprender a esquivarlas.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
16 de septiembre de 2020

La fuerza del grupo

Dicen que fue Confucio el que con “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar en tu vida” lanzó una perla en forma de frase a la que todos deberíamos orientar nuestra existencia y objetivos, mezclando vocación, pasión, profesión y misión en la vida, como un punto de fuga continuo.

Tengo la suerte de encontrarme hace tiempo en la búsqueda de ese lugar y creo estar cada día más cerca, si no ya dentro.

Pues esa maravilla de fusionar trabajo y placer ha tenido un nuevo capítulo estos días en Sierra Nevada, donde he compartido concentración deportiva con una tropa de triatletas de alto nivel liderados por mi hermano (Jorge Preparador) y con el patrocinio de N7, mi agencia de comunicación, publicidad y marketing online.

Grandioso mejunje.

El plan, sencillo y directo: entrenar como locos, algo de vida social (Covid-19 mediante) y ver el Tour de Francia (a última hora descartamos el viaje a Pirineos por motivos evidentes). Imagina qué curioso plan, compartir mismos objetivos deportivos que el grupo (homogeneidad) y congregar la variedad personal del mismo (heterogeneidad) en varios apartamentos de alta montaña con enormes terrazas donde hacer vida en común (con todas las medidas de seguridad, por supuesto) disfrutando del paraíso en la Tierra que es Pradollano y sus alrededores: interminables rutas en bici (Alpujarra incluida), senderismo por los techos de la península y hasta natación en un pantano. A solo 3 horas de Murcia puedes por la mañana pasar frío con ropa térmica de invierno y por la tarde chapotear con treinta grados en pleno verano.

No es la primera vez que desde aquí escribo sobre deporte, una maravilla que te permite conocer gente y lugares, te ayuda a gestionar mejor la carga laboral y además te mantiene en un estado de salud (física y mental) envidiable, algo especialmente valioso en estos convulsos tiempos. Algunas cosas son mejores en solitario, otras en grupo. La cantidad de cosas que he aprendido. Que ellos y la naturaleza me han enseñado.

En estas concentraciones sacas impulso de donde no sabes que existe, con horarios y procedimientos diferentes a los rutinarios, personas que conoces muy intensamente y te aportan el tan necesario “otro punto de vista”, sintiéndote parte de algo más grande que tú mismo, eso que desde la prehistoria llamaban tribu y a mí me gusta llamar grupo, el que aporta la fuerza.

La que, si nos ponemos serios, a todos nos sobra cuando hace falta.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
9 de septiembre de 2020


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Este extraño verano

A falta de viajes o vida social este extraño verano ha sido el de las siestas. Llega un momento de la vida en que tras la sobremesa familiar toca disfrutar de un momento de reseteo mental con variable duración. Así ha sido casi a diario durante este caluroso periodo, reconozco encantado. A ver qué pasa en septiembre.

Este extraño verano, tras un parón de dos meses sin escribir y sabiendo lo que me iba a costar retomar el hábito semanal, he aprovechado para leer todas las columnas de opinión que he podido para continuar mejorando habilidades en este estilo literario, en esta forma de luchar contra uno mismo, en esta terapia que me ayuda más que un psicólogo.

Este extraño verano ha sido aderezado con una leve carga de bendito trabajo (época ideal para crear-divagar-idear), suaves sesiones deportivas y mucha, muchísima, familia. A falta de aviones y hoteles hemos hecho obras en casa (por lo que pueda pasar), hemos visto miles de animales, he vuelto a tener anginas, otitis y dolor de espalda, el coronavirus ha sobrevolado (a distancia) nuestras cabezas y no nos hemos movido de la mal llamada zona de confort, geográfica y placentera a partes desiguales. A ver qué pasa en septiembre.

Este extraño verano me ha trasladado en muchos momentos a aquellos tiempos muertos de la infancia, a las tardes de adolescencia viendo a mi madre tumbada y descalza en el patio de la playa, a la sombra de los árboles, con una pierna estirada y la otra doblada-subida al asiento de la hamaca. Ahora es mi mujer la que en esa postura, con los pies más bonitos del mundo dicho sea de paso, me recuerda la suerte que tenemos de ser la mejor familia de la historia mientras los críos, que ya no lo son tanto (este año nuestra hija comienza el instituto), suenan alrededor.

Pero sobre todo este extraño verano pasará a nuestra historia por su lado más triste, un amigo murió en nuestros brazos y el dolor no nos ha abandonado ni nos va a abandonar en mucho tiempo, seguro que también su buen recuerdo nos sigue amenizando la memoria y desde estas primeras líneas del año va un abrazo a la familia.

Un verano que empezó bien y acabó mal. ¿O fue al revés? De tan largo ya no quiero acordarme. A ver qué pasa en septiembre, no sé si me muero de ganas o de miedo con la vuelta a la rutina.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
2 de septiembre de 2020