Generación Coronavirus


NOTA:
Leer con la siguiente música de fondo: “Host of Seraphim – Dead can Dance” (LINK)


¿Cuántas veces habíamos sentido hasta hoy que algo sucedido en nuestra vida nos había cambiado profundamente? ¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que esta o aquella situación nos hizo crecer como persona, nos dolió como nunca, nos pasó por encima? Qué cosas, ¿eh?

Echando la vista atrás parece que cualquiera de aquellas historias se pierde en la niebla del recuerdo, pasando a un escalón menor de importancia en comparación con lo que estamos viviendo en nuestras carnes estos días, momentos de irrealidad que parecen sacados de una película, calles vacías a las que volver llenándolas, familiares y amigos a los que se nos acumulan los abrazos que les debemos, cervezas que se calientan pendientes de tomar en compañía, un Sol que pagaríamos por minutos, paseos que ahora valen oro…

De repente, porque el leñazo ha sido de tal magnitud y velocidad que aún estamos en shock, estamos obligados a priorizar, todo pasa a un segundo nivel. Ni en el mejor de nuestros sueños pensaríamos en estar encerrados en casa con nuestros seres queridos, aprovechémoslo, teniendo comida y compañía, pudiendo rescatar antiguos hobbies y haciendo en familia todo lo que no teníamos tiempo de hacer antes, porque trabajábamos tanto que necesitábamos demasiado ocio para compensar. Ha parado el ruido que no nos dejaba escucharnos a nosotros mismos. Es nuestro momento.

La metáfora perfecta de estar a distancia, asomados al balcón aplaudiendo a unos sanitarios que se están comportando a su habitual y altísimo nivel, saludando a gritos a los vecinos del barrio, apoyando a unos políticos que súbitamente cogen unos galones que no esperábamos, bravo por ellos. Bravo por todos. Bravo por nosotros que hace cuatro días estábamos planeando el típico futuro ajenos a todo. Bravo por nuestros hijos que siempre van por delante, disfrutando más que nadie de esta situación, y por nuestras mascotas que tienen claras las prioridades. Es tiempo de valorar lo que realmente merecía la pena de lo que teníamos, de lo que seguimos teniendo, de lo que no hacía falta. Hemos podido parar todo y no ha pasado realmente nada. La crisis de valores que teníamos deja en mantillas a la económica que viene, ya tendremos tiempo de echar números, de sufrir las inclemencias laborales, empresariales y todo lo que nos espera.

Recibo con los brazos abiertos la filosofía de la distancia, las creaciones culturales y el baby-boom que nos viene, ojalá, recibo encantado la nueva organización y la futura generación Coronavirus: personas nacidas de esta cuarentena, nuevos modelos de empresa y pensamiento generados tras este aislamiento, los niños del Coronavirus, los empresarios del Covid-19, la nueva sociedad.

Que venga, lo torearemos como siempre.

Saldremos reforzados y espero que cambiados.

A mejor y en mejor compañía.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
18 de marzo de 2020

Cabeza, rodillas, muslos y cadera

A veces algo explota y se contagia (con perdón) a través de estratos tan diferentes que asusta, salta plataformas, cruza canales, atraviesa medios y te pega de lleno en la cara. Casi nunca tienes la suerte de que sea algo bueno, digno de ser recordado, casi siempre pasa sin pena ni gloria de consumido a olvidado. Un fogonazo y ya, fin del asunto.

Otras veces en cambio suena la flauta de tu interior y se pone en marcha el ciclo oídos, cerebro, recuerdos y pelos de punta, sabes desde el principio que algo te va a dejar KO una larga temporada, algo se te va a mover por dentro un tiempo. Estás de suerte.

Sin duda “René” de Residente ha sido el último ejemplo de esto que hablo: un bombazo que se ha difundido por tierra, mar y aire. Me ha llegado por todo tipo de gente, de muy distinta edad y orientación musical. Y menos mal, porque tenemos una joya delante y la capacidad de poder disfrutarla como del Cometa Halley: muy infrecuentemente.

Una canción que nos ha conquistado a todos por lo que cuenta, que aun siendo a modo autobiográfico, hace pupa personal a cualquier alma dispuesta a sentirse identificada. Pero también nos ha ganado por la música y el vídeo que le acompaña, una obra maestra, finalizando en una fusión con la percusión de Rubén Blades entrando y saliendo con una majestuosidad digna de ser analizada en clase de Arte. Todo aderezado por la voz de una madre a modo de nana infantil que rebusca en ese rincón lejano de tu mente para sacar de los pelos la melancolía, entre lagrimillas y dolor de garganta. De allá a aquí. De ayer a hoy.

Una canción para echar la vista atrás sopesando cuántos errores nos han hecho falta para estar hoy donde estamos. Cuánto duelen algunas cosas y cuánto alegran otras. Cuánto ruido y cuánto silencio. Cuántos años y cuántas vidas. Cuántos miedos y valentías que no sabíamos ni que teníamos. Qué precio estamos dispuestos a pagar. Qué orígenes y qué destinos. Qué duro y real es el aquí.

Decía alguien que no hay más verdad que la felicidad que proporciona la infancia. Quizá por eso nos ha llegado tan al alma. Qué idealizado tenemos el allá. Allá en la niñez no hay problemas, no hay prioridades, no hay objetivos. Allá no hay errores ni hambre, no hay más que fiestas de cumpleaños, bicicletas, amigos y un número de teléfono al que llamar en caso de emergencia y desde el que si me contestan, quiero decirles, que a veces me sube la presión y tengo miedo que se caiga el avión.

Nos has dejado tocados, René. Touché.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
11 de marzo de 2020

Clase magistral de unos hijos

Comenzar un nuevo año es como cruzar la calle: miramos a derecha e izquierda antes de caminar muy decididos hacia no sabemos bien dónde. Por detrás dejamos principalmente dos cosas, los recuerdos a mantener y los errores a evitar. Por delante en cambio sólo hay un panorama, el que queremos conseguir. Esos inútiles propósitos de año nuevo que nunca cumplimos y que, como una nueva carga en nuestra espalda, nos encorva un poquito más cada ciclo.

Va siendo hora entonces de cambiar estos planes, de reorientar las intenciones, de buscar otros espejos en los que mirarnos alejados de malos ejemplos que nos justifiquen. Y un buen objetivo a fijar en esta nueva etapa, si los tienes, pueden ser tus hijos. Esas personitas que suelen ir por ahí impartiendo clases magistrales sin que muchas veces nos demos cuenta.

Vivimos en un edificio típico de los setenta en Murcia, esas colmenas humanas de muchas plantas, muchas puertas en cada planta y mucha gente en cada puerta. Esta Navidad estábamos tranquilamente en la sobremesa, relajados en familia, cuando mis hijos (de 11 y 10 años) decidieron pintar una felicitación a mano para todos los vecinos. Rollo cadena de montaje entre dos. Una ponía el texto y otro firmaba. Ella pintaba un árbol con bolas y él escribía el piso y la letra. Más de treinta papelitos que entregaron sigilosamente encima de cada felpudo en un trabajo digno de espías para que no fueran descubiertos por nadie. Reparto perfecto.

Y entonces, surgió algo que nos dejó muertos a todos: un rosario de gente que se fue acercando a nuestra puerta emocionada de sentir por primera vez en años lo que posiblemente mucho tiempo antes fuera la Navidad para ellos, que coincide con lo que siempre será la Navidad para los niños. Y otros niños del edificio imitaron la acción y recibimos postales navideñas a mano hechas por ellos. Gracias a este gesto nos enteramos de que una vecina hace unos dulces de escándalo que probamos deliciosamente o que otra es escritora de cuentos infantiles y comparte raíces genealógicas con alguno de nosotros. También recibimos algún “Christmas” con sorpresa en forma de aguinaldo para asombro de los peques.

Pero lo mejor de todo fue la continua sonrisa en la cara de todos esos vecinos con los que durante años solo hemos intercambiado un “buenos días” o “qué temperatura hace esta mañana”, transformada en una retahíla de otras frases más personales y sin duda, intencionadas y sinceras. Qué frío se está volviendo todo y qué fácil es calentar el ambiente. Sólo hacen falta unos papelitos, unos colores, un par de niños y su ilusión.

Que dure mucho lo que nos enseñan y que nosotros, los padres, seamos capaces de descifrarlo.

¡Feliz año nuevo!

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
8 de enero de 2020

Acabas aceptando

A modo de epílogo anual o de una vida, que en el fondo puede ser lo mismo, por fin reconociste que es un cansancio vivir a la contra, salirte del redil, actuar de forma diferente o pensar por ti mismo alejado de los convencionalismos políticos, éticos o religiosos del resto. Es difícil ser uno auténtico, la maldita zona de confort que tantas bocas llena y tanta rabia te dio siempre se convierte ahora en un objetivo casi vital.

Probablemente durante la juventud saliste airoso, incluso reforzado, pero fuiste creciendo y todo se puso tan cuesta arriba que fue mejor girar ciento ochenta grados sobre tus talones y dejarte suavemente caer hacia abajo decidiendo ser uno más. Como si llevaras patines. Sin dolor, sin pena, sin remordimientos ni agonía. Dejarse llevar suena demasiado bien, decían por ahí. Y más aún ahora que comienza la Navidad: desde verano puedes comprar su lotería, a principios de otoño ha llegado al Corte Inglés y todas las aplicaciones de móvil que usas a diario ya están a estas alturas disfrazadas de rojo, verde, árboles y campanitas resumiéndote el año en canciones, en deporte o en lo que se tercie, que de nuestros datos viven y así nos los muestran para que picando como electrónicos pececitos en sus e-anzuelos sigamos compartiendo lo que a prácticamente nadie interesa.

La Navidad está aquí de nuevo y no serás tú el que se niegue a disfrutarla. Ya lejos aquella época de Grinch o de personaje de lacrimógena novela con nieve de Dickens que todos han protagonizado en mayor o menor grado alguna vez, decidiste sumergirte y deleitarte llegado el momento de la paternidad. Cuando tienes hijos debes, aunque cueste, dejarte ir y resbalar provoca sin darte cuenta un estado de continuidad que lleva al cambio, por lo menos aparente, al admitir, al resumir de otro modo los doce meses que sin tregua se te echan encima en un infinito bucle que acabas aceptando.

Acabas aceptando.

Desde hace unos años acabas aceptando los regalos inservibles, acabas aceptando las superfluas comidas pantagruélicas, acabas aceptando las borracheras innecesarias, las fiestas multitudinarias, acabas aceptando ser y que sean contigo más falso que Judas en los eventos familiares, acabas aceptando el tan odiado por otros consumismo y los envíos insostenibles por Amazon, los villancicos de los sobrinos, la iluminación de las calles, acabas aceptando los amigos invisibles, los anuncios de turrón, el décimo compartido y los redundantes propósitos de año nuevo.

Acabas aceptando que todos sonrían, que todos regalen, que todos acaben aceptando.

Acabas aceptando todo lo que te sirva para olvidar las ausencias: la verdadera gran putada de cada Navidad, esos que ya no están aquí para disfrutarlas/vivirlas/criticarlas contigo.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
18 de diciembre de 2019

Cura de humildad

Todo se reduce a la relatividad. Ahora que va entrando el invierno tenemos un ejemplo perfecto con el frío que comenzamos a sentir, viniendo de este otoño especialmente cálido, cuando cualquier temperatura algo menor nos parece congelar. Habitualmente nos comparamos. Nuestro cuerpo se compara con cómo estaba ayer. Relativizamos. De pequeño aprendí aquel poema de los altramuces de Calderón de la Barca que comenzaba con: “Cuentan de un sabio que un día, tan pobre y mísero estaba…” y posiblemente dejó huella. Sin posiblemente. Reléanlo si pueden. Todo es relativo.

Algo parecido siento siempre en los congresos nacionales de directivos que organiza CEDE y a los que asisto como miembro de la Junta Directiva de ADIMUR, la Asociación de Directivos de la Región de Murcia, que sigue paso a paso creciendo cada día y poniendo en valor una figura que no siempre se valora como debiera, al menos en mi opinión. Estigmatizada y marcada como lo que desde fuera se puede pensar que es, pero desde dentro está claro que no.

En estos eventos, tocaba en Málaga, uno tiene la oportunidad de resituarse, poner los pies en suelo, cerrar la boca, entornar los ojos, abrir los oídos, conocer cientos de personas que tienen más problemas que tú, son mejores directivos que tú, organizan mejor su tiempo que tú, tienen mejores empresas que la tuya, las gestionan mejor y tienen más problemas y saben resolverlos mejor que tú. Cura de humildad.

Hasta son mejores conductores que tú, porque lo mejor fue el viaje en coche, muchas horas de ida y otras tantas de vuelta en las que aprender de las situaciones extra laborales de mis compañeros de marcha, que al final son las que te hacen crecer: la familia, los amigos, la salud y el espíritu. Esas cuatro bolas de cristal que debes mantener en equilibrio en tu caminar por la vida. Son de cristal porque si alguna de ellas cae, se romperá, no como la quinta bola, el trabajo, que es de goma y al caer rebotará sin daño alguno, como intuyó hace años Brian Dyson, CEO de Coca Cola.

Una cura de humildad a tiempo vale más que un máster a destiempo, cambiar las velas y enderezar el rumbo, fijar objetivo cuando en el horizonte sólo hay aún agua y más agua. Esa es una de las mejores cualidades de un directivo y una enseñanza que me llevo guardada. No tienen ustedes idea de las notas mentales que puede uno tomar en este tipo de actos.

Saquemos el malabarista que llevamos dentro y vivamos centrados en esas cuatro esferas de cristal. Porque acudir a este tipo de cosas, y las que quedan por venir, no es perder un día o una semana, es ganar en todo, manteniendo a flote esas pelotas. Es vivir, joder, que esto vuela.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
13 de noviembre de 2019

Tres y tres en NYC

Dice muy poco de nosotros como seres inteligentes el ritmo frenético y la rutina que nos hemos dejado imponer desde que salimos como quien dice del cascarón, nosotros solitos lo hemos permitido, más a lo bestia aún en los últimos años. Hasta ayer mismo teníamos que encender un mechero para poder mirar la hora de nuestros relojes de muñeca.

Dice menos aún de nosotros como animales racionales la imposibilidad de degustar los pequeños triunfos diarios, eclipsados por el mañana, el pronto, el ahora, el ya y el ayer. Observo a mi perro y aprendo de él más que de muchos humanos que han pasado sin pena ni gloria por mi vida. Yo mismo con mis agonías y estreses debo haber pasado igualmente por la vida de otros que han aprendido la lección antes que yo. Nunca es tarde para ser más necio que maestro. O viceversa.

¿Y por qué comienzas con esto, Nacho, si nos vas a contar hoy el viajazo que te has pegado a New York con tus hermanos? Pues porque es muy triste que tuviera que estar a punto de suceder una desgracia para decidir, por fin, llevarlo a cabo. Ya sabéis lo de Pablo. Una promesa entre nieblas mentales, una idea un poco loca, un equipo de la NFL, un “faltan huevos” con más cervezas de la cuenta y al lío. De la noche a la mañana seis manos coordinando los memorables momentos que pasamos la semana pasada en la Gran Manzana. Tú compra las entradas, él consigue alojamiento, yo me encargo de los vuelos. Tres días y tres hermanos.

Un viaje en el que sin acordarlo previamente nos dedicamos exclusivamente a saborear cada paso, deleitarnos con las vivencias, los olores, los sabores y cómo no, las majestuosas vistas que sólo Manhattan sabe ofrecer. Y lo bueno es que nos dimos cuenta los tres de que estábamos compartiendo no solo unos días de vacaciones, sino una sensación más profunda, de conexión, de tiempo real, de un momento irrepetible. Compartimos todo eso y una habitación triple que olía a tigre de bengala cada mañana. Sin duda ayudó a este estado de catarsis que mis hermanos sean unos absolutos fuera de serie, cada uno en lo suyo y ambos en lo personal.

Por el lado turístico, Times Square sigue siendo el centro del mundo, con su cara y su cruz totalmente contrapuestas en sólo 12 horas, el Puente de Brooklyn luce madera, los cinco barrios evolucionan, Central Park no tiene rival para correrse unos kilómetros, la Zona Cero impresiona tanto como siempre, desde Battery Park se divisa la Estatua de la Libertad, los Patriots arrollaron a los Jets, la panorámica desde el Top of the Rock mantiene su corte de respiración y la vida en general por aquellas tierras cuesta un puñetero riñón. Y además llueve cuando menos te lo esperas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
6 de noviembre de 2019

San Ignacio y el verano

Llamarte como tu padre y como tu hijo entraña unas obligaciones y genera unos derechos que no siempre se valoran. El mero hecho de bautizarte con cualquier nombre ya te perfila, sin que lo intuyas, hacia unos comportamientos que dejan en mantillas la astrología y demás patrañas, orientando desde pequeño ciertas conductas espejo o rechazo. Ya no se estila poner a los hijos los nombres de los padres, por eso adquiere aún más especial sentido celebrar un día como el de hoy en familia con tres generaciones que lo comparten (junto al apellido), encontrándome cómodamente en medio por ahora y ojalá desplazado hacia un lado dentro de unos años.

San Ignacio de Loyola era un valiente, decía mi abuelo, un santo sin duda diferente a los que estamos acostumbrados. Hay una película filipina que plasma, en rollo cutre serie B pero muy dignamente en mi opinión, su vida de juventud y cómo pasó de jugador y mujeriego a creador de una de las órdenes religiosas más influyentes del mundo. Un tío original y dado a extremos: soldado antes, tullido después, hijo de nobles de primero y mendigo por vocación de segundo, estudió en La Sorbona de París y cocinó para enfermos. Se dice que pudo matar a un hombre en una noche de borrachera, habitual de broncas nocturnas, e incluso tener una hija. Un buen pieza, vamos, que tras tener una revelación, cambió profundamente y acabo canonizado, siendo muy probablemente el único personaje del santoral cristiano con antecedentes policiales.

Hoy es 31 de Julio, se celebra San Ignacio y ha sido siempre una fiesta en casa, todavía más desde hace diez años con la llegada del tercero. Es un momento bisagra, comienza oficialmente el verano y estamos en el campo, disfrutando de la naturaleza, el frescor nocturno y, desde el año pasado, inicio también de unas merecidas vacaciones que tras más de tres lustros sin disfrutarlas, he decidido tomarme obligatoriamente cada estío, apagando el móvil, sin responder a los correos y pensando sólo en lo bien que sienta no hacer nada más que comer, beber, leer, tocar la guitarra y estar con mi familia dando tumbos por los montes. Sin viajes ni despertadores, sin estrés ni notificaciones. Sin nada pero con todo.

Por eso, ahora sí, esta será la última columna hasta septiembre, donde prometo volver, si me dejan, con fuerzas renovadas, ganas de escribir y con algo aprendido de lo que el Santo de mi nombre pudo transmitirme queriendo o sin querer, porque muchas veces lo que se transmite es involuntariamente lo más eficaz y menos obligado.

“Libre es aquel que se concentra en jugar las cartas que le han tocado, y esclavo quien se dedica a protestar y a exigir otro reparto.”

Toca jugar, toca asumir, toca concentrarse.

Toca verano.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
31 de julio de 2019