¿Será casualidad?

Si pones un poco de atención la vida está llena de preciosos momentos. De instantes únicos que con los ojos abiertos pueden alegrarte el día. Algunos serán fruto del azar, otros de estar, conscientemente o no, en el momento preciso y en el lugar adecuado.

Seguro que has vivido cientos de estas situaciones, esas en las que te sorprendes a ti mismo de lo inaudito del asunto. Menuda fortuna, qué maravilla, mira qué es raro, justo me ha llamado fulanito cuando estaba pensando en él, suena por la radio la canción en la que estaba pensando… Y miles de ejemplos como estos. ¿O no?

Algunos le llaman sincronicidad, entendida como la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal. Algo que parece fortuito pero en realidad no lo es, una especie de dejar fluir y observar. Puede sonar magufo y rollo pseudo-ciencias, pero nada más lejos de la realidad. Poca gente más escéptica que yo. Me refiero a que cuánta más atención presto a lo que me rodea, más «sorpresas» me encuentro.

El día de mi cumpleaños fui a una panadería a recoger la comida que habíamos encargado para la fiesta. La dependienta me preguntó si era para una comunión, dada la gran cantidad de bandejas que estábamos cargando.

– No, señora – respondo – es que no todos los días se cumplen 40 y vamos a tirar la casa por la ventana.

A todo esto, un señor salta entre el resto de gente que estaba esperando a ser atendida y dice:

– Anda, hoy también es mi cumpleaños.

Me acerco, le doy la mano, me presento y le digo:

– Hombre, muchas felicidades, qué coincidencia.

– La diferencia – me dice – es que yo cumplo 77.

– ¡Vaya! – digo – yo nací en el 77, qué casualidad, ¿no?

– Leche – dice – ¡pues yo nací en el 40!

No me hace falta sacar la calculadora y tirar de estadística y probabilidad para entender que momentos como este no son habituales aunque puedan ser más o menos probables. En el momento fui consciente de ello y lo saboree allí mismo, sin tener que volver a vivirlo con esa dulce perspectiva que produce la morriña. Que dos personas cumplan años el mismo día no es algo especialmente raro. Per que coincidan en el mismo lugar, se presenten el uno al otro, y encima sus fechas de nacimiento den ese juego ya es otro cantar.

En mi opinión el tema es interesante a la par que melancólico, estoy seguro de que a veces podemos conseguir que sucedan estas situaciones. No me preguntes cómo, no sé si será el azar, el destino, una fuerza o la energía que transmitimos. Pero existe algo que nos permite ser capaces de acercar personas a nuestro lado, que nos mueve a conseguir objetivos íntimos que solo parecían al alcance de nuestros sueños.

A ver si va a tratarse de ser simpático con las cosas y educado con la gente. A ver si tenemos una llave maestra y no lo sabíamos.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 7 de Junio de 2017

A mi edad.

La próxima vez que me pregunten la edad costará arrancar de mi boca un cuarenta. Una década es mucho tiempo y los humanos somos animales de tan profundas costumbres como para rotar así a la ligera desde un continuo «treintayalgo». Esta es la primera columna que escribo una vez cambiado el prefijo, una vez cruzada la línea que, según algunos de los grandes pensadores de la historia, separa dos de las grandes etapas de la vida. ¿Y qué dos etapas son esas? Pues ahí es donde el tema se pone interesante. El sábado alcancé el cuarto dígito y físicamente sigo con las mismas arrugas, las mismas canas y el mismo cuerpo que la semana pasada. Sigo anímicamente con el mismo optimismo, la misma ilusión, los mismos miedos y las mismas manías que cuando las tres decenas. En números romanos 40 se escribe XL, como un concreto designio de lo que te espera: hacerte grande.

No voy a entrar en filosóficas discusiones que dan poco fructíferas vueltas en círculo acotando esas fases: ¿Infancia, adolescencia, madurez, senectud, vejez? Ahora que los tengo siento, orgulloso, que sufro y disfruto un poco cada una de ellas. El niño que tengo dentro impulsa a hacer esas tonterías que encantan a mis hijos, el adolescente me sigue poniendo en duda ante esa balanza que combina lo que debo y lo que quiero hacer, el maduro me da la perspectiva y la senectud va dejando dolores físicos con los que no queda otra que aprender a convivir. No voy a negar que la «midlife crisis» de la que hablan los ingleses puede que me esté rondando, espero saber dejarla atrás. Como la edad del pavo o los granos de la pubertad.

A mi edad resuelvo que la clave del proceso es entender que no se trata de una decisión, sino de una consecuencia. No hay cambio que no genere rechazo, por pequeño que sea, y no hay paso que no ponga los pelos de punta. Cumplir años no se elige, se disfruta. Hacerse viejo no es una opción, es una suerte. Ver (y verte) crecer a (y con) los tuyos no debe generar ansiedad, sino responsabilidad. Trasladarse por el espacio subido a la Tierra es un regalo. Asómate a la ventana de noche y respira hondo.

Os recomiendo llegar a cuarenta. A cincuenta. A sesenta. Os recomiendo hacer un fiestón que no se olvide. Os recomiendo invitar a vuestra gente y si tenéis la gran suerte que he tenido en mi vida, os recomiendo que la fiesta se llene, que dure tantas horas como para perder la cuenta. Y que la resaca dure aún más. Que luego veas las fotos, los vídeos, recuerdes los momentos y puedas decirte a ti mismo: Qué bueno es hacerse mayor si puedo seguir rodeado de esta maravillosa pandilla.

¡Gracias!

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 31 de Mayo de 2017

De la inutilidad.

Ayer hice limpieza del trastero y, como a todos nos ha sucedido alguna vez, llegué a ese momento crítico en que toca tirar cosas. Instantes de angustia en que debes sopesar si ese cachivache inservible que llevas años sin ver, y del que ni siquiera te acordabas, merece ser salvado de la quema o ir directo a la pira de recuerdos que más te vale destruir rápidamente si no quieres echar el día divagando.

Es curioso como un objeto cuya única utilidad en los últimos diez años ha sido ir cogiendo polvo adquiere súbitamente un enorme valor emocional. De modo instantáneo tu vida se para y, mientras lo manoseas, viajas al pasado a tal velocidad e intensidad que cuando vuelves en ti mismo parece que haya transcurrido una eternidad. Tu hijo te mira con cara rara y pregunta: «Papá, ¿estás bien?»

La limpieza me provocó varios trayectos temporales. Volví a mi infancia con un ordenador que fallaba más que una escopeta de feria. Volví a escuchar a mi madre en el Seiscientos camino de clase. Volví al instituto con discos y más discos que nunca volveré a poner pero sí escuchar. Otros soportes, otros momentos. Volví a las habitaciones de las casas de mis compañeros de colegio. Volví a la Universidad y a la cabeza me vino el momento en que, de improviso, decidí estudiar la carrera que hice y todas las implicaciones futuras de aquella simple elección juvenil. Volví a Madrid con la primera tarjeta de visita de mi primer trabajo. Volví a recordar viejos amigos con una agenda de teléfonos en la que veo mucha gente muerta antes de tiempo. Volví a viajar con cientos de fotos en papel. Volví a cruzar el charco, a pisar infinitas islas, a subir, a bajar. Decenas de países, tres continentes. Volví a escribir a máquina y a patinar. Volví a conducir aquel coche que destrocé en un milagroso accidente que solo me costó un dedo roto. Volví a dar malas noticias. Volví a recibirlas. Volví a engordar, volví a adelgazar, volví a ver a mis hijos no dormir. Volví a perderme en el monte y a fumar en los bares. Volví a casa de mi abuela y a oler sus croquetas. Volví a estar a punto de perder a un hermano. Volví a tener un nudo en la garganta.

Volví a saborear el precioso y efímero espacio de tiempo entre la puesta de sol y la completa oscuridad de la noche. Volví a recordar que podría vivir eternamente en ese tramo. Volví a conocer a mi mujer y entonces sonreí y decidí dejar de volver en vista de que el asunto podía convertirse en un bucle. Y entonces opté por la vía rápida: todo a la basura sin pensar demasiado en ello.

En breve necesitaré espacio para nuevas inutilidades.

A las que volveré a enfrentarme o tiraré al fuego dentro de diez años.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 17 de Mayo de 2017

Nuestro testamento musical.

Enciendes la radio y ahí está. Vas una fiesta de cumpleaños de niños de siete años y ahí está. En las tiendas, en las cafeterías, de fondo en los vídeos de internet, en los desfiles de carnaval de los pueblos y como tono de llamada en el móvil de tu compañero de trabajo. Pasas junto al coche de los padres de los compañeros de colegio de tus hijos y también está. Nos rodea por todos sitios. Y ya veremos si las bandas de música de Semana Santa no nos sorprenden reproduciéndola, no sería la primera vez. Todo el mundo se sabe la letra. Ya sabes, cuánto más escuchas algo más a fuego se te mete en el cráneo. Y lo peor es que parece que no nos paramos a pensar en lo que dice. O no le prestamos la atención necesaria.

Hablo de la canción «Despacito», de Luis Fonsi. Una bazofia de proporciones bíblicas que tiene mucha más miga de la que parece. Dejando de lado la carencia absoluta de un mínimo de gusto armónico y compositivo, dejando de lado la total falta de algo melódico más allá del constante pum-pipumpi-pum-pipumpi reggaetonero que se repite hasta el infinito en todas estas creaciones (por decir algo pues parecen salidas de una fábrica de tornillos), dejando de lado decía, el aspecto musical, nos encontramos con la letra. Y aquí, mucho ojo, tenemos un grave problema.

No voy a reproducir los fragmentos más sangrantes de este atentado a la dignidad. Te dejo a ti, lector, ese trabajo. Vuelve a escuchar la canción con oído crítico y piensa si esto es lo que quieres para tus hijos. Y no es la única, tenemos cientos de ejemplos en otras tantas canciones con las que nos machacan día y noche desde hace un tiempo: «Si me das yo también te doy», «Por ti yo guardé mi pistola», «A ella le encanta la gasolina», «Tienes un cuerpo brutal que todo hombre desearía tocar». Y paro que me enciendo.

¿Cómo no va a pasar luego lo que pasa si hacemos la vista gorda evitando educar en valores e igualdad a nuestros pequeños? ¿No nos damos cuenta que nuestros hijos interiorizarán estos comportamientos y en unos años pueden entender que se trata de algo normal? En juego está nuestro testamento musical.

Padres: seamos responsables impidiendo que letras como las de estas canciones lleguen más lejos. Radios musicales: impidan que esto se difunda repitiéndolo hasta la saciedad. Profesores: no pongan estas basuras para el baile de fin de curso de los niños.

Y no echemos sólo la culpa al reggaetón que viene de fuera, en España tenemos excelentes ejemplos de majadería como en Andy y Lucas: «Ella es la que aguanta mis malos humores y encima de todo se calla». Mientras permitamos que nuestros hijos escuchen semejante tropelías nos merecemos llorar viendo cómo en el futuro pasa lo que pasa.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 1 de Marzo de 2017

Dictadores en miniatura.

Que levante la mano quien no se haya metido con sus compañeros de colegio alguna vez en la infancia. Tirando de memoria y sólo en mi clase de tercero de EGB me vienen el gordo, la gafotas, el empollón, el pelota, la tonta, el dientes de conejo, la llorona y el curica. Alguno de esos era yo, lo pasé mal e imagino que mis amigos por aquel entonces, algunos lo siguen siendo, también.

Era una situación común en todas las clases, cada uno tenía un mote, lo asumía y usaba los de los demás como arma defensiva cuando era atacado. La cosa no pasó a mayores. O al menos que sepamos porque antiguamente las noticias no volaban. Antiguamente lo que pasaba en el cole se quedaba en el cole o como mucho llegaba a casa con tus hermanos o padres si es que sacaban tiempo y ganas para hablar contigo. También había otros casos más complejos, como los mini delincuentes que pululaban a la salida o en los recreativos en busca de pelea, de robarte el bocadillo o la paga semanal. A esos les teníamos más miedo. Pero con una salvedad, ellos tenían a su vez miedo a los profesores, a los padres y en caso extremo a la policía. A los gamberros se les advertía, a los reincidentes directamente se les expulsaba. No parecía complicado. Los maestros eran respetados por la familia al completo. Las explicaciones, en el remoto caso que fuera necesario, se pedían a los niños. Nunca al docente.

Parece ahora que las tornas han cambiado. No es raro encontrar canallas en miniatura con poder supremo sobre sus progenitores. Hacen y deshacen a su antojo. Y lo que es más curioso, organizan incluso las vidas de sus padres. Debe ser complicado lidiar con papás sobreprotectores y alumnos altivos. Normal. ¿Cómo van a mostrar luego un mínimo respeto a los demás compañeros si ningunean de ese modo a los que por naturaleza o lógica deberían obedecer y al mismo tiempo admirar?

Una chica se suicidó hace unos días con tan sólo 13 años. Trece. Me ha entrado un miedo visceral a que esto pudiera sucederle a mis hijos. Un miedo casi prehistórico. Pero es que también siento pavor a que ellos puedan ser capaces de provocar cualquier malestar en otros niños. Instruir en familia con alabanza y compromiso es totalmente compatible a hacerlo con espíritu de superación y compañerismo. Como padres tenemos la gran responsabilidad, además de disfrutar de nuestros hijos, de educarles en el respeto a todos sus compañeros o estaremos tuertos fabricando pequeños dictadores capaces de convertir esta preciosa vida en un lugar lleno de odio, amargura y tristes historias infantiles.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 18 de Enero de 2017

La guerra de los treinta años.

Cuando dejé atrás los veinte celebré una fiesta por todo lo alto. Era lo que tocaba. Acababa de volver a Murcia tras una larga temporada fuera y me sentía poderoso, como todos deberíamos sentirnos en ese momento. Qué diez años. Éramos astronautas. El abril de nuestras vidas. Tanta aceleración que quién iba a ponerse a pensar en los frenos. Copiabas lo que te gustaba. Sin pensar mucho, estabas haciéndote. Creciéndote.

Los treinta son clave, asientas conceptos, engendras la prole, descartas locuras y como dice Javier García Gibert en el ensayo que da título a esta columna: «Se te viene el horizonte en una línea, y luego en otra, y en otra, y en otra más, hasta que ves que hay una igual a tus espaldas que reclama tu atención severamente. Entonces dudas, las miras – turbado, amarillo, confuso… Y alguien te felicita por tus treinta años.»

Todas las decenas son especiales, en todas se suceden cambios únicos, momentos irrepetibles que moldean tu vida y tu existencia, unos haciéndote brillar, otros carcomiéndote. Pero es quizá la de los treinta la más cruel y mágica, pasas de veintitantos a cuarentón en un abrir y cerrar de ojos. En ella tienes tiempo y dinero. Es el momento. No sucede antes y no vuelve a repetirse después. En la anterior tienes tiempo pero no tienes dinero. Y a partir de las siguientes tienes dinero pero no tienes tiempo. Creces en todas las direcciones. Físicas y mentales. Que así sea. O debiera. Y poco a poco vas volviendo a la Tierra.

Pero es que entonces, desproporcionadamente y aún a mitad de coger aire, alcanzas los cuarenta. Y te pilla muerto de frío. Houston. Afortunado si tienes mantas cerca. Es el momento de las consolidaciones. En todos los niveles. Pero ninguna como la personal, aceptándote. Ya no eres el más listo, el más rápido ni el que más tarde se acuesta. Puede que no consigas muchas de las metas que te propusiste. Los pájaros que tenías en la cabeza han conseguido la llave de la jaula y han volado. Ves cómo se alejan, empequeñeciéndose, al tiempo que tus pies comienzan a hundirse en la tierra, enredándose con los de tus hijos, que se agrandan.

Y entonces llueve. Y te mojas agradecido. Das una patada al paraguas mientras saltas con ellos. Porque el mismo motivo que te sitúa por fin donde debes, pegándote al suelo, no impide convencerte de nuevo de que sigues siendo especial y único. Y te gusta cómo eres y cómo has evolucionado. Reconociéndote. Defectos y taras incluidos. Y al que no lo entienda, no lo comparta o no lo asuma, le recomiendas que siga mirándose al espejo esperando la revelación que si tiene suerte podrá tocar con los dedos.

Ahora eres tú el copiado. Libre. No hay rencores. Sin espacio en tu interior para nada más que un guiño de vez en cuando.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 14 de Diciembre de 2016

Fecha original de publicación:14 diciembre, 2016 @ 08:02

Huelga de deberes.

La Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) ha hecho un llamamiento para quejarse sobre el exceso de deberes con una acción llamada «huelga de deberes». La idea es que durante los fines de semana de noviembre los niños no hagan las tareas de casa. Quizá el nombre elegido sea poco acertado, aunque esta acción forma parte de otra mayor campaña titulada, ahora con más acierto: «En la escuela falta una asignatura: Mi tiempo libre.»

Foto: Escritosuno Tumblr
Foto: Escritosuno Tumblr

 

No recuerdo haber hecho deberes en mi vida. Esto no quiere decir que no los tuviera, ojo, sino que no lo recuerdo, por lo cual extraigo que no fue el trauma en que se está convirtiendo actualmente para algunos niños. No me refiero a sobreprotección, considero que los deberes son necesarios, pero me niego a aceptar que sea visto como normal que una niña de 8 años tenga una hora diaria y encima necesite ayuda paterna. En la universidad no estudiaba tanto tiempo al día y acabé mi carrera perfectamente. Cuando había exámenes me ponía a ello, bien organizado y encajando con escuadra y cartabón mi trabajo de repartidor de pizzas. Cierto que sufría, como todos, algunos atracones, pero tampoco dejaba nunca nada para el último día.

Se ha metido en el mismo saco que defender la huelga de deberes supone no valorar la cultura del esfuerzo. Me da la risa. ¿A mi mujer y a mí nos va alguien a enseñar lo que es el esfuerzo? Dos autónomos que echamos más horas que un reloj para poder llevar un sueldo a casa, igual que otros tantos. Acomodados y sin quejarnos no conseguiremos nada. Hay que moverse de vez en cuando. Y sí, defiendo la huelga de deberes, tras haber hablado primero con el colegio de mis hijos. Las cosas a la cara. Dijeron tomar nota. ¿Alguien en su sano juicio piensa que unos niños de 7 y 8 años que se pasan de 9 a 17 en el colegio necesitan una hora más al día de trabajos en casa? Ay, cuántas bocas llenas de conciliación.

Resulta también curioso la cantidad de educadores que se dan por aludidos cuando la culpa sólo es del sistema educativo de chiste que tenemos. Maestros, esto no es un ataque a vosotros, al menos en mi caso/casa. Creo que se puede estar en contra de unos deberes sobredimensionados por un lado y defender la figura del profesor por encima de todas las cosas. En casa mandan los padres y en el cole los profes. Nosotros educamos, ellos enseñan. Mis hijos lo saben perfectamente, y desde pequeños les hemos inculcado que lo que dicen sus maestros es dogma de fe. Incluso cuando como todos se equivocan, no les corregimos nunca.

Para guinda se está politizando un tema ya bastante politizado de por sí mientras que los afectados (profesores, padres y sobre todo niños) sufren las consecuencias. ¡Vamos apañados!

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 9 de Noviembre de 2016

Fecha original de publicación:9 noviembre, 2016 @ 09:01