Rodeados de muertos.

Hasta que murió mi abuela no era yo de visitar cementerios. Me daban ese repelús que dan las cosas que te rodean pero no quieres tener cerca. Esas cosas que conforme creces vas temiendo entender pero te haces el loco para no afrontarlas. Desde pequeños la muerte se trata como un negro tabú generando un innecesario miedo, una angustia incontrolable. Qué diferente México.

Recuerdo agobiarme sobremanera elucubrando sobre la posibilidad de que mis padres murieran antes de tiempo. Y ahora a mis hijos les pasa lo mismo. Debe ser algo genético, instintivo, porque a fuerza de golpetazos la muerte entró en mi casa con nervio hace unos años y aún así no te acostumbras nunca. Ni nosotros los adultos, ni mucho menos los niños. Quizá cuando ya la ves venir directa y decidida a por ti la cosa cambia. Quizá no. ¿Cómo saberlo?

En poco tiempo se nos murió mucha gente, familiares cercanos, demasiado cercanos incluso. Y mis hijos preguntaban. ¿A los muertos les salen alas? ¿Y les duele cuando les salen? ¿Y les sale también pico como a los pájaros? Y es que la muerte atormenta siempre. Porque cada muerte es diferente y para eso no está uno preparado nunca.

Hasta hace bien poco no entendía que la gente acudiera a los cementerios. La parafernalia del negocio de la muerte me generaba un rechazo tremendo. Siempre pensé que cuando muriera querría que se deshicieran de mí lo más rápido posible, sin dejar rastro. Y que la huella que dejara en vida fuera mi legado. Sólo morimos cuando ya nadie piensa en nosotros. Pero como en tantas otras cosas mis gustos han cambiado. Ya escribía en esta misma columna hace unos meses que antes de los cuarenta iba a hacer todo aquello que siempre había criticado. Pues venga, otra muesca al revólver de mis incongruencias. Y eso que ya los he cumplido.

Visito mucho a mi abuela en su tumba. Y la tranquilidad que me transmite no es de este mundo. ¿Cómo iba a serlo? Cuando muere alguien al que estabas tan unido en vida el vínculo no se rompe nunca.

Por eso es triste vivir rodeados de muertos, de personas que no tienen vida. Desechar lo que no te sirve y enfocar lo verdaderamente importante es otra de las lecciones que nos dan los ausentes. Y mi abuela me lo recuerda cada vez que me siento un rato a hablar con ella. Si alguien me viera: un escéptico como yo charlando con la cálida inscripción en el frío mármol de un nicho. Y saliendo de allí invariablemente con las pilas puestas. Puestísimas.

Porque al otro barrio te llevas lo que no pesa, los lazos que estás entretejiendo en vida para no morirte nunca del todo.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 1 de Noviembre de 2017

 

 

¿Lejísimos?

Para dormir al raso hace falta irse lejos, muy lejos. Por ello tuvimos que salir el sábado muy pronto, un viaje interminable en coche con infinitas curvas y mis hijos preguntando a cada minuto «Papá, ¿cuánto falta? Mi mujer conduce, yo les voy tranquilizando al tiempo que planeamos la excursión. Nos vamos de acampada con unos amigos y muchos niños más. Doce adultos y trece niños. Veinticinco personas buscando un lugar dónde dormir juntos al aire libre y comer con «tupers» compartidos y bocadillos variados. Sin cocina. Sin agua. Sin aseos. ¿Lejísimos?

Para sentirse rodeado de animales nocturnos, zorras, jabalíes, búhos y otra variada fauna hace falta irse lejos, muy lejos. Al fin llegamos y tardamos una eternidad en montar la tienda de campaña prestada. Somos muy de campo, pero lo de dormir en el suelo es otro cantar. Hacía fácil veinte años que no me metía en un saco sintiendo la tierra bajo los riñones. Los niños emocionados no, lo siguiente, construyeron entre las piedras un castillo imaginario con almenas, calabozos, aldea y reyes y princesas y malos consejeros. Cazaron abejas, arañas y hasta una mantis religiosa. No ducharse en dos días siempre es motivo de alegría para los enanos. Y para los mayores, qué demonios, cuando no hay más opción que las toallitas, el desodorante y el lavado del gato. ¿Lejísimos?

Para no tener cobertura en tu móvil, dejándolo en la tienda sin ni tan siquiera mirarlo, hace falta irse lejos, muy lejos. Pasamos junto a un abandonado hospital de tuberculosos, recorrimos el sendero de que se interna en el bosque, cruzamos un puente colgante y vimos la huella de un dinosaurio. Hicimos «fuego» de campamento con un «chistófano», los niños cantaron canciones y los mayores tomamos gintonics. Todos contamos historias. Sentimos el vendaval en mitad de la noche, oímos ruidos que dan miedo y escuchamos cantar a las copas de los árboles. No pegué ojo entre las sombras pero mereció la pena. ¿Lejísimos?

Para llegar a este lugar perdido del mundo, rodeado de perpetuos árboles y con montañas que superan los mil quinientos metros de altura hace falta irse tan lejos como a Sierra Espuña, a escasos tres cuartos de hora de viaje desde cualquier punto de la Región de Murcia. Un lugar rodeado de magia, la naturaleza en estado puro a un parpadeo de nuestros hogares. El nirvana si te gusta el senderismo, la escalada, la bicicleta o simplemente pasear. El paraíso que a punto estuvo de convertirse en desierto si la mano de Ricardo Codorniú no lo hubiera impedido. Sí, el de la estatua bajo el ficus de Santo Domingo y abuelo de Juan de la Cierva, el inventor del autogiro. Para que luego digan que no es importante la educación que damos a nuestros vástagos en casa.

Sierra Espuña, un lugar que tenemos tan cerca que no lo conoce casi nadie.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 25 de Octubre de 2017

 

 

 

Cuidado: materia frágil.

Decía San Agustín que si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Una aparentemente sencilla frase aplicable a muchos sentimientos que nos suceden y que nos cuesta verbalizar tras darles, de peor o mejor manera, forma coherente en nuestro seso.

No hay día que me ponga a escribir esta columna y no suceda algo parecido: las ideas se hilvanan rápida y análogamente en mi cabeza pero luego las paso canutas para ir dándole a la tecla. Porque si cuesta decirlo, volcarlo a un papel es triple mortal con tirabuzón. Esta impotencia se agranda cuando eres consciente de que tu mente va a un ritmo diferente al de tus labios, al de tus dedos, al de tus actos. Escribir lo tomo como terapia semanal.

El rapero Kase.O pedía visualizar como sanos, felices y consiguiendo sus objetivos a los que no podían disfrutar, en una plaza abarrotada, por encontrarse enfermos o deprimidos. Fue en el pregón de las Fiestas del Pilar de Zaragoza de hace unos días. Una mezcla de alusiones a la convivencia, la empatía y por qué no, a San Agustín, generando con su discurso diferentes reacciones en los oyentes en función de cómo marchen sus conexiones neuronales. La mía, si os interesa, fue de sensibilidad extrema. Como tantos otros raperos españoles.

En la película «La llegada» los todopoderosos norteamericanos contratan a la mejor traductora e intérprete del planeta para intentar entender el mensaje que quieren hacernos llegar unos extraterrestres. Lo consigue gracias a que (según la hipótesis Sapir-Whorf) existe una relación entre los lenguajes o idiomas que una persona puede hablar y la forma en la que entiende el mundo que le rodea.

Resumiéndolo mucho: la forma en que has aprendido a comunicarte con tus semejantes y a expresarte en tu lenguaje construirá en el futuro unas estructuras mentales más o menos profundas e incluso diferentes dependiendo de los hablantes de diversos idiomas. O abreviándolo aún más: cuántos más idiomas seas capaz de hablar, más ampliamente conceptualizarás el mundo. O eso creo.

Paradójicamente nuestro durísimo cráneo contrasta con la fragilidad de su interior, tanto a nivel físico como metafórico. Una llamada inesperada, una discusión a destiempo, un revés empresarial o una pequeña piedra en el camino desembocan, de repente, en una impresionante cuesta arriba. La mente, como el cuerpo, necesita un equilibrio.

Nuestra cabeza está hecha de materia frágil. Volátil a veces. Que en un parpadeo se parte, que en un soplo se va a otro lugar, que un instante te traiciona.

A veces se arregla, a veces vuelve, a veces hiere.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 11 de Octubre de 2017

Suicidios cotidianos.

Talinda Bennington, la mujer del cantante de Linkin Park que se suicidó hace un mes, puso una foto en Twitter en la que se ve una familia feliz, riendo, confiados y mirando al infinito. Salen ambos con sus hijos. Ni rastro de pena. Ni rastro de locura. Ni rastro de duda. «Esta foto es de unos días antes de que mi marido se suicidara. Los pensamientos suicidas están ahí, pero nunca se sabe.» añadió. Una persona que aparentemente lo tenía todo: familia, dinero, fama. Si ellos caen al pozo, qué no podrá suceder al resto de «mortales».

Me he puesto a investigar un poco para esta columna y no salgo de mi asombro. Estoy en shock. Os cuento. El suicidio es la principal causa de muerte no natural en nuestro país. Y a gran distancia de la siguiente. El 10 de septiembre se ha establecido como el Día Internacional de la Prevención del Suicidio, una lacra que según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) duplica al número de fallecidos por accidente de tráfico. La mayoría entre 35 y 60 años. En España se producen más de 10 suicidios al día, un dato que sigue subiendo de manera casi continua desde los años 80. Lo hacen mucho más los hombres que las mujeres. Y en el mundo es la primera causa de mortalidad en mujeres de entre 15 y 19 años.

El presidente del Teléfono de la Esperanza en Aragón, enumera los factores de riesgo siguientes: enfermedades mentales como adicciones o depresión, profundas crisis existenciales, personas con historial previo de intentos, afectados por la soledad e incomunicación y enfermos crónicos. Unas investigadoras de la Universidad de Cantabria publicaron un estudio en la Revista de Psiquiatría y Salud Mental que, entre otras muchas cosas, destapa la dificultad en la medición quizá debido a la explosiva mezcla de vergüenza, tabú, o dolores y dramas familiares. También encontramos curiosidades como que las provincias con temperaturas más altas o con menor PIB tendrán una mayor probabilidad de encontrar suicidios. Desde la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio añaden que se calcula que en menos del 20% de los casos hay una nota de despedida, cuestión que dificulta aún más establecer correctamente los motivos o causas.

Ahora toca salir a la calle y abrir los ojos. Estoy seguro de que somos capaces de evitar seguir engordando estas cifras. Qué duro sería echarse posteriormente las manos a la cabeza por no haber movido un dedo alegando un «nadie se lo esperaba».

Permitir que algo o alguien te amargue la vida es el primer paso, siempre hay algo más importante que una discusión laboral, un problema económico, una disputa familiar. Es un topicazo pero el único problema que no tiene solución es la muerte. Que lamentablemente a su vez se convierte en solución para los problemas de más gente de la que debería.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 13 de Septiembre de 2017

Vuelve el fútbol.

Hasta el otro día, cuando disfruté de los noventa minutos completos del partido de ida de la Supercopa de España en el que el Madrid barrió al Barça, el último partido de fútbol que había visto entero fue la final del Mundial de Sudáfrica cuando España ganó y Casillas le estampó aquel memorable beso en los morros a la Carbonero.

Han pasado siete años y desde aquel momento no digo que no siguiera un poco el asunto futbolero, porque si vives en España es imposible abstraerte del todo (medios de comunicación, conversaciones con amigos, redes sociales), pero no veía más que algún resumen o ese golazo por jornada que metía fulanito y corría como la pólvora por los WhatsApp de turno.

Hace un tiempo la cosa era distinta, incluso iba al campo a ver al Valencia, el equipo familiar, hasta me uní a una peña del club en Madrid y asistí en directo a la final de la Europa League que ganamos en Goteborg al Olympique de Marsella. Pero entre unas cosas (las dos finales de Champions perdidas por un lado) y otras (mi hijo quiso una equipación del Real Madrid por su santo) el asunto ha tenido que cambiar.

La guinda se sirvió hace unos días cuando en un evento familiar mis primos me convencieron para que me uniera a ellos en la Liga Fantástica Marca, ese juego en el que tienes que formar tu once fichando y vendiendo jugadores, compitiendo contra el resto de amigos en una competición privada. Zalazar (del Albacete) era mi estrella cuando participé por última vez en esta historia, y los cambios de cada jornada se realizaban por correo o por teléfono. Tela.

Hoy ha terminado la primera jornada y mi alineación titular me ha dado la sorpresa de encabezar la clasificación familiar, tras empollarme las noticias de la pretemporada y devanarme los sesos formando un equipo medianamente sólido. Yo que hasta hace unas horas no conocía más que a Messi y Ronaldo.

Ya veremos cómo acaba la cosa, pero estos once tíos me han dado una alegría y quizá las ganas de seguir con un poco de interés junto a mi hijo (que me ayuda con sus cromos) un deporte que me tenía totalmente desencantado. Por lo menos hasta la fecha sigo con interés los fichajes, las estadísticas y el mercado en busca de alguna ganga.

Mis primeros 69 puntos son fruto de Cuéllar de portero (paró un penalti); Cancelo (buscando desde ya un sustituto pues se va de España), Juanfran y Muniesa de defensas; Gabriel, Joaquín, Jurado, Enzo Zidane (el único que no me puntuó en esta primera jornada) y Celso Borges de centrocampistas y Baptistiao y Kike de delanteros.

¡Ataos los machos primos y amigos, este año la Liga Fantástica va a estar cara!

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 23 de Agosto de 2017

Mesías Battiato.

Pido por adelantado disculpas si hiero sensibilidades religiosas. Pido por adelantado disculpas si hiero sensibilidades musicales. Pido por adelantado disculpas si hiero algo, lo que sea, porque escribo estas letras desde la emoción y el subidón. Y eso es algo que no debe hacerse. Pero como soy consciente de ello, me arriesgo encantado.

Tenía ocho años cuando compré mi primera cinta de casete. Era un día de primavera y desperté al mundo musical. En el bolsillo me quemaba el billete naranja de doscientas pesetas, toqueteándolo mientras miraba al frente, camino de la tienda Discos Hamelín en el Jardín de Floridablanca. Lo sacaba cada varios pasos para comprobar que no se había volatilizado y Leopoldo Alas Clarín me miraba fijamente tras sus anteojos de literato.

– Hola – digo al llegar.
– ¿Qué quieres? – me pregunta el disquero sin ni tan siquiera dignarse a mirarme, pensando que sólo quiero olisquear, como hacen los niños de ocho años en las tiendas de discos.
– Ecos de Danzas Sufi, de Franco Battiato – disparo a bocajarro.

A partir de ese momento no recuerdo la conversación, pero sí tengo grabada la cara del hombre, mezcla de sorpresa y devoción. Tras ese momento entré en el bucle musical más grande de todos los tiempos. El disco que más he escuchado en mi vida. Una forma de entender lo que te rodea, de afrontar ciertas cosas y de envidiar las que no podrás realizar nunca. Una forma de vida. La vida battiata.

Ocho canciones eternas que aún me acompañan: Centro de gravedad permanente, Sentimiento nuevo, No time no space, Los trenes de Tozeur, El animal, Up Patriots to arms, La estación de los amores, Chan-son egocentrique y Cuccurucucú.

Muchos años después de aquella cinta compré en CD el imprescindible “Battiato Collection” con treinta de sus míticas composiciones de nuevo en español. Y de nuevo se cosieron a la piel como parte de mi sangre. Con su última joya en castellano (Ábrete Sésamo, 2012), volvió a coronarse. Si quieres unirte a la religión battiata, consigue estos tres elementos y a disfrutar.

Prefiero a Battiato cuando canta en español, por eso la primera vez que lo vi en directo sentí algo agridulce. Todo en italiano. Frustración. La gente me chistaba para que dejara de cantar en español. La segunda vez iba preparado, pero de nuevo me dejó algo frío, estuvo sentado todo el concierto y transmitía menos de lo esperado.

A la tercera va la vencida, dicen. Y vaya si lo fue. La Mar de Músicas. 2017. Parque Torres. Cartagena. Franco Battiato nos regala algo inolvidable. Quizá todo fue como en los anteriores conciertos, quizá el siciliano está viejo. Lo seguro es que yo también he evolucionado y el cuarteto de cuerda y dos teclados con que nos deleitó fueron más que suficientes. Historia.

Sus letras profundamente filosóficas, su música a medio camino entre el rock progresivo y la tradición más folclórica, su presencia, su estilo, su voz… Si Battiato no es el mesías que el mundo espera no sé qué otro podría serlo.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 26 de Julio de 2017

 

 

Bendito Tour de Francia.

«Elige: O dormir la siesta o ver el Tour de Francia, callado y sin moverte, Nacho.»

Las sobremesas de los veranos de mi niñez solían comenzar así. Calor abrasante, sudor pegajoso y ciclismo en la tele. Lo que había comenzado como una obligación se convirtió en una pasión y no ha habido año desde mi más tierna infancia que no haya seguido la Grande Boucle. Esperar a que algún «mayor» trajera el periódico con el listado de dorsales definitivo, preparar con celo las chapas con nombre, número y los mejores dibujos que he hecho en mi vida: los maillots de los equipos. Y entre todos destacaba el mitiquísimo azul, rosa y amarillo del Z.

Estar de campamento y seguir los finales de etapa por la radio escuchando a Javier Ares narrando encarnizado la espeluznante caída de Djamolidine Abdoujaparov, tras chocar contra un soporte en la meta de los Campos Elíseos. Otra inolvidable voz, esta vez televisiva, era la de Pedro González, imposible no sonreír recordando cómo llamaba repetidamente imbécil a aquel estúpido aficionado que tiró en plena subida a Giuseppe Guerini cuando intentaba hacer una foto en mitad de la carretera. Aunque para despistes y tragedias la que provocó aquel gendarme en un sprint final, derribando a Laurent Jalabert y haciéndole perder varios dientes. Su cara ensangrentada sentado en el asfalto mirando al infinito es parte de la historia.

El Tour de Francia es Jan Ullrich como eterno segundón. Johnny Hoogerland arrollado por un coche despistado en mitad de una etapa, dejándole el culotte y la pierna destrozados. La elegancia de Marco Pantani subiendo Alpe D’Huez como si de un entrenamiento se tratara. La dramática tristeza de Richard Virenque (y sus inseparables lunares rojos) reconociendo que iba dopado hasta las cejas. La muerte de Fabio Casartelli en directo. Las innumerables caídas tontas del simpático Alex Zülle, que no veía tres en un burro. La suerte (mala) de Joseba Beloki cayendo cuando se le cruza la rueda delantera y (buena) de Lance Armstrong evitándole y atravesando con maestría un terraplén. Dios salve al helicóptero que magistralmente grabó el momento. Los fabulosos piques de Laurent Fignon y Greg Lemond. El perenne calvo Bjarne Rijs subiendo como una moto, con unos actualmente irrisorios acoples en su bicicleta. La impotencia de Gianni Bugno y Claudio Chiappucci chocando año tras año contra un muro llamado Miguel Induráin. Lo mal que olían los recitales de Lance Armstrong y su equipo. Las sobradas de Mark Cavendish o Fabian Cancellara. El monumental despiste de Perico Delgado llegando tarde a la salida de la primera etapa y sus hachazos (vestido de Reynolds) para intentar la remontada. Chris Froome corriendo sin bicicleta. Las diferentes formas de entender el ciclismo del espectacular Peter Sagan o el icónico Mario Cipollini. Alejandro Valverde estampándose contra una valla y rompiéndose la rótula.

Un año más, comienza el Tour de Francia, imprescindible en las tardes de Julio de mi vida, en las que sigo sin dormir la siesta pidiendo a mis hijos estar callados y sin moverse. Bendito sea.

 

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 5 de Julio de 2017