¿Por qué tantas empresas mueren jóvenes?

En 2025, N7 cumplirá 15 años. Y no es solo una cifra, es una declaración de intenciones. En un país donde más del 60% de las empresas no superan los cinco años y apenas el 30% llegan a los diez, cumplir tantos ya no es casualidad, es el resultado de decisiones difíciles, trabajo constante y una buena dosis de capacidad de adaptación (con algo de audacia e intuición, no cabe duda). Cada año que pasa es una prueba superada, un recordatorio de que, a pesar de las dificultades, seguimos aquí creciendo, aprendiendo y, sobre todo, disfrutando del camino.

Cuando arrancamos en 2010, el panorama era muy distinto. Las redes sociales apenas comenzaban a dar sus primeros pasos y la digitalización del marketing sonaba más a futuro que a presente. Ahora todo ha cambiado y, con ello, la manera de comunicar y conectar con los clientes. Desde el principio, entendimos que adaptarse no era suficiente: había que anticiparse. Mantenerse actualizado en un sector que no deja de moverse es fundamental, pero también lo es saber rodearte de las personas adecuadas. En estos casi quince años, he visto cómo el mundo de la publicidad pasaba de ser un terreno bastante estable a convertirse en un lugar donde todo cambia a velocidad de vértigo. Y aunque me gustaría decir que lo teníamos todo previsto, la verdad es que no. Simplemente, hemos ido adaptándonos. Aprendimos que no basta con ser bueno en lo que haces; tienes que estar dispuesto a reinventarte cada vez que las reglas cambian. Y cambian continuamente.

La realidad es que sacar adelante una empresa no es una aventura heroica ni un cuento inspirador. Es algo mucho más mundano y agotador: es un ejercicio continuo de aguante, pragmatismo y decisiones difíciles. No hay un momento en el que sientas que ya lo tienes todo bajo control, ni un punto en el que te relajes. Lo único que cambia es que aprendes a convivir con la incertidumbre y a gestionar mejor el desgaste.

Pero si hay algo que realmente marca la diferencia, no son las estrategias, ni las herramientas, ni siquiera el producto. Son las personas. Mi equipo es el motor de N7. No somos muchos, pero somos los necesarios. Quince personas comprometidas que han sido clave para nuestra trayectoria. Aquí no hay jerarquías eternas ni títulos intocables: todos somos imprescindibles, pero ninguno es insustituible. Más allá de las estrategias, las tecnologías o las herramientas, cuidar a las personas que te rodean es lo que realmente marca la diferencia.

El crecimiento también ha sido una de nuestras apuestas, siempre desde la sostenibilidad y sin prisas, priorizando la calidad sobre la cantidad y apostando por relaciones a largo plazo con nuestros clientes. Nos hemos permitido decir “no” cuando algo no encajaba y enfocarnos en lo que realmente aporta valor. También he aprendido a no dejarme llevar por la obsesión de crecer por crecer. Durante los últimos años hemos aumentado la facturación continuamente, sí, pero siempre con una idea clara: no queremos ser los más grandes, queremos ser los mejores en lo que hacemos. Crecer no es una meta, es una consecuencia. Y hacer crecer al equipo al mismo ritmo. No tomamos decisiones pensando en números rápidos, sino en relaciones duraderas, y quizá por eso, muchas de las empresas con las que empezamos hace más de una década siguen hoy a nuestro lado.

Y luego está la marca. Porque, si algo he aprendido en este sector, es que lo único que diferencia a una empresa de otra es lo que representa, lo que transmite y lo que la gente espera de ella. Trabajar en nuestra propia marca ha sido tan importante como hacerlo para los clientes. Es un ejercicio de honestidad: predicar con el ejemplo y construir algo que no solo funcione, sino que también te haga sentir orgulloso. Cuando miro hacia atrás, veo errores, momentos de duda y decisiones que cambiaría. Pero también veo crecimiento, no solo de la empresa, sino personal. Porque al final, dirigir un negocio no es solo aprender a ganar; es aprender a perder, a levantarte rápido y a no dar nada por hecho. También participar continuamente en cursos, conferencias y eventos me ha permitido no solo compartir conocimientos, sino aprender de otros sectores y puntos de vista. Esto, al final, se traduce en nuevas ideas, nuevas estrategias y nuevas formas de abordar los retos.

Quince años no son un punto de llegada, ni mucho menos. Es más tiempo del que la mayoría consigue, pero tampoco es garantía de nada. Cada día seguimos peleando, tomando decisiones y, sobre todo, aprendiendo. Porque si algo tengo claro es que, aunque las empresas no tienen por qué durar para siempre, la forma en la que las llevamos dice mucho de nosotros. Así que, ¿por qué tantas empresas mueren jóvenes? Porque esto no es para todo el mundo. Y no pasa nada. Pero si decides intentarlo, ve con todo pues “…los grandes éxitos resultan de trabajar y saber esperar…”

Al final lo que cuenta no es cuánto tiempo dura una empresa, sino cómo decides vivirla mientras existe.

¡Y ahora vamos a por la mayoría de edad! ¿Nos acompañas?

India, mucho más que un país

Pocas palabras tienen tanto peso en el imaginario colectivo como “India”. Al menos pocas transmiten sin más apellidos un concepto tan amplio y variado como concreto y decisivo. Un fin, una meta, un propósito, un destino. India no defrauda, superando cualquier expectativa que hayas podido montarte en la cabeza, pero al mismo tiempo (también sin sorprender a nadie) no es un país para todo el mundo, ni mucho menos: un torbellino que golpea los sentidos y reta cualquier esquema preconcebido.

Acabo de volver a casa con una de las resacas emocionales más grandes de mi vida, una semana de viaje por motivos empresariales para intentar entender mejor un mercado que crece con el mismo vértigo que sus ciudades. Y como siempre en mi caso conjugo trabajo y placer: perderme entre su gente, sus rincones y sus historias.

Bombay y Nueva Delhi fueron las dos caras de mi viaje, ejemplos perfectos de los contrastes de este país donde una reunión en un moderno rascacielos puede tener como telón de fondo el barrio de chabolas más grande del mundo: continuo choque entre lo nuevo y lo antiguo, entre la riqueza desbordante y la miseria más absoluta, entre un místico que escasamente se alimenta y habita en la puerta de un templo, justo al lado de un chaval enganchado a su teléfono móvil, formando un caos abrumador que golpea sin piedad ni descanso. Edificios gubernamentales compartiendo espacio con mercados caóticos rodeados de basura por todos lados y cientos de monos salvajes, donde los fortísimos olores de todo tipo y el sonido de cláxones se mezclan hipnóticamente, todo ello envuelto e impregnado de la mayor contaminación acústica y atmosférica del planeta.

Desde el punto de vista empresarial, la India es una lección de agilidad, con una clase media que comienza a hacerse hueco, un comienzo de cambio político y donde todo se mueve rápido, pero nunca de forma lineal o habitual para nuestros estándares del mundo occidental. Las reuniones pueden empezar tarde o muy tarde, pero cuando arrancan el nivel de compromiso y creatividad compensa cualquier retraso. Agilidad de agenda y tranquilidad de trato, encuentros largos y relajados, hablando de lo divino y de lo humano, de la familia y de los negocios, pero todo a su tiempo, todo en su momento: la flexibilidad no es solo una habilidad deseable, sino una necesidad en un entorno donde las reglas se redibujan constantemente. India se dirige a su lugar en el mundo, ya veremos cuándo y cómo lo alcanza.

Objetivos cumplidos a nivel negocio, pero más “beneficio” saqué de otras fuentes, pues fuera de las rutas “oficiales” lo que más me ha impactado, como siempre, es la gente. Somos animales de costumbres, somos animales de grupo, somos animales de contacto. O al menos yo lo soy y así me siento siempre. Monté en decenas de tuctucs, buscando mínimos huecos entre reuniones y exprimiendo cada minuto (ya me conocéis) negociando el precio sobre la marcha, tras conversar un rato antes de entrar en harina trayectos de ida y vuelta, te esperan el tiempo que haga falta. Sonrisas que son puentes. No importa que no hables el idioma o que no entiendas del todo su genial acento inglés o sus costumbres, mirarse a los ojos lo atraviesa todo. Los mismos ojos con los que te deslumbra su majestuosa arquitectura, sus laberínticas calles, su descontrolado tráfico y tus propias contradicciones: admiras un monumento conocido mundialmente, mientras personas desmembradas mendigan por la misma calle: difícil procesar tanta belleza y dolor en un mismo parpadeo. Quizás la clave esté en aceptar sin cuestionar, como hace la India encontrando su equilibrio en medio del desorden, para encajar sólo las piezas que estén a tu alcance, dejándote guiar en las que te faltan, aunque nunca completarás ese puzle interminable.

El ruido, los olores, los colores y la sobrecarga sensorial te pueden pasar por encima, no es un país para todos, como decía más arriba, sólo para aquellos que estén dispuestos a abrirse a algo que, sin remedio, te cambia y te guía para entender que el mundo está lleno de profunda relatividad y contraste, un aprendizaje a la navegación, como cuando se llega en barco a la puerta del océano Índico, con flexibilidad y una sonrisa. Esa será siempre nuestra mayor ventaja competitiva. Y no estoy hablo de negocios.

Todas estas frases me han venido a la cabeza a la hora de redactar y titular este post:

  • «India: impactante, caótica y transformadora en 7 días»
  • «Lo que no te cuentan de India: contrastes brutales en Bombay y Delhi»
  • «Viajar a India me cambió la vida: olores, ruidos y lecciones empresariales»
  • «India en 7 días: un viaje entre el caos y la belleza»
  • «El país que golpea tus sentidos: así viví India»
  • «Bombay y Delhi: el contraste de India en primera persona»
  • «India: descubriendo la magia y el caos de Bombay y Delhi»
  • «India en estado puro: entre negocios, historias y caos»
  • «De los rascacielos a las chabolas: mi semana en India»
  • «India como nunca te la han contado: belleza y contrastes»

Un paso mágico

Un paso mágico

Cuando entré a formar parte del grupo de patrocinadores del UCAM Murcia Baloncesto, hace tres temporadas, debo reconocer que conocía bastante poco del club y eso que siempre he sido seguidor del basket en general, además de ser el primer deporte en que me federé y competí a nivel amateur en las ligas municipales de Madrid durante algunos años, e incluso ya patrocinábamos con la empresa varios equipos locales de la región.

Nunca pensé dar el paso de colaborar con un equipo de la primera división profesional de ningún deporte, también debo reconocerlo pero, como todo en la vida, el esfuerzo da sus frutos y con el ímprobo trabajo que desarrollamos en la agencia, unido a la insistencia y el cariño de Antonio y José Miguel por parte del club pudimos por fin permitirnos afrontar la inversión publicitaria que supone dar un paso de este calibre. Un paso mágico.

Recuerdo como si fuera ayer la rueda de prensa de la presentación con Felipe y Julia, siempre atentos y profesionales, en la que pedí que me acompañara un tal Tomás Bellas, del que no sabía más que llevaba mi número 7 a la espalda y que ha acabado convirtiéndose en buen amigo y con el que tengo la suerte de seguir compartiendo buenos momentos personales. No imaginaba en ese momento que acabaría yendo a todos los partidos de todas las temporadas, sacando tiempo de debajo de las piedras para ir enganchándome a un equipo que iba dando tumbos deportivos en una travesía en el desierto de la ACB que lo tuvo a las puertas de los playoffs, con papeles discretos en la Copa del Rey y la Champions League, pero sentando las bases de lo que este año ha acabado saliendo a la luz, con el trabajo de unos excelsos gestores técnicos, deportivos y creativos como son Sito, Alejandro y Juan Pablo, una memorable temporada en la que hemos disputado la Final Four de Belgrado y nada menos que la finalísima de la Liga Endesa al todopoderoso Real Madrid, después de eliminar con enormes dosis de épica al Valencia y al Unicaja Málaga, nada menos.

Un equipo, liderado por el incombustible, excelente persona y eterno capitán Nemanja, que ha movilizado a toda una ciudad, ha ilusionado a toda una región que ha llenado continuamente el Palacio de Deportes, que ha vibrado con la calidad y los cojonazos de Rodions, Dustin o Dylan, por nombrar tres de todos los guerreros que se han partido la cara, incluso literalmente estos días y que ha sabido degustar el buen baloncesto que nos espera a los murcianos a partir de ahora. Un club en el que desde el primero al último ejecutan a la perfección su papel, un abrazo enorme desde estas líneas para toda la familia Mendoza y cómo no, para Lucas, Jose Manuel, Mariano, Carlos, Tozé o Estefanía, entre tantos otros.

Personalmente me siento feliz de haber enganchado a mis hijos, a mis hermanos y a mi padre, que se han hecho todos fans de este UCAM Murcia que es también una familia, realmente, de la que todos nos sentimos parte. Orgulloso también de haber contagiado a otras empresas amigas y clientes a unirse al barco de los patrocinios que tanto aportan a la sociedad y al deporte en todos sus estratos, también muy contento especialmente de que me haya recibido con los brazos abiertos el selecto club de patrocinadores/animadores con el que hemos disfrutado de inolvidables viajes y memorables previas: José Luis, Víctor, Miguel, Enrique, Julio, Juan Antonio, Iñaki, Ángel, Juan Carlos, Alberto, Emilio, Raúl, Ramón, Fran, Ginés, Antonio, Marcos…

Me va a faltar algo estos meses de descanso sin la rutina de los partidos, sin los nervios de la competición, sin las previas, sin los viajes y sin ese gusanillo que te recorre el cuerpo cuando sientes que eres parte de algo mucho más grande que tú, compartido con la gente a la que quieres y que de vez en cuando, además te da una alegría. Como si hiciera falta, que no la hace, pero a nadie amarga un dulce, qué demonios.

Estoy contando los días para la temporada que viene, para volver a nuestro pabellón, para dar abrazos y choques de manos a tanta gente con la seguir sumando momentos inolvidables y pasos mágicos que juntos, saben todavía mejor.

El futuro de los jóvenes directivos

Aunque no lo parezca (o eso me dicen) este que escribe está ya más cerca de los 50 que de los 40, siempre he pensado que se debe a algo de suerte en los genes y, pudiendo engañar por fuera gracias a cuidarme bastante, por dentro uno sabe que está ya mayor en ciertos aspectos. La edad está ahí y lo bueno es que no llega de golpe, te van entregando fascículos y no hace falta tener la cabeza especialmente bien amueblada para aceptarlo de tan despacio que te va afectando.

Cuento esto porque el otro día en un evento para jóvenes que organizamos desde ADIMUR (la asociación de directivos de la Región de Murcia) me presentaron como ese “senior” que no lo parece (el cansancio va por dentro se ve, porque estaba reventado y no me encontraba ni mucho menos en mi mejor momento, que uno ya tiene unos años) y me pidieron explicar los motivos para recomendarles formar parte de nuestro cada día más numeroso grupo.

Decidí centrar mi minúsculo discurso en tres ideas fuerza que pudiera recordar fácilmente el auditorio, tres grandes ventajas y beneficios que a nivel personal me ha proporcionado pertenecer a este proyecto, primero como asociado y luego como miembro de la junta directiva: aprendizaje, generosidad y bienestar personal.

Aprendizaje: Cuando uno es empresario, viniendo además de ser autónomo desde hace mil años, está bastante cegado en ciertos temas de los que principalmente es autodidacta, el tiempo es limitado y cuesta instruirse en nuevos asuntos enmarañado en el día a día. Desde que estoy en ADIMUR he aprendido lo que no podría ni imaginar de los compañeros de viaje que me acompañan, todos me han mostrado un lado que no conocía, unas soft-skills que son oro molido y una continua formación a su lado que no tiene precio. En las reuniones de trabajo y en las personales, que también las hacemos los que mejor conectamos.

Generosidad: Me he dado cuenta de que conforme uno se hace mayor va perdiendo el egoísmo, diluyéndose como un azucarillo endulzando a su vez el agua en el que vivimos con ese conocimiento y experiencia que, poco a poco, deseas compartir. En ADIMUR he encontrado gente que comparte contigo lo que sabe sin esperar nada a cambio (igual me lo he ganado, quiero pensar) y de esta forma sacan de ti eso mismo, ganas de ser más generoso y compartir lo que sabes.

Bienestar personal: Me cuesta muchas veces separar mentalmente la figura del empresario y del directivo. Es lógico: la empresa es mía y aunque me considero director general también soy el que se la juega cada día económicamente (administrador único), por lo que llevo puestos los dos sombreros durante mi trabajo diario. Desde que estoy en ADIMUR, evolución que ha ido a la par del crecimiento de la empresa, he ido dando galones a algunos de mis empleados más implicados y efectivos, haciéndoles crecer en responsabilidad y sueldo, convirtiéndoles en eso, mandos intermedios que hacen más fácil la vida del resto de miembros del equipo.

Estar en ADIMUR no solo me ha hecho mejor directivo, me ha hecho también mejor persona, contagiado por los que me rodean. Y este es mi mayor consejo para el futuro de los jóvenes directivos, viniendo además de alguien que también lo ha sido y que para muchos sigue pareciéndolo. Aunque la profesión vaya por dentro.

EXTRA:

Gracias a Yayo Delgado y Estrella de Levante por lo bien que (me) nos tratan siempre.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Mayo 2023

Capitalista ético

Desde hace algún tiempo he cambiado los hábitos lectores relacionados con los libros de economía y empresa: hasta hace poco seguía leyendo aquellos más centrados en el modelo de negocio, en el management puro y duro, en los procesos internos de recursos humanos o incluso apoyos contables o financieros para la dirección. No digo que no vuelva a ellos llegado el momento pero actualmente, con la suerte de tener una empresa consolidada (o en vías de serlo), he dirigido la atención a otros aspectos más laterales y sociales, centrándome en lo que puede llegar a ser un negocio ético, responsable e implicado con sus componentes, esencialmente los trabajadores y los clientes.

No vamos a negar que sin facturación cualquier negocio está condenado al fracaso, en una sociedad capitalista como en la que vivimos se antoja paso previo necesario para casi todo. Y así debe ser, no podemos ir plenamente en contra de la corriente pero sí podemos, cuando la cosa comienza a funcionar, cuando puedes seleccionar con qué proyectos trabajar y qué reglas comenzar a poner, cuando te ves con la fuerza de anteponer la ética a otros prismas. No es que antes no lo hiciera, pero reconozco que alguna decisión empresarial que tomé hace años podría ser diferente ahora. Ya decía un gurú de mi sector, el publicitario, que las agencias atemorizadas pierden el valor de dar consejos sinceros cuando se refería a ciertas campañas que no deberían haber visto nunca la luz y por no atreverse a perder la facturación, acabaron en alguna televisión. Qué gran verdad, tan extrapolable a cualquier sector.

Volviendo al capitalismo, modelo económico mejorable a todas luces pero con el que tenemos que lidiar tanto empresas como empleados, se abre un camino que podemos trazar e intentar recorrer para hacer un poco mejor la humanidad que nos rodea aunque sea de manera competitiva (o egoísta alguna vez, por qué no) maximizando los beneficios económicos, intelectuales y sociales, no sólo para los accionistas, sino para la sociedad en su conjunto.

De este modo las compañías podrán crear grandes productos o servicios con un valor superior al que se les puede suponer monetariamente, consiguiendo con ello un sistema rentable, sostenible y equitativo, dando a cambio a estas empresas la fuerza y protagonismo que les corresponde, sin ponerles trabas innecesarias, para con ello alcanzar la innovación y el crecimiento que todos necesitamos.

Puede parecer que hablamos de algo demagógico pero ya tenemos muchos ejemplos de creación de valor por parte de los consumidores, cuya fuerza se ha multiplicado, y las empresas que lo han entendido, forman parte junto a ellos de un todo más grande, con una orientación hacia un propósito, no solo a la maximización de los beneficios.

Cualquier gran cambio en el mundo se inicia con un simple paso, permitid que como pequeño empresario me emocione con estas posibilidades e intente que la marca en la que llevo tantos años trabajando trascienda su sector o sus ganancias, sus proyectos o sus clientes, sus campañas o su facturación, situándose mediante las continuas acciones que discreta y humildemente podemos llevar a cabo, hacerse un hueco en la sociedad en la que desarrolla su actividad económica y social. Sí, me quiero considerar un capitalista ético, aunque suene a paradójico es donde más cómodo y feliz me encuentro hoy en día. Intentando hacer cada día un poco mejor el mundo que me rodea.

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El gen comercial

Intuyo, sin más argumentos que mi propia experiencia, que el primer trabajo que uno desempeña en su vida moldea sin contemplaciones el futuro que le espera a nivel laboral. En mayor o menor medida todos los encargos profesionales que he desarrollado, en mis más de veinte años de cotización, han llevado aparejada una pata variable en el sueldo que incluso, muchas veces, superaba el fijo mensual.

Cuando repartía pizzas para pagarme la carrera casi siempre obtenía el extra de mayor rapidez de entrega en moto (con algún susto vial incluido) y sumando a ello las sustanciosas propinas conseguidas prácticamente duplicaba lo percibido en el salario fijo. En otro momento podremos hablar de la gran diferencia en “tips” que obteníamos los repartidores: plantarte tras la puerta recién llamado al timbre con amplia sonrisa y cajas en mano, siempre saludando y dando las buenas noches era clave para rascar un poco cada viaje. Y así sigo, sin necesidad de propinas afortunadamente, pero con la educación por delante. Y el continuo agradecimiento de fondo a poder trabajar, que no es poco, en los tiempos que corren.

Luego estuve muchos años currando directamente de comercial en varios lugares diferentes, uno de los puestos de trabajo quizá más denostados que existen, la gente suele hablar despectivamente de ellos, como si no llegaran a ser del todo sus compañeros de trabajo, quizá debido a una mala fama seguro que a veces ganada a pulso, pero sin buenos comerciales las empresas no venden y por tanto el resto de personal de las mismas no serviría para nada. Exactamente igual que al contrario, sin un buen servicio o un buen producto que vender, de poco vale un excelente comercial.

¿Entonces el gen comercial viene de serie o se fomenta por la experiencia? Pues, como decía al principio, sin más argumento que mi propio ejemplo, intuyo que surge por una mezcla de tener vocación de servicio hacia los clientes, un pelín de ambición, mucha empatía, capacidad de adaptarse a trabajar por objetivos y ese gusanillo que se siente al preparar una reunión de negocios, al encontrar justo lo que mejor se adapta al comprador y finalmente, la inigualable sensación de cerrar positivamente para ambas partes un presupuesto. También se trata de ir mejorando las habilidades sociales y las relaciones públicas, unas destrezas que personalmente considero imprescindibles en el mundo actual, tanto a nivel empresarial como personal. Algo que además se ha visto reforzado con el boom digital y de las redes sociales, donde podemos estar en contacto más cercano con clientes y proveedores.

Se te meta al cuerpo del modo que sea, una vez dentro no sale. Con sus reveses, oiga, que los comienzos no son un camino de rosas y cuesta mucho arrancar, ir construyendo tu cartera de clientes y, llegado el momento, que sean capaces de confiar en ti sabiendo que cuando una operación sale bien, es buena para los dos, creando ese vínculo a largo plazo que, tantos años después, se puede mantener con las personas y se debe mantener con las buenas personas.

Porque el gen comercial no te da sólo clientes, proporciona intensas relaciones humanas que pueden acabar convirtiéndose incluso en amigos. Que en el fondo es lo que a uno le alegra la vida.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
La Verdad de Murcia
Octubre 2022

Los otros relojes

Acabamos de entrar en un nuevo Estado de Alarma y he sido consciente, como un fogonazo instantáneo, de que los meses transcurridos desde marzo hasta hoy han sido especialmente maleables. Un tiempo elástico galopando entre nieblas.

Cada uno percibe el paso del tiempo a su manera y de diferente modo aplaca los efectos positivos y negativos que con su transcurrir nos van rodeando. Llegan las edades de tu vida a distintos momentos y a través de los estándares que nos han impuesto con segundos, semanas y trimestres encorsetamos lo vivido: Esto dura un minuto, aquello son dos meses, o eso terminará en un año. Poniendo coto cerebral con los argumentos mentales necesarios para entender una dimensión que se nos escapa entre los dedos por su relativa forma de afectarnos.

Cada uno cuenta el tiempo a su manera, aunque lo notamos especialmente a través de lo que más observamos: nuestro cuerpo, nuestros hijos y nuestros padres. Una cana aquí, una arruga allá, un achaque, un retraso, una paga, un susto, una responsabilidad que viene, otra que se va, dolores que no había, preocupaciones con las que ni soñabas. Hacerte viejo significa encajar poco a poco las piezas de ese puzle que traías bajo el brazo mientras, entre gritos y bises, tus ojos veían por primera vez la luz.

Cada uno evoluciona en el tiempo a su manera. Dicen que la vida es como una tela bordada, la primera parte la pasas por el lado bonito, intuyendo el proceso creativo de una especie de dibujo, disfrutando. La segunda parte de tu vida por fin entiendes cómo están entretejidos los hilos, la parte fea, la necesaria, atando cabos.

Desde que me lo monté por mi cuenta laboralmente guardo los tickets de gastos en una funda de plástico transparente. Una funda por año, a principios de enero vacía y a finales de diciembre a punto de reventar. Es algo así como mi otro reloj, el que marca los periodos fiscales, otra necesaria invención social que, como un grano de arena, cae y pesa a partes iguales sobre nuestras cabezas. O no. Ver en el cajón tantas fundas juntas, de diferentes grosores, es viajar y revivir. Y no hace falta mirar los conceptos, este otro reloj no tiene manecillas.

Seguro que tú también tienes uno de estos otros relojes. Cuéntamelo.

Será un placer conocer otras formas de medir la complejidad del tiempo.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
28 de octubre de 2020