Pues ha llegado el día, mañana sale el avión hacia Berlín y el domingo toca recorrer la ciudad corriendo. Por delante 42kms apasionantes por las calles de una ciudad que, tiene su gracia, todavía no conozco. ¡Qué mejor manera de hacerlo que pateársela trotando!
Este viaje es el segundo que hemos organizado desde la Asociación Deportiva NYC2014M. Ya veremos qué pasa el año que viene… seguid atentos a las novedades en nuestra web: www.nyc2014m.com Aprovecho para dar mis más sinceras gracias a los patrocinadores que nos apoyan.
Qué curioso que este año 2015, el Maratón de Berlín cumpla su 42º edición. Y más curioso aún es que mi segunda prueba en esta distancia sea aquí, tras el año pasado cruzar la meta de Central Park en Manhattan, NYC.
En mi mente estos días no para de sonar la archiconocida canción de Leonard Cohen y su estribillo: “First we take Manhattan, then we take Berlin.”
Espero mejorar el tiempo que hice en mi estreno en la Gran Manzana, donde paré el crono en 3 horas y 42 minutos, este año el objetivo es mucho más ambicioso: 3 horas y 29 minutos, por debajo de 5min/km. Ya veremos si lo consigo.
Si quieres seguirme en directo durante la carrera, puedes descargarte la app oficial y meter mi nombre (Ignacio Tomás) o el dorsal (35143).
Por cuarto año consecutivo me dirijo a Agramón a competir en su triatlón, el más famoso de la zona y quizá el de más nivel. Vuelvo al lugar donde empezó todo allá por 2012. Una pena que mis hermanos, que el año pasado estuvieron conmigo, no puedan venir esta vez. Eso sí, voy bien acompañado.
Ha llovido mucho antes de la salida, refresca un poco en la orilla del Pantano de Camarillas, la mayoría de los atletas lo agradece, pero yo echo en falta más calor. Soy murciano, que se note. Dan la salida y arranco con todo, pero desde el primer momento noto que no me encuentro bien en el agua, me cuesta respirar, me llevo muchos palos y no cojo ritmo.
A eso sumamos que no distingo las boyas de los gorros amarillos que nos han dado, nadando al bulto con la consiguiente inseguridad de no saber por dónde voy. Cruzo las boyas en medio del grupo y me dirijo a la salida con más pena que gloria. Qué mal he nadado. Eso sí, salgo con una sonrisa, como siempre, y afronto la T0 (recorrido de 600 metros desde el agua hasta la T1) con ganas de remontar.
Hago la transición rápido pero sin presión, olvido los calcetines y me subo a la bici descalzo por primera vez en mi vida, que sea lo que Dios quiera. Pierdo además unos segundos preciosos metiendo todo en una bolsa de plástico para que no se salga de la cesta que luego nos traerán al pueblo. Puede que haya sido un error hacerlo. Por fin me olvido de todo y me subo a la bici.
Desde el primer momento me veo fortísimo, adelanto muchas unidades en la rampa de salida del pantano hasta el enganche con la carretera. Nunca me había visto tan cómodo en este sector en un triatlon, normalmente es el que peor se me da, pero estoy seguro que hoy será diferente. Rondo una media continua de 35 km/h, aunque falta la subida hacia Hellín que suele atragantárseme. Veremos qué tal.
Encaro la recta de subida, suave pero continua, convencido de mis opciones. Continúo con fuerza todo el recorrido, sin ningún imprevisto que resaltar ni sorpresas como otros años. Sólo pedalear a muerte, acoplarme y disfrutar de lo bien que me encuentro sobre las dos ruedas. No voy a gastar más palabras en los grupos de ciclistas que no respetan las reglas y van dando relevos, algo prohibido en esta prueba. Ellos mismos.
Creo que sólo me ha adelantado un corredor en todo el sector y ha sido en la bajada, casi en la entrada a Agramón de nuevo, que cruzamos dirigiéndonos a los boxes con el último esfuerzo pintado en la cara.
Hago la transición 2 bastante rápido, el no tener calcetines me da un poco de miedo, si ya era la primera vez que iba en bici sin ellos, tener que correr 5kms también así va a ser complicado, pero qué demonios, si aprieto serán poco más de 20 minutos, ¿qué puede pasarme? He olvidao los cordones elásticos y pierdo otros buenos segundos ajustándome las zapatillas. ¡Error de novato!
Atravieso la fiesta de las calles de Agramón con una sonrisa en la cara, esta gente es la ostia, qué buen rollo transmiten y qué buenos ánimos nos dan a los corredores. Desde la primera zancada me siento volando. Adelanto un buen número de corredores mientras sigo concentrado en la técnica y en la respiración.
Según mi Garmin voy por debajo de 4min/km continuamente, sorpresa total. En la recta que sale del pueblo me cruzo con los compañeros del club, nos animamos mutuamente, menudo subidón. Veo sus caras, sus sufrimientos e imagino mi rostro, maquillado con las gafas. Tengo los pies destrozados, veo sangre en la zapatilla derecha, tengo que practicar más esto de correr sin calcetines.
Aprieto un poco más, veo a Parra a unos metros por delante, me temo que no podré alcanzarle, me va a faltar un kilómetro. Este último sector a pie se está convirtiendo en mi especialidad últimamente, pero no es suficiente. Me he propuesto no mirar el tiempo total de carrera, el año pasado me llevé un chasco importante al no bajar de 1h20m como había previsto. Hoy sólo tengo puestos los parciales y ritmos por sectores, no quiero distracciones.
La técnica es satisfactoria, cruzo la meta en 1h15m, una barbaridad para mí. Levanto los brazos y respiro hondo. ¡Cómo me gusta esto!
En la vida hay que saber ganar y perder. Esta vez, tras tres victorias consecutivas (Olímpico de Jumilla, Half Ironman de Almudayna y Carrera Aidemarcha) me tocó morder el polvo contra mi gran amigo-rival Francisco Parra, por lo que fué un auténtico placer promover un manteo para él, al que me ayudó todo el equipo TRI Impulso. ¡Sois grandes, chavales!
Me ha ganado, por primera vez, con todas las de la ley. Se lo merece y así se lo reconozco. Nos veremos las caras de nuevo. Esto es la esencia del triatlon.
Gracias especiales a Antonio Caravaca, compañero del club, que nos abrió las puertas de su casa donde pudimos disfrutar del “tercer tiempo” con un grupo de gente que, cada día, me demuestran lo grandes que son.
Carrera a pie 5km – Tiempo: 0:20:26 – Posición: 66
Tiempo total: 1:15:36 – Posición: 69 de 339
Analizando los años anteriores es curioso ver cómo he mejorado mi mejor marca 6 minutos sobre el 2014, y eso que he hecho la peor natación de los últimos 3 años, sólo fue peor el año del estreno en 2012. En cambio en bici y corriendo he pulverizado mis registros. De todo se aprende.
Lo que aprendo, año tras año, es que me divierto como un niño compitiendo. Que las cervezas post-carrera son lo mejor del mundo. Que la gente que conozco es un tesoro. Que Tito, Francis, Marisa y Oscar, Maribel, Juanan y tantos otros sois especiales y generáis un buen rollo que se contagia.
¡GRACIAS!
Sentir cómo mejoras es una sensación complicada de explicar con palabras, exprimirte en cada carrera, cruzando alternativamente esa delgada línea roja que separa el placer del sufrimiento.
Golpeo las letras de mi teclado con la felicidad pintada en mi cara.
Empecemos con la foto de la llegada a meta en la mejor compañía posible: mi mujer y mis hijos han venido a verme de sorpresa. Terminar un medio Ironman es un importante paso en la vida de un triatleta. Va a ser difícil transmitir en palabras lo vivido en Caravaca el 30 de Mayo de 2015 pero voy a intentarlo.
Hay poco secreto en el deporte: el entrenamiento da sus frutos y la cabeza hace el resto. Voy, afortunadamente, bien servido de ambos. Llego pleno de fuerzas y con la seguridad de estar en un pico de forma envidiable, mi preparador está contento, yo más. De nuevo hay pique con compañeros de equipo, Fran Parra está pletórico y con ganas de revancha después del Festrijump (crónica aquí) por lo que el día se pone caliente y no sólo por la temperatura. Los nervios hacen el resto, no recuerdo haber estado así antes de la salida en ninguna prueba.
En el pantano del Argos, donde vamos a nadar, hace un calor importante, comemos un buen tupper de pasta antes de comenzar, vemos a muchos conocidos en la salida: comentarios, buenos deseos, ambientazo. Los elite protegen sus bicis del sol y los mortales nos ponemos crema para evitar quemaduras, así acabé en Jumilla por olvidarme hacerlo.
Dan la salida con puntualidad británica a las 14 horas. Me coloco justo detrás de la primera fila, con la idea de coger unos pies durante el tiempo que pueda. Por delante 1.900 metros en una sóla vuelta (se agradece), por lo que mejor ir delante aunque sin apretar mucho, que el día será largo. Alcanzo las boyas sin problema, hay muchos menos golpes que en los sprint u olímpicos y la natación se hace hasta placentera. El neopreno ayuda, teniendo en cuenta que me he propuesto no mirar el reloj en todo el tramo, intuyo que voy bien. Quizá incluso muy bien, y eso que no he podido seguir de manera cómoda a nadie, el agua está muy turbia y al final decido ir a mi ritmo.
Alcanzo la boya del fondo y encaro la vuelta buscando la referencia del dique del pantano. Sigo nadando a un buen ritmo, adelantando unidades, concentrado en la eficacia de las brazadas, no quiero malgastar ni un gramo de fuerza. De pronto me doy cuenta de que no hay nadie alrededor, cambio de lado al respirar para asegurarme mirando hacia allá pero nada, estoy más sólo que la una. Por un momento pienso que me he desviado mucho, no hay otra posible razón, hasta que decido parar y levantarme un poco para tener mejor visión. Al fin localizo un grupo muy delante, de unas 30 personas y a unos 200 metros, que resulta ser la cabeza. Pero la sorpresa viene cuando miro hacia atrás y veo que soy el primero del resto, la punta de una flecha que se ensancha hacia detrás. No me lo creo, estoy tirando del grupo más numeroso. Uno de los momentos de más subidón que nunca he vivido en una carrera.
Los últimos metros se pegan bastante, parece que hay corriente en contra y ya casi saliendo del agua me adelantan varios participantes. Salgo algo desubicado y con un flato tal que me obliga a hacer totalmente andando la transición hasta la bicicleta.
Arranco el segundo sector centrado en la respiración, el flato se pasa poco a poco y puedo ser consciente de lo que me queda por delante dando pedales. Nada menos que 90 kilómetros sin un palmo llano y casi 1.500 metros de desnivel positivo. Algunos conocidos que ya han hecho algún Half e incluso Ironman durante los días previos me han aconsejado que en la bici no apriete nada, que reserve todo lo que pueda, que se hace muy largo y cuando la cuelgas, todavía te queda la carrera a pie. Con ese martilleo en la cabeza pasan los kilómetros y me adelanta mucha gente. Yo también adelanto unidades, esto es muy largo y hay para todos. Lo que está claro es que voy varios puntos por debajo de mi ritmo normal de entrenamiento, concentrado en no dar ni una pedalada más fuerte que otra. Espero que los consejos sean fructíferos.
Los primeros 45 kilómetros son matadores, con subidas continuas, pasado el alto de Los Álamos me confío pensando que hay bajada, pero es un rompe piernas muy simpático hasta el 60 aproximadamente, en el que sí comienza un descenso divertido hasta la meta, aderezado con rachas de viento en contra. Veo a Antonio, el Presi, animándome en una curva, ha pintado en la carretera nuestros nombres… ¡Tremendo! Le pregunto por mi hermano y su respuesta es la típica de los ganadores: “¡¡Parra te mete 8 minutos!!” Joder con Parra, pienso yo.
En la memoria, para siempre, las rectas interminables del Campo de San Juan, acompañadas por una lluvia intensa y corta, toboganes y frío repentino que nos rodea. Muy épico todo. Menudos paisajes más preciosos, que disfruto tranquilamente mientras pedaleo. Veo muchos abandonos, la climatología nos está pasando factura. No me quito a Parra de la cabeza, menudo animal, me habrá metido 5 minutos en el agua y otros tantos en bici… Quizá estoy reservando demasiado. Pero el caso es que hace muchos kilómetros que no me adelanta nadie, todos debemos estar reservando, quiero pensar.
En el tramo final de la bicicleta me da vueltas en la cabeza una idea fija, no soy consciente de que por delante tengo todavía una media maratón. Yo, que sólo he corrido tres en mi vida me enfrento a la cuarta con casi 2.000 metros nadados y 90 kilómetros en bici. Llego a la segunda transición, en la que totalmente por sorpresa escucho un “¡PAPÁ!” que me vuelve loco. Mi mujer y mis hijos han venido desde Murcia, les doy un beso a cada uno mientras me pongo las zapatillas de correr y me lanzo a por la primera de las tres vueltas al circuito de este tercer y último sector.
La carrera a pie es compleja, un recorrido de 7 kilómetros con una gran bajada y una gran subida que imposibilitan llevar un ritmo de crucero adecuado. Estoy muy fresco, dentro de lo que cabe, y la primera vuelta rondo los 4:30, que se escapan un poco en la subida aunque dentro de lo normal. Por primera vez en mi carrera deportiva tengo que parar a hacer pis, no me aguanto y pierdo un tiempo precioso. Pienso que es debido al control total en la bici, no he debido sudar lo suficiente para expulsar los líquidos.
Me cruzo con mi hermano, tiene mala cara, y a ojímetro estimo que irá el séptimo, un resultado muy bueno para cualquier persona, pero no para él, que el año pasado en su estreno, acabó quinto. Me cruzo con Oscar (el Chero) que sí tiene buena cara (al final acabó segundo de su categoría nada menos) y, cómo no, también me cruzo con Parra, en esta primera vuelta me saca unos 2 kilómetros, algo totalmente insalvable aún contando con los ánimos de mi hermano Pablo.
La segunda vuelta sigo bien, las piernas ya pesan un poco pero no estoy cansado, veo de nuevo a mi mujer y mis hijos, que me animan en la entrada del estadio… esto parece la televisión, ¡qué barbaridad! Los tiempos se mantienen, me veo fuerte. Es una recta infernal, en la que abarcas con la vista perfectamente los 3 kilómetros que ocupa, me centro en las caras de los participantes, muchos andan, otros están directamente en el suelo descansando o retirados, pobrecillos.
Vuelvo a cruzarme con Oscar, Jorge y Parra, pero esta vez noto algo raro en su cara, me huelo que va capuzar. Entro de nuevo al estadio y lanzo un beso a mi mujer. Mis hijos me acompañan unos metros, supera esto Gomez Noya.
Han pasado 14 kilómetros corriendo y las piernas comienzan a pedir auxilio, van casi 5 horas de ejercicio intenso. Es la última vuelta, hay que echar el resto. Los ritmos suben, lógico, aunque sigo por debajo de 5 min/km. A lo lejos veo a Parra, que ha comenzando a andar (luego me comenta que ha ido alternando durante un tiempo), le doy alcance, una palmada en la espalda, mucho ánimo y le adelanto con un sonrisa interior tamaño XL.
Todo marcha bien hasta que de repente, la pierna derecha se bloquea, se ha puesto en huelga. Decido no parar y acelerar un poco, me pasó lo mismo en el kilómetro 38 del Maratón de NYC y conseguí salvarlo con esta acción pero ahora vez es diferente, no se me va el dolor. Miro hacia atrás. Nacho, piensa, fuera pánico. Decido dar pasitos cortos y rápidos, confiando en que de esta forma pase el mal momento y sí, parece que tras un kilómetro interminable en el que ritmo se descalabra hasta los 6:30 min/km las aguas vuelven a su cauce. Temeroso, hago el resto de recorrido hasta meta muy tranquilo.
Cruzo la meta feliz y satisfecho, he podido con un medio Ironman, que fácil suena al leerlo, qué sencillo escribirlo. Me abrazo a Jorge, mi hermano y preparador. Veo a mis hijos y mi mujer, que se han pegado 150 kms en coche sólo para verme unos minutos. Orgulloso de mis compañeros de equipo como Manuel el Grillo, que lo ha pasado muy mal por culpa del asma, y Fran Parra, sin él seguro que no mejoraría cada día. Los piques sanos son salud mental.
Organización perfecta desde el primer momento, así da gusto. Muchos voluntarios, jueces, puntos de avituallamiento, espectadores… Una prueba totalmente recomendable.
Durante toda la competición me he alimentando a conciencia, 4 geles y 3 barritas, además de mucho líquido, clave en pruebas de larga duración. En NYC tardé 3 horas y 42 minutos, que se me hicieron mucho más largas que estas 5 horas y 37 minutos. Curioso.
Al final estos son los tiempos oficiales:
Natación 1.900m – Tiempo: 0:32:48 – Posición: 39
Bicicleta 90km – Tiempo: 3:12:14 – Posición: 57
Carrera a pie 21km – Tiempo: 1:45:24 – Posición: 75
Tiempo total: 5:37:18 – Posición: 52 de 235
Gracias muy especiales a Antonio López por dejarme las zapatillas de baño (menuda cabeza la mía), Joel, mi hermano Pablo y Antonio, el Presi, por el apoyo logístico y porque me han dado alas cuando más falta me hacían.
Me quedo con la sensación de que podría haber recortado 10 o 15 minutos en bici solo apretando un poco, aunque quizá me habría pasado factura en la carrera a pie.
Nunca lo sabré. O quizá sí. Quizá el año que viene. Y espero que lo vuelvas a leer.
Aún no sé si se ha dado el caso de que tres hermanos compitan en el mismo triatlon el mismo día. De lo que estoy prácticamente convencido es que será difícil encontrar el caso de que dos de ellos suban al podio. Triatlon Olímpico de Jumilla 2015: Jorge hace tercero de la general y Pablo tercero sub23. Mi abuelo estaría orgulloso.
Comienzo la crónica por el final y hablando de ellos, de la familia y los piques sanos que surgen entre nosotros. La salsa del deporte.
Los entrenamientos anuales comienzan a dar sus frutos, ha sido un periodo de muchos cambios, de horarios y de trabajos, ajustes que me han permitido subir a una media de 6 horas de entrenamiento semanales, casi el doble del año anterior.
Este Triatlon de Jumilla es especialmente complicado al tener dos zonas de transición totalmente diferenciadas, lo que obliga a dejar las bicicletas el día antes por la tarde, de modo que un camión de la organización las traslada al pantano de Camarillas, donde se realiza el primer sector, a nado, de la prueba. Hemos convertido esa complicación en una ventaja y nos hemos ido a nuestra casa de Jumilla los 12 triatletas del club que vamos a competir en esta prueba, en una mezcla de convivencia-concentración previa que ha servido para estrechar aún más si cabe los lazos que nos unen.
Cenamos pasta como si no fuéramos a comer nunca más en nuestras vidas. Damos un paseo y a la cama prontito. A las 5 suena el despertador, desayuno lo de siempre: mucho cafe con leche y muchas (muchísimas) galletas. Un plátano a la mochila para comerlo, como cada competición, una hora antes de la salida. 4 horas más tarde, se dice pronto, estamos en la orilla del pantano, con esos nervios tan característicos que anteceden el bocinazo que pondrá en marcha el espectáculo. Es el primer triatlon olímpico que realizo sin drafting (no puedes ir a rueda de nadie en bicicleta) lo cual premia a los ciclistas aún más de lo habitual. Estoy con ganas. Se nota. Eso me dicen.
Desde el primer momento me siento cómodo en el agua, es la primera vez que uso neopreno en una carrera y las sensaciones son tan diferentes que por un momento pienso que voy en cabeza. Al llegar a la primera boya me doy cuenta de que no ha sido una sensación, es una realidad y estoy, a ojo, entre los 20 primeros. Me centro en continuar nadando relajado, hay pocos golpes esta vez, excepto algún manotazo aislado y totalmente normal.
Encaro la vuelta y, sorpresa, la boya amarilla, única referencia cuando estás en pleno esfuerzo, en la que tenemos que volvernos para girar no está. Sigo concentrado en la respiración y brazadas, no me vaya a dar flato, pero la boya sigue sin aparecer. Por las referencias de los árboles y la gente que está en la linea de salida puedo hacerme una idea de la trazada hasta que, ya muy cerca de la orilla, no doy crédito cuando veo que una lancha de la organización se ha puesto delante de la boya, tapándola por completo. Me paro a su lado y grito algo que ahora no recuerdo, semejante a: “¿Pero estáis locos? ¡Poned la boya delante!”
En esos momentos veo cómo algunos nadadores han girado antes de darle la vuelta por detrás a la lancha (y la boya), lo que me ha hecho perder bastantes posiciones, puesto que yo sí he dado todo el giro. Maldigo la situación y encaro la segunda vuelta intentando relajarme. Adelanto varios puestos y ya no sé en qué posición estaré. Salgo del agua y me pongo las zapatillas para hacer la transición 0, como algunos la llaman, que conecta la orilla del pantano con el box. “¡Vas muy bien, Nacho, el 25 o así!” me grita alguien. Lo que me pone las pilas y subo como un cohete, destino mi bici. Veo a mi amigo Oscar (que está en la orilla a punto de comenzar su Medio Ironman) y a Maribel. Sus ánimos son gasolina.
Siempre he temido al sector de la bici, es habitualmente el que peor se me ha dado hasta la fecha. Pero los entrenamientos de este año no han sido en balde y en el kilómetro 24 de los 46 ya he alcanzado a Fran Parra. ¿Quién es este tipo? Pues es el compañero de equipo con el que me he picado desde hace varios meses, con la mente puesta en este Triatlon de Jumilla. Él es un nadador consumado, se defiende en bici y corremos a la par, por lo que estará reñido saber quién será el ganador particular de esta mini-competición. Fran sale del agua en novena posición y yo el 21, me ha metido 2 minutos y medio que, como antes he contado, he conseguido pulverizar a mitad de sector. Le veo a lo lejos, me pongo a su lado y le animo pero sé que esta apuesta ya tiene un ganador. Voy a cerca de 34 km/h durante todo el recorrido, y eso que hay casi 600 metros de desnivel positivo acumulado.
Cuando me he tomado un gel a la salida del pantano, se me ha caído otro, así que estoy sin nada para afrontar el resto de carrera, hasta que veo a los amigos de Adventure Bike en al avituallamiento de Agramón y les pido uno, que me guardo dentro de la pernera del mono. ¡Gracias tíos!
Durante este sector vuelo literalmente, nunca me había sentido tan fuerte sobre dos ruedas, adelanto y me adelantan pocos, buena señal al haber salido tan arriba del agua. Hay algo de viento en contra, pero no muy molsto. Me acoplo y tomo la referencia, dejándole unos metros por delante, de un ciclista llamado Enrique, es todo lo que por ahora sé de él, el nombre de su dorsal, que va a mi misma velocidad. Los jueces en moto, muchísimos, comprueban que vamos lo suficientemente alejados como para no chupar rueda. De hecho me pongo en el lado contrario de la carretera cada vez que él se mueve, para no dejar ninguna duda. Lo dicho, disfruto como un enano y llego a la transición 2 como un misil. Contento, convencido de que sigo en las primeras posiciones.
Me bajo de la bici con bastante problemas pues dudo entre dejar las botas caladas e ir corriendo o quitármelas como siempre y correr con ellas puestas. Tras un momento de tensión en el que no me caigo de milagro, consigo meter las botas de la bici en una bolsa y sacar las zapatillas de correr (aún no me explico esta decisión de la organización) y salgo a por el tercer y último sector de hoy.
El sol es ya de justicia a esta hora del día, y eso que parecía nublado, lo que complica un poco los ritmos iniciales. Me planteo ir a 4 minutos por kilómetro muy centrado en la técnica y mirando de reojo por si se me acerca alguien por detrás. El cansancio comienza a hacer mella, van casi 2 horas de competición y entonces me acuerdo del gel que me había guardado. Lo saco con tan mala suerte que se me escurre de las manos y se me cae al suelo. Decido continuar corriendo, sólo queda algo más de la mitad y perder el tiempo en parar, darme la vuelta y cortarme el ritmo creo que no merecerá la pena. Pero entonces mi Pepito Grillo interior me convence de que más vale perder 1 minuto que tener un pajarón y hago todo lo que hace 30 segundos negaba. Me tomo el gel como si fuera maná del cielo y encaro la segunda vuelta apretando los dientes. Entonces veo a Fran, con el que me cruzo en una zona de doble sentido. Le saco unos 3-4 minutos. Respiro tranquilo.
Llego a meta bastante entero, veo a mi padre y Fran Francés animando. Aprieto los puños y levanto los brazos. Esta vez la foto sí que es representativa. No me imagino lo que debe ser ganar una carrera alguna vez. Busco a mi hermano Jorge y esperamos juntos a Pablo. Tres Tomás Triatletas en meta. ¡Mola!
Los tiempos finales oficiales son estos:
Natación – Tiempo: 0:27:00 – Posición: 21 (Media de 1:40, contando el parón en la maldita boya invisible)
Bicicleta – Tiempo: 1:22:11 – Posición: 20 (Media de 33,5km/h)
Carrera a pie – Tiempo: 0:41:35 – Posición: 23 (Media de 4:13m/km)
Tiempo total: 2:37:34 – Posición: 21 de 160
Vamos llegando todos los compañeros de equipo, animándonos entre todos. Ahora toca hablar un buen rato, tomarse muchas cervezas y analizar lo sucedido. Es un lujo compartir momentos con esta gente: Pablo Candela, Joel García, Antonio Lopez, Alex Martinez, Matias Gonzalez, Manolo Grillo, Eneko Emparanza, Antonio Fernandez (el presi), Eduardo Juarez, Fran Parra y mis hermanos.
Casualidades de la vida, Enrique el ciclista referencia, es el hermano de un viejo conocido. ¡Qué cosas!
Gracias a Bricofermín por ser nuestro patrocinador principal, y al resto de empresas que confían en el deporte como canal de comunicación. Esto debe ser parecido a los futbolistas cuando dicen que sienten los colores, ¿no?
Dejo para el final una pequeña crítica a la organización, que podría tener pase por ser nuevos en esto:
Hubo una reunión técnica que contradijo aspectos que se comentaron por mail unas horas antes.
Se cambió la hora de salida el día antes.
El tema de las boyas en el pantano que ya he comentado arriba, esto es de traca, sólo si has nadado en un pantano con otros 150 animales dándote palos entiendes lo incomprensible de que taparan la boya, única referencia para los nadadores.
Los jueces en la salida decían cada uno una cosa respecto a los chips, cestas de transición, guardarropa, etc… Desesperación.
La seguridad de las zonas de transición era nula: podía entrar gente y llevarse una cabra o un casco de valor económico importante y nadie se habría enterado.
Insuficiente señalización en los cruces de la carrera a pie y de la bicicleta, les preguntabas y nadie sabía nada…
Eso sí, la gente ENCANTADORA.
Ojalá sirva para que mejoren de cara al año que viene.
Como guinda a la preparación del Maratón de NYC del pasado 2014, seguí una dieta especial de una semana de duración recomendada por un buen amigo, gran corredor. No era nada del otro mundo, no era difícil de seguir y los resultados en mi opinión fueron buenos (si alguien la quiere, que me la pida y se la mando por email).
He rondado los 80 kilos toda mi vida, al menos en los últimos años cuando he sido más deportista, pero monté en el avión destino New York City con un peso de 71 kg, las largas tiradas de entrenamientos corriendo es lo que tienen.
Transcurrido el periodo de recuperación necesario post carrera, decidí cuidar un poco esa faceta en mi día a día habitual. Aquí va mi relato.
Con dos hijos y con comidas habituales de trabajo, es complicado adaptarse a rajatabla a cualquier alimentación estricta, vaya por delante que en mi casa comemos muy bien, tanto en calidad como en cantidad, mi mujer cocina de maravilla y nuestra alimentación es bastante equilibrada, pero siempre mejorable, por supuesto, sobre todo en costumbres, más que ingredientes.
Comencé eliminando los dulces innecesarios, era de los que me comía una tableta de chocolate o medio litro de helado de una sentada, lo que no impide que si un día tengo un antojo, lo mato tranquilamente, pero ya no lo hago a diario. También regulé el azúcar del café, pasándome al moreno y sólo una cucharada, en lugar de dos del refinado. No sé cómo explicarlo, pero ha sido como un proceso de desintoxicación: ha costado un poco pero cuánta menos azúcar tomaba, menos me pedía el cuerpo.
Cambié la leche entera primero por semidesnatada y más tarde por soja, que es la que actualmente tomo en casa, al tener un sabor un poco dulce, a veces incluso la tomo sólo con el café.
Quité el alcohol duro (whisky y similares). No es que yo bebiera mucho, más que alguna comida o cena de amigos. Ahora ha quedado fuera del todo, excepto honrosas excepciones como Nochevieja en la que con dos primos nos ventilamos una botella de Macallan 12 años. El asunto es que cuando salgo, sólo bebo cerveza (y algún tapón si se tercia) y vino en la comida. Entre semana alguna caña, que no hace daño.
Como decía arriba, en mi casa comemos mucho y muy sano habitualmente: guisos de carne, de pescado, muchas verduras, legumbres, huevos… Y mucha fruta, caen kilos de naranjas, plátanos, mandarinas y manzanas. Por ello no me preocupo mucho en las comidas y cenas, siempre cuento con la ventaja de que estoy en buenas manos.
Para terminar, he aumentado el número de comidas al día, he pasado 30 años de mi vida comiendo sólo a medio día y por la noche, las típicas comidas y cenas pantagruélicas, con un simple café con leche para desayunar. Ahora la cosa ha cambiado:
Desayuno: café con leche de soja y azúcar moreno con 16 o 20 galletas maría. Sé el número exacto porque las mojo de 4 en 4 en las tazas de mis hijos 😉
Almuerzo: café con leche o zumo de naranja con tostada o muesli.
Comida: lo que toque cada día, menú variado, con mucha fruta.
Merienda: bocadillo, fruta o galletas.
Cena: lo que toque cada noche, equilibrado siempre, con yogur casero hecho en casa.
Extra: si he entrenado mucho y termino a una hora entre comidas, me tomo una bebida recuperadora de proteínas, aunque no todos los días, suele ser 1 o 2 veces por semana.
Imagino que si lee este post algún nutricionista me criticará y con razón, sólo cuento mi experiencia ya que me la ha preguntado mucha gente.
Más datos: actualmente estoy en 75 kilos y mido 185 cms, hago deporte 5 o 6 días por semana y no me corto nunca en cantidad de comida, pues la disfruto como un enano.
Comer es un placer y estar a dieta debe ser terrible.
Actualización Septiembre 2015:
Aquí está la dieta de una semana que hice para el Maratón de NYC en 2014 y estoy haciendo para el de Berlín 2015.
Como cada final de diciembre toca hacer balance. Es el momento de valorar lo vivido y establecer metas para el futuro.
Tras varios años complicados, con muchas muertes muy cercanas, parece que la estabilidad se ha instalado en mi vida. Estabilidad que ha contagiado a otros aspectos y que sin duda ha mejorado el día a día.
Mi familia se está solidificando. Los hijos crecen, permitiendo ampliar los momentos unidos, hemos hecho el primer viaje largo los cuatro y la cosa pinta estupendamente. Vamos a ser felices mucho tiempo. Mi mujer es la columna vertebral de este proyecto vital. Maripaz es la clave.
El trabajo se ha consolidado, N7 no deja de darme alegrías, tengo un equipo del que estoy orgulloso y permite reorientarme profesionalmente a otras facetas como la formación, con cada clase que doy aprendo un poco y me gusta más, y la Red de Ciudades por la Bicicleta, que necesita mucho más tiempo del que en un principio valoré, pero que le entrego encantado viendo como van consiguiéndose los objetivos marcados.
Sigo trabajando como una bestia, quizá menos horas que hace un año pero sin duda mucho más productivas. Creo que he mejorado la eficiencia, ayudado por el establecimiento de unas rutinas básicas de tiempos y horarios, algo que recomiendo a todos los autónomos que vivimos en la locura total. También he sido capaz de deicr “NO” a nuevos proyectos alguna vez. Será la edad.
Deportivamente este año ha sido bisagra, varios competiciones populares, sprint y olímpicos, medio maratón de Ibiza, estreno como maratoniano en NYC y poco a poco asentado como triatleta casi veterano, disfrutando de cada entrenamiento ya sea en piscina, corriendo o en bicicleta. Organizar la agenda, como decía antes, es mi clave.
Hasta aquí el pasado, el futuro llega en unos días y hacer listas me ayuda siempre, aquí va la mía de propósitos para el 2015:
Mi focus principal será la familia.
El focus secundario será el trabajo.
Mi focus terciario será el deporte.
Voy a priorizar mejor.
Seguiré concentrado en la educación de mis hijos.
Haremos un viaje largo los cuatro y otro viaje mi mujer y yo sólos, en pareja.
Hablaré más con mis padres y hermanos.
Veré más a mis amigos.
Reduciré una marcha, como en los coches, para verlo todo más tranquilamente y con mayor control de la situación.
No dejaré cabos sueltos, no me iré a la cama con nada pendiente.
Respiraré más y tomaré decisiones con la mente más fría. Evitaré calentones innecesarios. Contaré hasta 10 más veces antes de dar ciertos pasos.
Terminaré un Half-Ironman.
Haré el maratón de Berlín.
Hablaré menos y escucharé más.
Leeré más. Mucho más. Y veré más cine y series.
Usaré menos el móvil.
Seré menos prepotente. Seré más humilde. Y seguiré siendo yo.
Va a ser difícil, pero mi reto es este. Dentro de 12 meses volvemos a vernos…
Son las 13:27 del domingo 2 de Noviembre cuando atravieso la meta, situada en Central Park, del Maratón de New York City 2014.
Ha amanecido con ráfagas de viento de hasta 64km/h y temperaturas cercanas a cero grados, un clima que provoca encontrarnos con la carrera más lenta desde 1994, obliga a reducir algunas señalizaciones y hace cancelar un tramo a los participantes en silla de ruedas.
Pero lo peor está por llegar: una vez terminada la prueba tengo que subir hasta la calle 82, por la que debemos salir del parque, envuelto en una manta térmica, rodeado por cientos de corredores de los que sólo conozco el dorsal, en procesión a ninguna parte entre penumbras, con calambres en las piernas y temblores en aumento que por un momento me hacen temer una hipotermia. Es el día que más frío tengo de mi vida. Nunca lo había pasado tan mal, ni con nieve por las rodillas en plena sierra.
No encuentro a mi mujer, los teléfonos no funcionan, los altísimos edificios tapan el poco sol que parece haber, no hay cafeterías ni bocas de metro, las calles están cortadas y tengo que andar 40 minutos para localizar un taxi. Llego al hotel dos horas después de cruzar la línea de llegada, exhausto, congelado, con un nudo en la garganta y más sólo que la una, pero con una medalla colgada al cuello que arranca un “congratulations” a todo aquel con el que me cruzo.
Lejana queda ya la partida del hotel a las 6AM, abrigados hasta las cejas: pantalón largo de chándal, chaqueta polar, gorro, braga y guantes, además de la ropa con la que participaré en la prueba: pantalón corto, camiseta térmica de manga larga y otra de manga corta encima, la de nuestro equipo NYC2014M.
Sobre las 7 estamos en Fort Wadsworth, pero aun quedan casi 3 horas para escuchar el cañonazo de salida, que se dará a las 9:40 para los corredores de la primera oleada, entre los que me encuentro. Se trata de unos momentos interminables en los que el frío me atenaza. Llevo bolsas de plástico en los pies y los 55.000 participantes nos apelotonamos como podemos para entrar en calor. Hay tiendas de campaña, cartones y mucha ropa tirada por el suelo en montones que cada vez se hacen más altos. Ropa que será entregada a los necesitados, por lo que no duele nada deshacerte de ella conforme pasan los kilómetros.
Quiero controlarme por el miedo a desfondarme y no ir más rapido de 5:15 min/km durante todo el reocorrido, pero es imposible. La gente me lleva, voy conociendo historias de compañeros de asfalto y me veo tan fuerte que los primeros 25 kilómetros los hago sin ningún problema a 5:00 clavados, hablando incluso de vez en cuando con los que tengo alrededor. A partir de ahí bajo un poco cuando la fatiga asoma, y decido dejar ver cómo se escapa la señal de 3 horas 30 minutos que había tenido al lado hasta este momento, diciéndome a mí mismo lo poco que importa acabar 15 minutos más tarde. Se me pegan las subidas de los puentes y las avenidas eternas, con varias rectas infinitas de 6 o 7 kilómetros. Es mi primer maratón y si no pasa nada grave, terminaré sin problema. Ya habrá otras oportunidades de mejorar la marca. Hoy no es el día.
Han sido 3 horas, 42 minutos y 5 segundos corriendo sin parar ni un metro, con la idea fija de “At least I never walked” de Murakami repiqueteando en mi cabeza en cada zancada. Un periodo de tiempo que da para pensar en todo el mundo, comenzando por mis hijos Paz y Nacho, sin duda la gasolina más potente, al que sumo los millones de personas con las que me cruzo y los cientos que corean mi nombre, impreso en la camiseta. No creo que nunca viva una sensación de apoyo en carrera semejante.
Antonio Rentero, mi nuevo hermano desde este viaje, me dice en los momentos previos a la salida (para el recuerdo nuestro abrazo al separar la Blue y la Orange Wave) que hay un momento Zen antes de cruzar la meta, en ese tramo parecido a un bosque que verás unos metros antes de terminar. Pero no, mi tramo místico ha sido un poco antes. El cuádriceps ha dicho basta en el kilómetro 38 y por un momento me temo lo peor. Mi pierna derecha es un bloque de hormigón. Cierro los ojos mientras continúo corriendo y aprieto el ritmo: el cansancio me ha hecho descuidar la técnica y quiero creer que es el motivo del problema. Hago ese kilómetro a 4:30, el más rápido de todos, obsesionado en destensarme. Tiemblo. Parece que se va. Casi sonrío. Trago saliva y bajo gradualmente de nuevo el ritmo. Tranquilo, Nacho. ¡Funciona! Los dos últimos kilómetros son los más lentos de todo el recorrido, pero ya qué más da. Soy finisher del Maratón de NYC.
En el hotel, me meto a la ducha y luego a la cama sin ni tan siquiera estirar. Mi mujer llega por fin y ahora sí, lloro un buen rato: emoción, nervios, dolor de patas, todo revienta al mismo tiempo en una explosión en forma de agua salada. Más tarde miro el teléfono, he querido dejarle a ella el honor, más que merecido, de ser la primera en saber de mí directamente. Creo que nunca la he necesitado tanto. Miro el Whatsapp, abro Twitter, chequeo Facebook y descubro miles de notificaciones. Miles. Literal. Las he notado durante la carrera. Lo juro.
Me he acordado de todas y cada una de las personas que conozco, milla a milla, metro a metro. Y cómo olvidar a los chicos que continuamente quieren chocarme los cinco y me han servido de empuje. Pienso en sus madres, sus padres, sus abuelos, sus hermanos, sus amigos… Tienen problemas, se les ve en la cara, se les ve en los cuerpos. Maldita sea, ¿quién soy yo para sufrir lo más mínimo? ¿Quién soy yo para no sonreirles a todos y cada uno de ellos mientras siento sus manos contra las mías? Ellos son el ejemplo. Nosotros corremos porque ellos no pueden hacerlo. Sólo eso. Nada más sencillo y eterno.
Deportivamente no ha sido tan duro como me esperaba. He cruzado los cinco boroughs de la ciudad: Staten Island, Brooklyn, Queens, The Bronx y Manhattan y casi ni me he enterado. He tenido a mi alcance vistas de edificios inmensos recortados contra el cielo y puentes de diversas arquitecturas y sólo los he visto de reojo. La mirada de la gente ha sido mi visión preferida. Y no me arrepiento.
He compartido unos días con muchas personas que no conocía de nada y espero sigan formando parte de mi vida durante mucho tiempo: Antonio, Marimar, Ángel, Xabier, Juan, David, Miguel Ángel, Sabas, Carlos, Juan Antonio, Ivan, Javier, Ana, Diana, Conchi, Fernando, Miguel, Jorge, Manuel, Paco…
El maratón de NYC no es una carrera, es una peregrinación. No se compite, sólo se corre, se gira el cuello, se piensa mucho (muchísimo), se escucha uno a sí mismo y se mira fijamente a los ojos de los tullidos que desde la acera te gritan “God bless you“.