Tres y tres en NYC

Dice muy poco de nosotros como seres inteligentes el ritmo frenético y la rutina que nos hemos dejado imponer desde que salimos como quien dice del cascarón, nosotros solitos lo hemos permitido, más a lo bestia aún en los últimos años. Hasta ayer mismo teníamos que encender un mechero para poder mirar la hora de nuestros relojes de muñeca.

Dice menos aún de nosotros como animales racionales la imposibilidad de degustar los pequeños triunfos diarios, eclipsados por el mañana, el pronto, el ahora, el ya y el ayer. Observo a mi perro y aprendo de él más que de muchos humanos que han pasado sin pena ni gloria por mi vida. Yo mismo con mis agonías y estreses debo haber pasado igualmente por la vida de otros que han aprendido la lección antes que yo. Nunca es tarde para ser más necio que maestro. O viceversa.

¿Y por qué comienzas con esto, Nacho, si nos vas a contar hoy el viajazo que te has pegado a New York con tus hermanos? Pues porque es muy triste que tuviera que estar a punto de suceder una desgracia para decidir, por fin, llevarlo a cabo. Ya sabéis lo de Pablo. Una promesa entre nieblas mentales, una idea un poco loca, un equipo de la NFL, un “faltan huevos” con más cervezas de la cuenta y al lío. De la noche a la mañana seis manos coordinando los memorables momentos que pasamos la semana pasada en la Gran Manzana. Tú compra las entradas, él consigue alojamiento, yo me encargo de los vuelos. Tres días y tres hermanos.

Un viaje en el que sin acordarlo previamente nos dedicamos exclusivamente a saborear cada paso, deleitarnos con las vivencias, los olores, los sabores y cómo no, las majestuosas vistas que sólo Manhattan sabe ofrecer. Y lo bueno es que nos dimos cuenta los tres de que estábamos compartiendo no solo unos días de vacaciones, sino una sensación más profunda, de conexión, de tiempo real, de un momento irrepetible. Compartimos todo eso y una habitación triple que olía a tigre de bengala cada mañana. Sin duda ayudó a este estado de catarsis que mis hermanos sean unos absolutos fuera de serie, cada uno en lo suyo y ambos en lo personal.

Por el lado turístico, Times Square sigue siendo el centro del mundo, con su cara y su cruz totalmente contrapuestas en sólo 12 horas, el Puente de Brooklyn luce madera, los cinco barrios evolucionan, Central Park no tiene rival para correrse unos kilómetros, la Zona Cero impresiona tanto como siempre, desde Battery Park se divisa la Estatua de la Libertad, los Patriots arrollaron a los Jets, la panorámica desde el Top of the Rock mantiene su corte de respiración y la vida en general por aquellas tierras cuesta un puñetero riñón. Y además llueve cuando menos te lo esperas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
6 de noviembre de 2019

El rap español: unidad de medida social

Tenía catorce o quince años cuando escuché por primera vez una canción de rap en español. Campamento de verano, dos semanas incomunicados sin tele, sin padres y por supuesto sin móviles. Compartía con un buen amigo un radiocasete que funcionaba a pilas y nos llevábamos a dar vueltas por el monte, una cinta regrabada mil veces, una carátula con tachones y un grupo que no recuerdo, pero que inició en este que escribe un viaje alucinante que, veinte y pico años después, sigue dándome alegrías. Me dejó en shock allá y continúa rozando lo más profundo de mí como persona porque, como ya escribí aquí mismo, sólo los cirujanos y la música son capaces de mover nuestros órganos internos.

El rap es una forma de arte y de cultura, es una forma de comunicación y movilización, una maravillosa obra maestra que mezcla textos y sonidos para transmitir certeramente la problemática social que cualquier ciudadano sufre en su día a día. Una buena canción de rap español es capaz de sintetizar cualquier compleja situación a través de unas líneas, en muchas más líneas que cualquier otra composición musical, todo sea dicho. Las “letras” de otros estilos musicales están a años luz.

Temática social, relaciones personales, problemas sentimentales, entornos laborales o amistades, cualquiera de estos asuntos se convierte en oro a manos de Nach, Tote King, Rayden y Kase.O. Sólo una letra de estos cuatro tiene más chicha que toda la discografía existente de ese género innombrable. Sólo una canción de estos cuatro tiene tanta poesía como la generación del 27. Sólo unas notas de estos cuatro tienen tanta melodía como los grandes de la música clásica. Sólo un quejido de estos cuatro tiene tanta profundidad como los palos flamencos.

Estos cuatro son mis raperos de cabecera y son los que te propongo escuchar, con los oídos y la mente abierta, con las ganas de entender lo que pasa, lo que existe, lo que viven y la evolución que han sufrido ellos como artistas al igual que tú como oyente. La unidad de media social. Me encanta comparar la temática de estos cuatro raperos con el paso de los años, será porque somos contemporáneos (estoy justo en el medio del más mayor y el más joven) pero es que vamos tan de la mano que asusta.

Estos cuatro son mi póker musical y aunque no debería recomendar una canción de cada uno, me lanzo a hacerlo y me siento a imaginar tu cara de sorpresa: Urbanología (Nach), Bartleby & Co (Tote King), Gargantúa (Rayden) y Repartiendo arte (Kase.O)

Ojalá pudiera verte por un agujerito mientras, sin prejuicios, en solitario y a poder ser con cascos y a todo el volumen que puedas, degustas letra, ritmo y música de estas cuatro joyas. Sólo veinte minutos. Y luego me lo cuentas.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
30 de octubre de 2019

Cualquier tiempo pasado fue anterior

Vale, no tengo perdón de Dios, un murciano de pura cepa como yo que nunca había estado en Cabo de Palos, nombre que proviene del latín “palus” (laguna) por su cercanía al, lamentablemente en boca de todos estos días, Mar Menor. Según Wikipedia “situado en las últimas estribaciones de las cordilleras Béticas del complejo nevado-filábride formado por micaesquistos paleozoicos” y en cristiano: enclave esplendoroso en un emplazamiento geográfico único.

Unas aguas en las que hace unos cuántos años se libró la mayor batalla naval de la Guerra Civil Española y donde aún más tiempo atrás se construyó el majestuoso faro que a 80 metros sobre el nivel del mar domina la zona. Y esto es la parte de arriba, la que se ve en superficie, porque debajo del nivel del mar la cosa aún mejora, si cabe, declarado como uno de los mejores lugares de Europa para bucear.

Y a eso fuimos el pasado domingo, hermanos y buenos amigos, a disfrutar sufriendo como siempre que llevamos un dorsal, esta vez pintado en la piel. La travesía a nado TimonCap consiste en unos tres kilómetros y medio dando la vuelta al promontorio en el que sitúa el anteriormente mencionado edificio luminoso. Con una paupérrima preparación acuática un año en el que principalmente me he dedicado a entrenar en bicicleta, afronto esta prueba con pocas garantías pero dos ases en la manga: el buen estado de forma deportivo en general que siempre ayuda y el pique con los hermanos que habitualmente hace el resto.

A las diez de la mañana suena la bocina y comienzo a nadar tranquilo, sin los codazos típicos del triatlón esto es como agua bendita. Al no ser nadador habitual y menos en aguas abiertas me provoca extrañeza ver tan pocas boyas, luego me lo explican, no es una competición en sí misma, se trata de orientación que favorece a los que mejor sean capaces de hacerlo bordeando las rocas. Visualizando por momentos el precioso fondo donde algunas medusas despistadas hacen de las suyas y creo que a todos en mayor o menor medida nos acaban pasando por la piedra, gajes del oficio que aguantamos encantados.

Durante el trayecto voy divisando en todo momento la icónica construcción que vamos dejando siempre a la izquierda. Por momentos pienso en los marineros de antaño, en plena tormenta, rezando por encontrar esta luz a mitad de la noche. Pienso también en los amigos que no pudieron terminarla otros años y encaro el último giro, algo tocado ya físicamente, pegado a un nadador que resulta ser un conocido al que aprovecho para saludar, qué cosas tiene la fuerza mental.

Al acabar, comida con padre, hermanos y familia, un pedazo de arroz y un buen vino para comentar la jugada, hacer planes y recordar los viejos tiempos, que nunca fueron tan buenos como los actuales.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
16 de octubre de 2019

Nietos de toreros disfrazados de ciclistas

A fuerza de la costumbre uno deja de sentirse especial cuando es invitado a eventos. No quiero sonar presuntuoso pero en la agenda de cualquier ciudad hay algo programado día sí y día también. Así que si tienes ganas siempre existe un sarao al que acudir y una vez allí, rodeado del gentío, valorar lo exclusivo o interesante del asunto, porque hay multitudinarios en los que sentirte único y que van de especiales en los que pasas desapercibido. Los hay que van de win-win y te cobran entrada como primer paso y declaración de intenciones y otros a los que pagarías lo que pidieran pero sorprendentemente son gratuitos. El caso es que no depende del lugar, del número de asistentes ni del precio de la entrada. Hay eventos que sí y eventos que no.

No hay lunes sin concierto del grupo del momento, martes sin presentación de libro recopilatorio, miércoles sin desfile de moda fashion, jueves sin inauguración del nuevo local alternativo, viernes sin cena, sábado sin comida y domingo sin mercadillo tradicional artesano. Ya me contarán cómo llevar este ritmo de vida. Siendo físicamente imposible acudir a todos no es raro, paradójicamente, ver siempre las mismas caras en las fotos que luego ruedan por redes sociales.

En los eventos te encuentras la muestra perfecta de la sociedad: Babosos, mediocres buscando el selfie, frescos y trepas. Y también coincides con currantes, gente que va a disfrutar de un rato de asueto y esos a los que llevas tiempo sin ver y te alegran el día. Parafraseando a Sabina y continuando el título de esta columna: “Ediles socialistas, putones verbeneros…” Gente mediocre que se crece en internet quedando en persona a la altura del betún y gente que no hace ruido, que siempre gana cara a cara y con la que personalmente, me lo paso en grande, y menos que mal que soy de los que echan el freno últimamente llegado el momento.

Hubo una época en la que se me podía encontrar bastante a menudo en todo tipo de eventos, la fase de la vida laboral en la que necesitas mostrarte. Afortunadamente ya pasó y el día a día familiar y laboral me hizo dar encantado un paso atrás, pasando a un perfil bajo a nivel social. Curioso cómo cuando desapareces un poco de la escena te invitan a muchos menos actos. Reconozco que a veces me jodía, otras era una bendición no tener que buscar excusas para no ir.

Y entre tanta posibilidad, ciertos momentos son especiales sean cuando sean, vayas tú o no vayas y la Gala de Los Mejores de La Verdad del pasado viernes fue un buen ejemplo, que además pude disfrutar en buena compañía, con la tranquilidad de ir exclusivamente a relajarme y despedir una intensa semana de trabajo con una cerveza en la mano impresionado por lo que alguna gente hace por sus congéneres y que gracias a estos eventos podemos conocer.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
9 de octubre de 2019

La fama de los empleados públicos

Que levante la mano quien no haya criticado alguna vez a los funcionarios. Yo el primero, que conste. Especialmente esa porción que trabaja de cara al público y nos saca de nuestras casillas cuando toca enfrentarnos a ellos por un asunto de vida o muerte para ti y rutinario para ellos. Esos que tendrían un cinco pelao en sus quehaceres diarios, si es que somos benevolentes y les aprobamos. Esos que hacen ruido (ruido feo) y han generado una pátina de soberbia y pasotismo, ganada en muchos casos a pulso para qué nos vamos a engañar, pero que dista de la realidad si investigas un poco a fondo.

En 2018 había en España unos tres millones de empleados públicos, de los cuales la mitad corresponden a la administración autonómica, un cuarto a las administraciones locales y un quinto a la nacional. Esto supone un porcentaje del 15% respecto al total de trabajadores del país, algo que tira por tierra la comidilla habitualmente manida de que tenemos muchos funcionarios. De hecho en Europa la media está en el 18%, con picos del 30% en muchos de esos países nórdicos de los que tan bien nos gusta hablar. Ay, cuándo dedicamos unos minutos a buscar datos.

Sea como sea, ¿cuántos de estos trabajan frente a frente con el ciudadano? Intuyo que debe ser una proporción menor, muchos más están detrás del telón, actuando entre bambalinas, ganándose con sudor su sueldo y solucionándonos muchos problemas. Vamos, lo mismo que en la empresa privada: gandules frente a trabajadores y los que escurren el bulto contra los que buscan soluciones. La vida misma.

Lo que me ha lanzado a escribir esta columna es lo poco que a veces pensamos y que se nos escapa en muchas ocasiones cuando ponemos a parir a estos funcionarios: lo que han tenido que luchar para conseguir su plaza, las palizas a estudiar que se han debido pegar, la intensidad de lo que aprenden para obtener una cualificación acorde al puesto al que aspiran, los sacrificios personales, familiares e incluso económico a los que se enfrentan y las posibles frustraciones de no conseguir plaza a la primera, a la segunda o quién sabe si nunca. Tener cerca un opositor te abre los ojos en muchos aspectos.

Me cuentan que antiguamente la cosa era diferente y resultaba bastante más sencillo conseguir el trabajo que muchos siguen soñando y que incluso si sacabas la plaza de maestro podías “traerte” a tu cónyuge contigo si tenía plaza en otro lugar (derecho de consorte le llamaban, creo recordar). En esto no sé si hemos avanzado o retrocedido, sólo tengo claro que necesitamos más profesionales implicados en poner esto en orden con educación y sentido común, sean públicos, privados, astronautas o limpiabotas.

Que vamos faltos.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
2 de octubre de 2019

#DanaRMurcia

No es fácil escribir sobre una tragedia cuando solo te ha tocado de refilón, viendo además tan de cerca el desastre que la tormenta ha dejado a tu alrededor: casas con el agua a la altura del techo, barro hasta decir basta, calles destrozadas, gente llorando desconsolada, infinitos daños materiales y por encima de todo, varios muertos.

Los desastres naturales, aún avisados con antelación, siempre nos pillan de sorpresa. Uno no sabe la magnitud de lo que puede venírsele encima hasta que comienza el espectáculo, sonará a topicazo pero la fuerza de la naturaleza acojona y emociona a partes iguales. A mí, al menos, me parece precioso a la par que doloroso asomarte a la ventana y ver cómo el cielo se cae, ver cómo el río está a punto de desbordarse en el puente debajo de casa, ver miles de rayos iluminando la noche, ver agua, agua y nada más que agua. Tuve la suerte (buena o mala según se entienda) de aterrizar en Alicante en pleno episodio y os puedo asegurar que desde el cielo la cosa también asustaba, nunca había visto tal amasijo de nubes y rayos de diferentes formas y altitudes. Lo dicho: belleza y miedo a partes iguales.

Dana (el nombre viene de Francisco García Dana, predictor de los ochenta en la AEMET) fue noticia en medio mundo, amigos de varias esquinas del globo se interesaban por la situación, sorprendidos de que estas cosas puedan pasar en un lugar civilizado como este. Mi respuesta primera fue la obvia: en algunos puntos ha llovido en algunas horas lo mismo o más que en todo un año y las autoridades han solicitado la declaración de zona catastrófica, pero rascando un poco parece que la cosa tiene más miga, y no lo digo yo, lo dice en estas mismas páginas de La Verdad Jorge Olcina, responsable del laboratorio de climatología de la Universidad de Alicante: “Se han urbanizado muchos espacios de antigua huerta o las ciudades se han extendido ocupando espacios inundables.”

En las redes sociales, principalmente con el hashtag #DanaRMurcia, hubo como siempre de todo: muchos trabajadores, algunos oportunistas y todo el abanico que te puedas imaginar de los comportamientos que en estas situaciones suelen aparecer y dentro de algunos años estudiaremos como enfermedad mental. Y cómo no, también hubo bulos: un rayo en una azotea, un hipopótamo por las calles, el agua del grifo insalubre, hospitales desalojados o presas al borde de la rotura. El problema aparece cuando las noticias reales vienen de tuiteros personales y las noticias falsas son generadas por cuentas oficiales.

Habrá que mirárselo. Quizá cuando todo esto se haya secado y vuelva el verde, nuestro verde. Aunque me temo que todo se olvidará como siempre, hasta que el cielo vuelva a caerse, que se caerá, y nos echemos sorprendidos de nuevo las manos a la cabeza.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
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Artículo publicado en La Verdad de Murcia
25 de septiembre de 2019

El cajón de las camisetas

Da vértigo pensar cuántas camisetas habrá desperdigadas por los hogares del mundo. Las más antiguas compradas con decisión y dudoso gusto en algún momento de tu vida, convencido allá lejos de su importancia primordial, de su durabilidad eterna, de su preciosidad. Las hay recibidas como regalo publicitario que con el tiempo ha ganado peso en tu armario (es bastante probable que me haya puesto más veces alguna camiseta de dormir que mi preferida de vestir, todos sabemos que el algodón se suaviza con los lavados y ni la seda, oiga) y otras vienen a casa como recuerdo deportivo, turístico o apareciendo mágicamente (no me digáis que no tenéis camisetas que no sabéis de dónde demonios han salido).

De las limpiezas que hago de vez en cuando, regalando la mayoría, siempre se salvan las mismas. Son las supervivientes de un pasado que quizá no quiero dejar escapar inconscientemente. Y no hay más motivos que los sentimentales para esta longevidad porque, aunque ya no me las pongo, me gusta extenderlas de vez en cuando y revivir, como si de viejas fotos se tratase (ahora que no hay más que imágenes enlatadas, como decía mi abuela) esos momentos en los que las llevaba encima.

No suelen superar la criba las marcas famosas, pues uno tiene debilidad por las más auténticas rollo café-bar de pueblo, bebidas alcohólicas del pleistoceno, torneos de verano, cutres jornadas gastronómicas o cualquier horterada que lucir con orgullo entre las paredes de casa. Uno tiene debilidad por las más tradicionales de equipos de fútbol, viajes de estudios y eventos de infausto recuerdo. Uno tiene debilidad por las más míticas de grupos de música, películas y festivales. Desgastadas, raídas, inmortales.

También guardo otras que son especiales por otros motivos, totalmente pasadas de moda por sus fosforescentes colores, por su cuello de pico, por sus solapas o sus botones o por lucir un mensaje en las antípodas intelectuales de lo que puede ser una persona veinte años después. Camisetas provocadoras, irrisorias, vergonzosas incluso, pero que han sido mías en algún momento por algún motivo. Prendas que me han gustado y de las que he presumido en algún lugar del tiempo. Ahora están a buen recaudo en su leja, en su cajón. En su escondrijo.

En mi vida he tirado cientos, quizá miles de camisetas, probablemente las pocas que me quedan servirían como un pequeño análisis psicológico. O quizá sea mejor analizar esas que he ido tirando, porque uno no debería ser recordado por su mayor error sino por sus pequeños aciertos.

UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
11 de septiembre de 2019