Noche redonda, balón ovalado.

El fútbol americano es ese deporte tan raro de explicar que viene de Estados Unidos, ese país tan raro de entender. La NFL es la distracción oficial al otro lado del charco, junto al resto de grandes ligas: baloncesto, hockey y béisbol. ¡Cuántos videojuegos de juventud! Se trata de una mezcla de juego y espectáculo a primera vista que cuando vas conociendo en profundidad entiendes que cuenta con una vertiente de estrategia a niveles ajedrecísticos. Hace tres días disfruté de mi primera Super Bowl, el partido final de esta liga que mueve miles de millones, consiguiendo generar casi 400.000 tuits por minuto. Anunciarse durante la emisión en televisión de este evento supone un desembolso económico a la altura de pocos bolsillos publicitarios: un spot de 30 segundos cuesta 4 millones de euros, más que el presupuesto anual de medios de muchas grandes empresas en España. Pero para aprovechar del tirón que tiene el acontecimiento a veces no es necesaria semejante inversión. Oreo estuvo atento en 2013. A mitad de partido se fue la luz en el estadio, hiriendo las entrañas del pueblo americano, cuna del consumismo energético, y publicó un tuit tan sencillo como genial. Una galleta en penumbra y esta frase: “Puedes seguir disfrutando en la oscuridad”, generando 300 millones de impresiones. Según las agencias de marketing fue la marca más valorada en la Super Bowl de ese año. Y sin pasar por caja. Ya sabemos cómo son los americanos y sus rankings, este es uno de los más evaluados cada temporada. No es el evento deportivo más visto del mundo pero sí es el más valioso según la revista Forbes. La NFL mueve en Murcia más gente de la que me imaginaba. Quedé con mis hermanos, forofos confesos de los Patriots que esta vez no jugaban y fuimos a un céntrico y abarrotado bar donde lo ponían por tele. Los que tienen mano ya podrían mover hilos para que los horarios se ajustaran a Europa tal como nuestro fútbol patrio se ha adaptado al mercado asiático. Pero claro, cuatro gatos no son mercado. Y quizá sea mejor así. Por supuesto también me tragué el intermedio con la actuación de Coldplay, Beyoncé y Bruno Mars juntos, inmenso espectáculo. En nuestras colecciones personales de recuerdos hay un lugar especial para esos momentos que desde el preciso instante en que los estás viviendo sabes que lo son. Eres consciente, lo vives, sientes cómo se va grabando en tu disco duro en tiempo real. ¿Puede haber algo más auténtico que pasar un buen rato de charla y cervezas con tus hermanos? Con uno te has criado y el otro acaba de volver de darse un paseo muy cerca de la muerte. Los dos grandes forofos de la NFL y al final me van a contagiar. Me pido Tom Brady.

 

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 10 de Febrero de 2016

Los trenes eternos.

Tengo la suerte de viajar mucho. Tengo la mala suerte de vivir en Murcia para ello. Seamos sinceros y partamos de la base de que residir en una esquina del país predispone a estar lejos de la gran mayoría del resto del territorio. Llegar a Barcelona son casi cuatro horas en avión sumando el traslado al aeropuerto de Alicante que suelo realizar en autobús. La otra opción es sobre ruedas. Sobre ruedas metálicas. Hoy escribo en marcha, es sábado por la tarde y vuelvo a casa en tren desde la Ciudad Condal, salí a las cinco y llegaré pasadas las doce de la noche. Vine en avión pero la mala combinación de horarios me obliga a esta opción para la vuelta. Voy literalmente dando tumbos en una locomotora que circula haciendo algunos tramos del trayecto marcha atrás. Siete horas y diez minutos de travesía a una media que supera por muy poco la velocidad de ochenta kilómetros por hora. Es una experiencia religiosa recorrer el archifamoso Corredor Mediterráneo a bordo de unos vagones que deben ser de mi quinta. Cafés a dos euros y menú de bocadillo a ocho. Sin enchufes, comida ni prensa aunque viajes en preferente y escuchando chirridos continuos (“sonido agudo, continuado y desagradable producido por algo que roza o que está mal engrasado” dice la RAE y clava mis sensaciones). Este Talgo para hasta en el último pueblo imaginable y si no hay pueblo paramos en medio de la nada para dejar paso a otro convoy que viene de frente, maravillas de la vía única. De wifi ni hablamos y hasta hace bien poco los revisores te miraban raro si les enseñabas un billete electrónico en la tablet: ¿Y cómo se pica esto? Eso sí, las vistas son preciosas desde los acantilados de Tarragona hasta la Vega Baja del Segura. Técnicamente ya será mañana cuando pise suelo murciano. Intento dormirme un poco hasta que la bandeja del asiento de delante me cae encima ruidosamente dejándome sin sueño y al borde del infarto. En el caso de Madrid tres cuartos de lo mismo, cuatro horas y pico sin cobertura mínima de móvil en la mayoría del recorrido. Últimamente intento que mis reuniones en la capital comiencen pasadas las diez y media de la mañana para poder ir y volver en el día, aunque ello suponga sumar más de nueve horas de traqueteo y llegar a casa destrozado. Qué paradójico resulta pegarse el madrugón y llegar por los pelos una eternidad más tarde. Al menos esos días no arrastro más equipaje que el portátil y puedo disfrutar de mi paseo en bici por unas calles de Murcia totalmente vacías cuando antes de las seis de la mañana me dirijo a la Estación del Carmen o rondando la media noche pedaleo de vuelta hacia mi cama.

 

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 3 de Febrero de 2016

La mona y la seda.

Cualquier físico cuántico sabe que son cuatro las fuerzas fundamentales que mantienen en equilibrio el universo tal como lo conocemos. Cuatro interacciones que moldean lo que nos envuelve: electromagnetismo, gravedad, fuerza nuclear débil y fuerza nuclear fuerte. Ellas son las culpables de que todo, todo, todo, sea como es, así de sencillo, ni más ni menos.

Del mismo modo cualquier mortal conoce la existencia de otra fuerza devastadora, bastante más potente que las cuatro anteriores y que mantiene o ha mantenido en equilibrio la sociedad tal como la conocemos o la conocíamos. Un impulso que construye en nuestra mente las personalidades de los que nos rodean, que decide por nosotros aunque a veces ni nos demos cuenta y que nos impide dar ese primer paso tan necesario casi siempre a la hora de tomar cualquier decisión en nuestras vidas.

Esta tremenda fuerza se llama prejuicios y ya es hora de superarlos. Un amigo psicólogo me explica el origen de esta predisposición mental a intuir ciertos comportamientos por parte de otras personas argumentando que en función de la educación recibida y del ejemplo de nuestros padres y familia llegaremos a ser tan tontos como para sentirnos capaces de adelantar cómo es alguien por su aspecto.

Un amigo filósofo defiende la importancia de las propias experiencias vividas y cómo, cuando van acompñadas de rasgos que destacan especialmente en una persona, somos capaces de asociar su comportamiento a ese aspecto tan llamativo, focalizando todo en torno a esa concreta cualidad. Ponerse un abrigo de pieles, ser rubia de bote, ir engominado, llevar camisa de manga corta, pantalones de cuero, gorra o sombrero. Estar muy gordo o muy flaca, lucir joyas de oro, ser homosexual, del Real Madrid o del Barça, solterona o cincuentón. Vestir demasiado clásico o demasiado moderno, llevar mechas o ir rapado. Madrugar mucho, acostarse tarde, reír exageradamente. Llevar rastas, taconazos, camisetas con escote para hombre o siempre corbata. Escuchar música clásica, death metal, bakalao o reggaetón. Tener acento catalán, vasco o andaluz. Ser negro, chino o estadounidense. Ver telebasura, documentales de La2 o películas exclusivamente en versión original. Jugar al pádel, al golf o machacarse en el gimnasio. Llevar chaquetas de colores chillones, zapatillas de deporte o tener un coche del año de la polka lleno de cassetes de gasolinera. Cantar en la tuna, ser cazador o runner. Ir a misa, casarse por lo civil e hipotecarte para la comunión de tu hija.

Al fin y al cabo las personas no somos más que nuestras contradicciones. Si estuviéramos ciegos muchos de estos prejuicios no existirían y centraríamos nuestras presuposiciones en lo realmente importante: lo que las personas dicen y lo que las personas hacen. El resto es seda. El resto es pana. El resto es ruido. A ver si resulta que realmente estamos ciegos de tanto analizar con los ojos.

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 27 de Enero de 2016

Miedos infundados.

Es habitual que la gente me pregunte por la privacidad en Internet. Creo que aún existe un miedo generalizado a que nos robe el alma. Es cierto que conoce prácticamente todo sobre nosotros. Bueno, sabe todo lo que le permitimos que sepa. No vale echarse las manos a la cabeza si no lees la letra pequeña de los contratos que con ellos firmas casi a diario. Vale, ¿quién lee los acuerdos y condiciones de cada sitio que visita? En lugar de las dos casillas típicas de verificación (“No acepto” y “He leído y acepto”) deberían añadir una tercera (“No he leído pero acepto.”)

Pero volvamos al tema en cuestión, Internet nos conoce perfectamente a través las cookies y la maraña de portales. Haz la prueba, busca el modelo más raro de zapatillas de deporte específicas para montaña en la web de Decathlon y luego visita Facebook o Marca. Aparecerán ahí como por arte de magia. ¿Nos espían? Ya te digo yo que no. No se trata de algo personal, se trata del Big Data, números y estadísticas a lo bestia que valen su peso en oro así, a lo bestia. Todavía hay gente que no compra por internet por miedo a que le roben los datos de la tarjeta de crédito, del mismo modo que el showrooming (probarte ropa en una tienda real y luego comprarla por internet) está destrozando a ciertos comercios. Ambos extremos se tocan y debemos estar preparados para ello.

Como decíamos, el Big Data tiene sentido para la empresas, al menos por ahora, en bruto. No bajan al detalle, te aseguro que a ninguna le interesa lo más mínimo esa foto en la playa que te hiciste el verano pasado. Se quedarán con la chicha, saber dónde la hiciste gracias al GPS de tu móvil o saber con quién estabas gracias a las etiquetas de las redes sociales. Entonces comenzará el espectáculo, recibirás la publicidad segmentada que las marcas decidan. Y bienvenido sea, prefiero ver zapatillas de deporte, hoteles y juguetes para mis hijos, gracias al rastro que voy dejando como baba de caracol, a recibir irrechazables ofertas de pegamento para dentaduras postizas, pañales para la pérdida de orina o comida para perros. Al menos por ahora, si en el futuro pasan a interesarme estos productos, sin duda sabrán cómo enamorarme. No olvidemos las opciones de control de privacidad a nuestro alcance, las posibilidades de intervenir con criterio en al menos alguna parte del proceso. Pero claro, es más cómodo “No leer y aceptar.” Lo que expongo no está lejos. Hace un mes hubo en España Elecciones Generales y un partido sacó más tajada que el resto. Es habitual que las empresas piensen que esto es ciencia ficción. Se equivocan, esto no es ni tan siquiera el futuro, es el presente, está a nuestro alcance y no deberíamos dejarlo pasar.

Nacho Tomás – Un tuitero en papel
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 20 de Enero de 2016

Una ducha y dos móviles

Hay pocas cosas más injustas en la vida que escuchar el teléfono mientras te estás duchando. Y en invierno más. Ponedlo en silencio siempre si no queréis que os pase lo que a mí…

El agua cae suavemente sobre mis hombros y dedico unos segundos a relajarme, pensar un poco y entrar en calor tras haber salido a correr en esta gélida madrugada. De repente, me parece sentir algo en la distancia. ¡El móvil!

No te pongas nervioso, me digo a mí mismo deseando que la llamada esté acabando, la he escuchado de milagro mientras me enjabono la cabeza. Luego miraré quién es. La voz de mi interior intenta convencerme de que ni caso, de que deje caer las gotas y haga tapón en mis oídos. Relájate. Siente el calorcito. Es tu momento de desconexión.

Pero nada, que no, sigue sonando, sonando y, mientras pienso por qué tengo desactivado el contestador automático, salgo a toda prisa de la ducha toalla en ristre.

Quién llamará a estas horas, farfullo internamente, mojo el pasillo y antes de secarme las manos atropelladamente intento alcanzar el botón de descolgar cuando se escurre entre mis dedos con tan mala suerte que cae totalmente plano al suelo, partiéndose el cristal en mil pedazos.

– ¡Joder! – grito inconscientemente

Espero no despertar a mi hermano que está durmiendo en la habitación de al lado y se ha tirado 12 horas seguidas currando. Trabaja por turnos y le llevan loco al pobre. Al menos tiene un sueldo.

Vivimos juntos desde que nos independizamos de nuestros padres hace tan solo unos meses. A ver si le convenzo para hacer algo de deporte. Yo entreno a diario, él se está dejando cada día más. Mal asunto.

Por el rabillo del ojo, y justo mientras el teléfono volaba desde mis temblorosas manos hacia abajo, me pareció ver que la llamada era de alguien que no tenía grabado. Intento encender de nuevo el móvil pero no responde. Solo un ruido raro y pantalla en negro.

Qué rabia me dan estás cosas, ¿quién sería? Ahora tendré que buscar un móvil nuevo y a saber cuándo me enteraré, si es que me entero. Voy a estar varios días preocupado. ¿Y si era de alguna de las ofertas de trabajo a las que me he apuntado?

Medio en pelotas y blasfemando en voz baja me dirijo de vuelta al baño cuando resbalo con el jabón del pasillo y caigo de bruces, no sin antes partirme la ceja contra el lavabo.

El suelo es ahora una mezcla de sangre roja y pompas azuladas, intento abrir los ojos pero me mareo y creo que pierdo el conocimiento.

Vuelvo poco a poco a la conciencia. Estoy sentado en la sala de espera de un hospital, rodeado de gente que no conozco de nada. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cuánto tiempo ha pasado? Siento escalofríos.

Me hago mil preguntas mentales hasta que la megafonía me da un tortazo de realidad, pronunciando mi nombre e indicando que pase a triaje. Entro en el box algo desorientado y sorprendido de que alguien me siga.

– ¿Qué le pasa? – dice la doctora que me atiende – Está usted un poco pálido.

Qué me va a pasar si tengo la cabeza llena de sangre, pienso yo. Y encima ahora atienden en urgencias de dos en dos, parece ser.

Voy a comenzar a quejarme de la situación cuando de repente oigo:

– Seguro que le ha dado un golpe de calor – dice el hombre que ha entrado conmigo – le ha pasado ya otras veces. Normal en este día infernal de verano.

¿Qué? ¿Quién es este tío? Intento hablar pero no me salen las palabras de la boca.

– Debería acompañarle a su casa – dice la doctora – que beba bastante agua y se dé una ducha fresca, los cuarenta grados de la calle no son precisamente buenos ahora mismo.

– Mal asunto – continúa el hombre – tengo que volver al trabajo, creo que mi compañero tiene un hermano. A ver si encuentro su número…

Llama y pone el manos libres para que todos lo oigamos. Un pitido. Otro pitido. Tercer pitido. No lo coge nadie. Cuarto pitido. Suena un clic seguido de un golpetazo considerable y un “¡Joder!”

– Hola, me escucha alguien? – pregunta el hombre, con el silencio por respuesta

Me están dando ganas de vomitar, necesito ir al baño. Me levanto de la silla aturdido buscando la puerta de salida. En el espejo me miro de reojo y no hay rastro de sangre. La ceja está perfecta y estoy vestido con un mono de trabajo naranja. No entiendo nada.

Vuelvo a entrar al box decidido a preguntar qué está pasando aquí cuando escucho en voz baja…

– Es un chico un poco raro, doctora, no da problemas en el trabajo pero tampoco se relaciona mucho. Creo que su hermano es igual de especial. Seguro que no ha cogido el teléfono porque siempre está haciendo deporte. A ver si se le pega algo a este.

Totalmente desconcertado meto la mano al bolsillo y veo mi teléfono, intacto. Hay un mensaje de mi hermano:

– Tío, deja de hacer ruido en la ducha. Necesito descansar. Mañana salgo a correr contigo.

La pandemia es una noche

Cada uno se fija en lo que quiere cuando va por la vida, cuando visitas una ciudad, cuando escuchas hablar a alguien, cuando comes en un restaurante o cuando andas descalzo por la noche buscando el cuarto de baño o camino de la cocina para echarte un trago de agua.

Las casas por la noche tienen un algo que va a ser difícil explicar con palabras, sonidos que durante el día se te escapan, olores que pasan desapercibidos con los quehaceres rutinarios y, por encima de todo, el estado mental de una persona en ese nocturno momento en que no está ni dormido ni despierto del todo, magnificando lo que le rodea con una mezcla de miedo infantil y valentía inconsciente.

De noche pisar cualquier suelo se convierte en mágico, escuchando tus articulaciones y la respiración de tus hijos, recordado los pasillos de tu abuela, el frío atribulado de la casa de campo o el salitre, las chicharras y el olor a jazmín de los veranos eternos.

Las noches en duermevela y soledad momentánea son el único premio al que podemos aspirar en estos días extraños en los que la casa se nos cae encima. Raros por la ausencia de ocio, anormales por la inmovilidad laboral. El teletrabajo ha vendido más sillas de despacho que nunca, al menos este que escribe ha tenido que cambiarla por una nueva dada la infinita cantidad de horas que paso sentado en ella. El culo hecho una piedra, como cantaba Hombres G a los cines de verano de los ochenta, ajenos a todo, como se tenía que estar en los ochenta y como se debería estar en la infancia actual que, posiblemente, sea la gran perjudicada mentalmente de esta situación.

Son las noches ahora (quizá lo hayan sido siempre) el íntimo momento de homenaje y estímulo. Mirar por la ventana oyendo una sirena lejana, sacar al perro sintiendo por fin cómo el frío penetra esta parte norte de la esfera en la que vivimos y a más de cien mil kilómetros por hora cruzamos continuamente el espacio sin despeinarnos.

La pandemia es una noche, llena de peligros y de sospechas, seguida siempre de la claridad azul que con su luz va dando forma y relieve a lo que nos rodea. Un Sol que, al menos en esta parte del planeta en la que tuvimos la suerte de nacer, siempre acaba saliendo.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
25 de noviembre de 2020

Motivos para el optimismo

El otro día mi hermano y yo estuvimos viendo vídeos de conciertos multitudinarios, divagábamos sobre nuestras ganas de volver a estar apelotonados y sudorosos en medio de cualquier recinto. Incluso él, que suele ser poco de barullo, estaba deseoso. Imagínate yo, le dije.

Entre tanta mala noticia que nos rodea últimamente, un par de rayos de luz en medio de una tormenta que se antoja demasiado larga, llegan a nuestros diálogos virtuales. Las ansiadas vacunas han sacudido las bolsas, han llenado nuestras conversaciones y al menos, en lo que a mí y los míos respecta, han iluminado el túnel en el que nos encontramos, aunque sea entrando por la otra punta y aún desconozcamos la longitud del mismo.

Es matemático, soy de los que piensa que todo irá siempre a mejor e incluso en momentos como estos toca de vez en cuando darle una alegría a tu futuro, aunque por ahora sea el cuento de la lechera. Un optimista obstinado como yo, que olvido habitualmente lo malo (literal, lo borro de la mente), fijo lo bueno (recreándome en ello a menudo a posteriori) y siempre veo el lado positivo de las cosas, no podía dejar pasar la oportunidad de sonreír de medio lado mientras leo la bendita carrera entre las farmacéuticas sintiéndome por un momento como si estuviéramos en plena guerra fría. En lo bueno de aquello, me refiero.

No es la primera vez que, basándome en mi frustrada vocación de economista, intento encontrar la diferencia de esta crisis con las anteriores: financieras, inmobiliarias, alimenticias, económicas o incluso conflictos bélicos, siendo la actual una mezcla de todas o un poco de ninguna, y pienso en la recuperación que sí o sí tiene que venir. Y cómo de rápida, segura y solvente será. Porque lo será. Y cómo de reforzados saldremos.

Dentro de unos meses (iba a escribir años, pero me puede el ánimo) miraremos atrás sintiendo esto como un mal sueño y es ahora cuando tenemos que ir poniendo los cimientos de lo que queremos que sea el futuro. Paso por alto los infinitos daños que todos nos llevamos, al menos a mi alrededor ninguno sanitario, lo cual me permite centrarme en lo menos importante. Por eso no es este alegato un lanzamiento de las campanas al vuelo, sino una esperanza tras los destrozos. Una visualización cada día más cercana de motivos para el optimismo.

Nacho Tomás
HISTORIAS DE UN PUBLICISTA
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
18 de noviembre de 2020