Que levante la mano el que piensa en sufrimiento cuando le hablan de una competición deportiva. El triatlón es un buen ejemplo, cruzas la meta y escuchas de todo. “¡Estás loco!” se disputa el primer puesto en las bocas de los espectadores en dura pugna con “¡Enhorabuena!” Y tiene su explicación, no lo dudo. Pero hay más.
Te tiras a nadar en un pantano a las nueve de la mañana, con más frío del previsto, junto a otros doscientos animales. Das brazada tras brazada en dos vueltas intentando seguir el recorrido de unas boyas entre manotazos, patadas, tragos de agua y sol en contra. Te destrozas el cuello por mucha vaselina que te hayas echado. Ves cómo el grupo de cabeza se escapa. Miras el reloj. Ya llevas quinientos metros. Sólo quedan otros mil. En este primer sector siempre ronda por la cabeza el abandono. Pero no. Esta vez no. De nuevo no.
Sales del agua mareado. Las bicis están lejos, muy lejos. Te calzas unas zapatillas viejas intentando no perder el equilibrio. Y corres. Y respiras. Y escalas. Y respiras. Y no miras atrás. Y por fin llegas a la zona de la primera transición. Te quitas el neopreno como buenamente puedes, mientras metes las viejas y caladas zapatillas en una bolsa de la que hace un momento has sacado las botas de la bicicleta. Más te vale que lo hagas en orden. Por un momento dudas si ponerte calcetines. Pero no. Esta vez no. De nuevo no. Encaras la rampa eterna que parece la salida de un garaje y por fin llegas a la carretera. De regalo viento en contra los cuarenta y cinco kilómetros del recorrido. Eolo, me debes una. Te acoplas, te sueltas, vas de pie, estiras las piernas. Ves a tu gente llegando a la segunda transición. Sonríes más falso que Judas.
Cuelgas la bici y esta vez sí, te sientas en el suelo y te pones los calcetines. Te calzas las zapatillas de correr, tercer par del día, y te lanzas a correr. A intentar volar. Comienzas suave, testando el menisco. Se ha puesto en huelga y ni lo notas. Buen trabajo. Aprietas. Aprietas más. Otra vuelta. Van cinco kilómetros, quedan otros tantos. Adelantas mucha gente. Jadeas. El que llevas delante, que has doblado, te mira con cara rara escuchando tus gemidos. El calor es físico. Puedes tocarlo. Esta vez sí te has apretado. Casi lloras.
Entonces por fin terminas y todo se transforma. Escuchas tu nombre. Tu hermano te anima. Comienzas a saborear la hazaña. Notas cosas. Sensaciones. Cómo la angustia de hace unos minutos se transforma en disfrute. Cómo el dolor de piernas se evapora, cerveza en mano. Cómo incluso flotas. Entonces alcanzas la recompensa: formar parte de un equipo que ya es familia. Y no lo cambio por nada, es mi vida, es mi pasión, es mi deporte. Es triatlón.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
www.nachotomas.com
Artículo publicado en La Verdad de Murcia el 27 de Abril de 2016
Fecha original de publicación:27 abril, 2016 @ 11:53