Suelo salir pronto a sacar al perro, bajo a una calle en la que hasta hace nada se oían coches, gritos, cláxones y despertadores. Ruidos urbanos que en estas extrañas mañanas de cuarentena han sido sustituidos por uno diferente al que no habíamos prestado atención hasta ahora: el de las persianas subiéndose. Todo está tan en silencio que esta melodía llega continuamente, a arreones pero pausada, unas veces cerca, otra lejana, siempre vigorosa en un estéreo envolvente modo vecindario. Reconforta escuchar cómo seguimos queriendo meter con fuerza la luz a diario en nuestras casas. Nos vamos despertando, poniéndonos de pie en nuestras habitaciones, quitándonos de encima la sábana, levantándonos y cogiendo con ansia el tirador de la persiana, generando esa fantástica sinfonía mientras sacudimos el brazo hacia abajo. Nos ponemos en marcha cada jornada quedándonos paradójicamente en nuestra casa y con una mezcla de rabia, resignación y responsabilidad afrontamos los días, las vidas, las necesidades y las ausencias.
Las persianas subiéndose son la música matinal del aislamiento, sonando armoniosamente en una perfecta distribución como si de una orquesta se tratase alrededor de nuestro barrio. Es un momento clave y no lo sabíamos hasta ahora en el que al tiempo que danzamos con el mobiliario nos activamos a un ritmo diferente y al que no acabamos de acostumbrar el cuerpo.
Son días extraños en los que hemos sufrido entierros sin duelo, sin ver la cara por última vez a nuestros seres queridos que se van para siempre, hemos celebrado los cumpleaños de nuestros hijos estando confinados, hemos conocido a nuestros vecinos, hemos dejado de tocarnos y hacemos quedadas virtuales que antes veríamos con algo de vergüenza ajena, hemos hecho cola en la puerta del supermercado y hemos visto comportamientos (cerca y lejos) que nunca hubiéramos imaginado. Para bien y para mal.
La vida nos ha cambiado tanto que en un mismo día sentimos que aprovechamos y que perdemos el tiempo más que nunca, pensamos que ya nos hemos acostumbrado y que esto nos supera en intervalos tan cortos que duele mentalmente, sentimos que podríamos seguir en casa durante el tiempo necesario y que o salimos ya a la calle a retomar nuestras vidas o nos explota la cabeza. Son días en los que queremos pedir explicaciones, obtener soluciones y criticar echando espumarajos por la boca. Pero son días en los que demostramos más entereza que nunca, más capacidad de sacrificio que nunca, más compromiso social que nunca. Volveremos a juntarnos, volveremos a nuestras rutinas, volveremos a escuchar despertadores por la calle. Ya llegará la hora de buscar culpables, si es que los hay.
Mientras tanto lo importante es que sigamos levantando la persiana de nuestra habitación cada día con la fuerza de siempre. Las ganas no nos las han robado. Arriba esas persianas.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
15 de abril de 2020