Llegaron las anginas con sigilo, se quedaron con estruendo y desaparecieron muy lentamente. Así suele ser mi relación con ellas. Me visitaron hace poco, tras varios años sin informar de su paradero. Volvieron con ganas, esas con que ves a un amigo de toda la vida tras una larga temporada desconectados, con la sensación de que no ha pasado el tiempo. Maravilloso.
El termómetro alcanzó los 39.9C de fiebre, un nivel que sólo aguantan dignamente los niños. De los sudores mortales tuve que cambiarme de camiseta seis veces en una noche. Terrible. Una semana en cama. Inaudito.
Llegó el frío a España y me pilló en el norte. Despachos calientes y ciudades heladas, cóctel explosivo. Súmale desplazarte en bicicleta: Molotov. Para el recuerdo las peores 11 horas de tren mi vida, de Tudela a Murcia, transbordos incluídos en Pamplona y Madrid. Espeluznante.
Cuando estás enfermo se relativiza todo, se van las ganas de hacer cosas y desaparece el hambre. Mal asunto. Y entre duermevela, antibióticos y sudores piensas. Piensas mucho. Y te propones mejorar todos tus errores. Y no tuiteas ni miras el móvil porque te estalla la cabeza. Desesperante.
Un buen indicador de la fuerza con que me atacaron esta vez ha sido el parón deportivo: 16 días sin correr, 21 sin montar en bici y casi 1 mes sin nadar. Y laboral: currando desde casa 2 semanas consecuitvas. Tremendo.
Cuando caes enfermo nada importa, sólo salir del hoyo lo antes posible, y al salir valoras/ensalzas/idolatras/te descubres ante los enfermos crónicos, esos verdaderos valientes que sí saben sufrir y no se quejan tanto como tú.
Pues para haber estado enfermo ni se te ha notado, al menos digitalmente, me da que hasta enfermo te mantienes al pie del cañon.
Saludos, y ahora a recuperar, seguro que con más ganas, los entrenamientos.
A por ello, Ram!