Hace tiempo me impactó un video de unos niños del tercer mundo jugueteando descalzos en sus chozas de barro, colegios a medio construir y ropa hecha jirones mientras bromeaban sobre los estúpidos problemas a los que nos enfrentamos en los países desarrollados. El autobús llega tarde, no arranca el ordenador, bronca en el trabajo, no sale agua caliente en la ducha y un enganchón en Twitter. Menuda mañana de mierda, ¿eh?
No hay que ser muy listo para saber que no tener algo que llevarte a la boca debe ser una sensación poco recomendable, al mismo nivel debe estar levantarte cada día temiendo por tu vida o, peor aún, por la de tus hijos, sintiendo el agobio de vivir en una guerra, en la miseria más absoluta o luchando contra una enfermedad de las verdaderamente jodidas.
Como siempre, he vuelto algo tocado del verano, con el añadido de que cuatro capuzones de salud que me han dejado jodido y pensativo a partes iguales: infección de oído, problemas con la espalda, anginas de caballo y unos desajustes gástricos que me tuvieron cinco días a suero. Esto de no poder ponerme malo durante el curso siempre acaba pasándome factura y debo reconocer que soy el peor enfermo del mundo, pero es que se me para el ídem cuando estoy convaleciente. Menuda chorrada, pienso ahora mientras lo cuento alejado de aquel incendio de mi primer mundo.
No hay día de mi vida que no ponga en una ficticia balanza este panorama, este imposible equilibrio entre eso que tienes cerca y te explota en la cara y aquello que afortunadamente se encuentra lejos y te roza lo justo como para mantenerte atado al suelo. No hay día que no me apetezca tratar con desdén y feroz crítica los nimios problemas del primer mundo, intentando establecer algo así como una escala, pero claro, me puede la engañifa a la que nos abocamos si no queremos verlos como ciertísimos. O peor aún asimilarlos como seguros, punzantes y reales espejos de la sociedad que hemos construido, tan llena como nosotros mismos de estas contradicciones.
Pero es que no todos los problemas del primer mundo son gilipolleces, no pasa una semana sin que algún conocido sufra un ataque de ansiedad o te enteres de que ha caído en una depresión, muy posiblemente debido a los excesos del primer mundo: demasiado ocio y demasiado trabajo.
Seguro que a aquellos niños del vídeo no les afectaría nada de esto lo más mínimo, toca ponerse un rato cada día en su piel y otro rato, más largo, en la tuya propia comenzando el curso con determinación y priorización.
Y con problemas, por supuesto, que sin ellos no seríamos nosotros.
UN TUITERO EN PAPEL
Nacho Tomás
Twitter: @nachotomas
Artículo publicado en La Verdad de Murcia
4 de septiembre de 2019